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Lunes, 12 Febrero 2007 10:25

Para candil semejante...

por Carlos Santo
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Montevideo - 13 FEB 07  - Portal del Uruguay

"Cielo mi cielo que sí, cielito de la herradura. Para candil semejante, mejor es seguir a oscuras"Bartolomé Hidalgo.

El tan mentado Consejo Nacional de Turismo viene, como dice el Ministro Lescano, de la recordada época del Ministro Stern; igual que el famoso Congreso homónimo; que cito por principio de semejanza (más o menos verdes, un peral sólo puede dar peras. No hay vuelta que darle).

Cuando Benito convocó al “staff” ministerial para proponernos organizar el Primer Congreso nacional de Turismo, la aceptación general fue inmediata.

Ya en la primera reunión la tormenta de ideas fue furiosa, y en un ratito ya se podía hasta ver la “movida”, en el aire los globos, el humo de los carritos, las familias de los participantes, la Prensa y los curiosos llenando el destino que se eligiera, el agradecimiento de hoteleros y gastronómicos, los titulares de los diarios. Se pensó cómo mover tanta gente, qué lugares se podían prestar para tan magno acontecimiento, cuánto costaría, y muchos detalles de implementación. Casi dos horas de intensa labor de imaginación.

Extrañamente (para su temperamento de entonces), el suscrito guardó silencio hasta que -consultado directamente por el Jerarca acerca de su opinión- respondió con un lacónico: “Yo primero quisiera saber para qué es el Congreso”.  Silencio en la Sala Lila. Se cortaba.

- ¿Cómo que para qué? Ehh, esteee.. bla bla bla.

- Con todo respeto, reitero: ¿para qué vamos a hacer esto? ¿Parte de qué estrategia o plan es? ¿Por qué queremos juntar toda esta gente? ¿A hablar, a resolver, para mostrar que estamos haciendo algo..?

- Respuesta: más de lo mismo.

Terminó la primera reunión, y las siguientes conservaron sus características.

Era (y es) muy difícil convencerme de algo sin dar argumentos. Aunque en sucesivas reuniones los compañeros le fueron dando forma a la idea original del Ministro, después de pensarlo bien (y porque era gratis) me decidí y una tarde propuse una alternativa.

Se trataba de un Congreso de un día, cuya elaboración requería de un año de trabajo previo. En él, las regiones geográficas, los grupos de interés y los productos se irían reuniendo mensualmente, con Agenda común, consolidando lo que podríamos denominar un planteo federal que iba ganado vuelo y representatividad, hasta ser presentado al Gobierno en pleno (Poder Ejecutivo, Comisiones del Legislativo, Empresas y Entes) en la mañana del día del Congreso. En la tarde, el Gobierno, rendía cuentas su actuación relevante al Sector, daba sus primeras impresiones acerca de los planteos recibidos en la mañana, y al día siguiente comenzaba a trabajar sobre ellos, para -después de un trabajo conjunto de los allí presentes que debieran y pudieran-  al año siguiente poder presentar resultados tangibles.

Dejando de lado la diferencia conceptual y en calidad de contenidos, el formato nomás ya cumplía con uno de los principales objetivos del Ministerio, que es hacer que el Turismo esté en la Agenda diaria y el imaginario del Gobierno, y no sólo porque hay piquetes, robos, o alguien avisa cuánta plata trajo el año anterior. Además, así, nadie cruzaba el país ni distraía su tiempo para escuchar a los de siempre diciendo discursos, ni participaba de un encuentro cuya mayor virtud fuera la gastronómica o su brevedad. Ni que hablar que el formato elegido fue el otro.

Se supone que debía hablar del Consejo (que fue por lo que le preguntamos al Mnistro), no del Congreso de Turismo. Parecido no es lo mismo. ¿Por qué lo hago, entonces? Porque el estilo de hacer que denuncio no es privativo de aquella Administración, sino bastante más general de lo que parece.

El Consejo de Turismo sólo puede servir para algo si tiene un para qué muy pero muy claro, una planificación por objetivos, si se trabaja en comisiones bien ejecutivas, a las que se llega con un trabajo de elaboración, metas y plazos previamente acordados, si se cuenta con un equipo permanente de dirección ejecutiva que se encarga de que cada etapa sea cumplida por unos delegados elegidos con criterio y no “porque fulano o tal institución tiene que estar”; y -last but not least- si su creación se inscribe como primer paso hacia la creación de un espacio mixto de gestión; donde cada uno pone lo mejor y se queda con sus taras en casa.

Por allí los llaman Bureau de Visitantes, y variantes de nombre pero no de concepto; y son los que hacen funcionar mejor y más eficientemente la promoción y otros aspectos centrales de la operativa turística a nivel macro.

No tengo nada en contra del Consejo, un concepto que parece tener muchos adeptos, es más: puedo acordar que la idea (si funciona como lo describo) puede ser hasta buena. Pero hay una máxima que ha sido demostrada una y otra vez,  por ejemplo a través de la escasa extensión hoy día de ideas tan buenas como el mensaje cristiano de amar al prójimo y a uno mismo, el mandato de Libertad, Igualdad y Fraternidad de la Revolución Francesa, el de Artigas queriendo que los más infelices fueran los más privilegiados, el de Saint Simón y los que pensaban que la mejor Sociedad era la que daba a cada cual según su necesidad y le exigía según su capacidad, o más cerquita todavía, los de medio país reclamando dignidad arriba y regocijo abajo y el otro medio queriendo que los ricos fueran menos ricos y los pobres menos pobres. 

 Sin ofender, porque no es contra nadie: las buenas ideas no se responsabilizan de cómo tratan de implementarlas quienes las proclaman.

Quiero, de todo corazón y le pido al -a veces- sordo Cielo, que cambie el viento y el próximo Consejo no sea la reinvención del agua tibia.