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Miércoles, 07 Marzo 2007 15:07

Recorrido rural: Noruega, desde el campo

Viaje por el interior de un país que, con uno de los mayores PBI de Europa, aprecia y cuida como pocos sus granjas, la tranquilidad y el silencio

HAMAR.- "Por favor, ¿pueden bajar la voz? En Noruega, el ruido es contaminación." Las palabras del rubicundo guardia del tren Oslo-Hamar sorprenden a los tres pasajeros argentinos. Pero no tienen nada de extraño en un tren rápido, aunque silencioso, poblado de pasajeros callados, que atraviesa como una bala una sucesión de lagos, montañas y caseríos. Y ésa es una de las primeras lecciones en este viaje rural por un país que, pese a contar con uno de los PBI más altos de Europa, resguarda la tranquilidad y la vida al aire libre como los valores más importantes de su cultura.

Noruega tiene una importante fuente de riqueza en el petróleo y es pionera en tecnología para las comunicaciones. Hasta el último de sus caminos está asfaltado. Y, por otro lado, invierte millones en subsidiar a sus campesinos para preservar la vida rural.

El pueblo de Hamar, nuestro primer destino, es algo así como el Venado Tuerto de Noruega. Junto con Lillenhammer es uno de los puntos más importantes del distrito de Hedmark, corazón agrícola del país. Con la diferencia de que, al estar ubicada sobre uno de los lagos más grandes, el Mjosa, tiene playas y un puerto. Y su centro histórico conserva muchísimas construcciones del siglo XIX.

Hamar es un buen punto de partida para hacer un recorrido por algunos de los miles de circuitos turísticos rurales del país. Porque en Noruega no sólo hay fiordos. Su tradición de país de campesinos y pastores, amantes del trekking, hizo del turismo rural uno de los fuertes de la industria de servicios. Esto, además, cumple con una doble función: no sólo atrae visitantes, sino que resulta un medio para que las granjas del país, que reciben subsidios de hasta el 50%, logren sobrevivir más allá de los vaivenes de la agricultura, poco favorecida por la Madre Naturaleza en estos lares.

Rudi Farm, en el Valle de Gudbrand, es un excelente ejemplo de cómo las granjas noruegas se adaptaron a los nuevos tiempos. Esta propiedad centenaria, propiedad de la familia Rudi, aloja en sus ondulaciones trigo, bosques, chanchos y un simpático restaurante de madera donde se puede comer las típicas delicias noruegas, es atendida por su propio dueño que, enfundado en bermudas de cuero y tiradores, explica con bastante gracia la historia de la familia, cómo con su mujer se ocupa de atender a los turistas, mientras su nonagenaria abuelita, que vive en una de las casas del predio, le cuida los chicos. Todo esto, mientras se recorre la propiedad junto a un amigo de los Rudi, vestido como campesino noruego e interpretando un instrumento típico. El tour termina con un asado de ciervo y un espectáculo en el que otro campesino amigo deja helados a una docena de japoneses cuando de una patada al aire, y sin precalentamiento, hace volar un sombrero colgado de una vara a dos metros y medio del suelo. Un deporte típico de los campesinos noruegos, según parece.

Nota para los chacareros argentinos: los Rudi reciben un 10% de sus ingresos de la agricultura y un 90% del turismo.

En la granja Smestad, en el distrito Gjerdrum, todo es bastante más serio. Ahí sí se vive de la producción de leche, aunque producirla cuesta 9 pesos el litro, contra los 40 centavos de Argentina. Se puede ver el planteo productivo de la granja; los corrales donde permanecen las vacas casi todo el año, aunque están obligados por ley a tener un mínimo anual de pastoreo al aire libre; las modernas máquinas ordeñadoras, que hacen casi todo solas, y una línea de productos que se fabrica allí. En Noruega, el cooperativismo es tan importante que hasta la más pequeña organización de productores tiene su propia marca de yogures y quesos.

Entrar en la abadía de Domkirkeodden, en la cima de la montaña contigua a Hamar, es un pasaporte directo a la Edad Media nórdica. Allí, se puede disfrutar con soldados que practican arquería en los muros del castillo contiguo y que luego simulan batallas ficticias en los jardines, con la vista de la ciudad de fondo.

La abadía es una típica construcción medieval de piedra (de la que sólo se conserva la mitad), ubicada exactamente en el centro de una gigantesca caja de cristal. "Es que cuando llueve el agua entra entre en las piedras, luego se congela, y termina destruyendo los muros, por eso la protegimos con esa estructura", explicó la simpática guía, una valkiria regordeta de pelo negro y ojos azules. También contó que la abadía, que data de 1200, fue destruida en 1500, cuando un rey danés se apoderó del país y ordenó quemar cualquier resquicio de la cultura católica. Luego, cada vez que el país sufrió una invasión de los suecos, los daneses o los rusos, alguna horda de mercenarios pasó por acá y se llevó algún recuerdo. Noruega tiene una similitud con Polonia en ese punto: fue el botín de guerra en las luchas de otros países. Hasta que, en 1905, Noruega se independizo y empezó a rescatar sus viejos símbolos y la cultura nacional. Se necesitaron unos 90 años para reconstruir lo que quedaba de la abadía y poder solventar la costosa protección. Pero, igual que con su ideal de independencia, los noruegos lo lograron a fuerza de tozudez y por su espíritu indómito.

Hoy, en esta antigua iglesia se celebran misas y casamientos. Y los turistas que la visitan pueden escuchar un recital de los guías, vestidos a la manera tradicional noruega.

Para llevarse una impresión completa de la cultura local, no puede dejar de conocerse algo del escritor más famoso de ese país, Henrik Ibsen. Para eso, los noruegos, que tienen todo pensado, organizan un día de campo en Gudbrand, región que inspiró al autor para escribir una de sus obras más famosas, Peer Gynt, el Martín Fierro de Noruega. Luego de conocer los alrededores, se puede ver una fantástica puesta en escena de esta tradicional obra, en un escenario natural al borde del lago Gala, rodeado de montañas y bajo el encanto del eterno crepúsculo veraniego. Allí, ante el atardecer con destellos rosas, se ve llegar a los actores en balsas, bailar y celebrar un casamiento a la noruega y se escucha la música de la obra, hecha por el famoso compositor Edvard Grieg. Ni hablar del impacto de ver a Peer entrar en un auténtico Cadillac en el escenario, o ser sobrevolado por dos aviones de la Segunda Guerra Mundial. Aunque la obra es en el idioma local, vale la pena presenciarla.

Esto es Noruega. Granjas que viven del turismo y granjeros que conducen sus Volvo. Riqueza petrolera, pero sencillez espartana. Días de verano eternos, con lagos templados para nadar hasta la medianoche, seguidos de once meses del más helado invierno.

Por Mercedes Colombres
Enviada especial, diario La Nación.