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Martes, 13 Febrero 2007 18:41

Febrero: al ritmo del medio pelo

por el Lic. Rafael Ramos
Columnista invitado

Montevideo - 14 FEB 07 - Portal del Uruguay.
Se supone que las estaciones, duran tres meses, como el verano: que arranca a fines de diciembre y termina a fines de marzo. Así nos lo enseñaron de chicos, en la escuela. Pero la vida también nos ha enseñado que todo puede cambiar a un ritmo al que cuesta acostumbrarse. Cuentan nuestros abuelos que cuando ellos eran "mocitos", el ritmo de vida era otro.

 Las actividades se desarrollaban al modo para el cual habían sido creadas. Todo tenía su tiempo de disfrute y su desgaste se producía de manera natural. El verano, algo que está fuera del alcance de la posibilidad de modificar por parte del hombre, duraba lo que tenía que durar: tres meses. Los paseos a las playas y a las quintas que se encontraban en las afueras de Montevideo se organizaban para todo el verano. Ir un sábado o un domingo de tarde de picnic a orillas del arroyo Pantanoso o del Miguelete, era un programa que ya desde los primeros días de la primavera y hasta los primeros del otoño valía la preparación de toda la semana. El tiempo no jugaba en contra del placer, sino por el contrario, era un aliado. Se disfrutaba la actividad, y se disfrutaba del tiempo libre.

Pero como tantas cosas, el tiempo también ha cambiado. Y también han cambiado "los tiempos". De aquella época en la cual nuestros abuelos disfrutaban de sus tiempos de recreación con las cosas más elementales (alcanzaba con armar una buena merienda) hemos pasado a esta que nos ha tocado vivir, la del consumo desenfrenado. Entonces ahora, ir a la playa requiere de todo un procedimiento: elegir el vestuario (en el caso de una mujer joven esto puede demandar varias horas, pues, debe elegir ropa para "bajar" a la playa, ropa para "subir" de la playa, el bikini para estar en la playa, el par de lentes, las sandalias, zapatos, o en el peor de los casos, las "ojotas", el bolso, el pareo, el bronceador, la bijou, el gorro, el lápiz labial, la toalla o la tela para tirarse a tomar sol, etc.), verificar que "el celu" esté cargado, no olvidarse de llegar a la arena con una botellita de agua sin gas en la mano, etc. Por supuesto que también tiene su lugar el rubro "accesorios" de los muchachos: heladera bien cargada, tablas de surf (aunque no las usen), sillitas, etc. Los más intelectuales hasta pueden llevar algún libro (excelente instrumento de atracción sobre el sexo opuesto). Y finalmente, la última etapa del procedimiento requiere de una gran habilidad: instalarse justo en el medio de donde está todo el mundo, ahí donde no se ve un centímetro de arena, ahí mismo hay que hacerse un lugarcito para quedarse (con las tablas, la heladerita, las sillitas, etc.). Instalarse 20 ó 30 metros hacia un costado nos hace ver como antisociales, lo "fashion" es estar todos pegaditos...

Y el verano, que antes duraba tres meses, que luego duró dos meses y luego sólo uno, ahora dura 15 días. La temporada turística de verano en nuestro país la marcan los turistas que vienen desde el extranjero, los que dejan algún manguito. Y de todos ellos, la medida de la temporada veraniega está pautada especialmente por los argentinos que llegan a Punta del Este. Y llegan por 15 días. Los que tienen casa en la península o en los alrededores son los menos (aunque gasten mucho) y no son bien vistos por la estadística. Durante estos 15 días "el verano" se vive a pleno: se organizan las fiestas más lujosas, los desfiles más "top", las actividades más "locas", etc. Durante la segunda quincena de enero, toda la movida de la "gente linda" (farándula) comienza a notar un decaimiento, para terminar en picada, finalmente, con la llegada de los primeros días de febrero. Y si un plato cualquiera en cualquier lugar de Punta del Este, en cualquier restaurante, valía 25 dólares, en febrero vale 10. Y si querer atravesar la Barra de Maldonado podía llevar 30 minutos en enero, ahora en febrero, alcanza con un par de suspiros.

Es como si se tratara de dos veranos diferentes: de un mes a otro todo cambia. Cambia la cantidad de gente que veranea y también cambia la calidad de los veraneantes. Claro que si uno prende la tele y mira los programas que le muestran a la gente cómo se debe disfrutar del verano, se encuentra con que "fulano de tal" acaba de adquirir una nueva colección de cuadros y que "perengano" acaba de traer una nueva pareja de caballos árabes. De esta manera el verano se estira un poco más y nos creemos seguir "disfrutando" de la temporada. Pero la realidad nos dice otra cosa: que muchos comercios en el este ya cerraron y muchos otros están por cerrar. Los primeros números dicen que ha bajado el ingreso de turistas comparado con el período anterior, en un 10%. Quienes apostaban a trabajar durante dos meses, se encuentran con que deben agradecer si lo hacen durante 40 días. Quienes alquilaban sus casas a buen precio durante enero, deben contentarse con hacerlo a la mitad ahora en febrero, si es que logran colocarla. Todo cambia de un mes a otro: el turismo brasileño y argentino de poder adquisitivo alto ha dejado paso al turismo interno. Los autos lujosos en las puertas de las mansiones y los hoteles con buena ocupación dan paso a los autos más "achanchados" cargados de colchones, bolsos, garrafas, rumbo a alguna casita prestada o a algún camping improvisado. Se trata de un turismo diferente, que también disfruta sus vacaciones de otra manera. Se trata de algo parecido a lo que vivían nuestros abuelos, que disfrutaban el tiempo de otra manera: ni mejor, ni peor que los modernos 15 días de enero. Simplemente, diferente. Y también tienen derecho, aunque la estadística a veces no los tome en cuenta o los califique como de medio pelo.