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Viernes, 18 Septiembre 2009 04:55

La cultura de la codicia

por Lluís Foix
periodista
envío de Luis A. Rizzi

Cada vez que alguien invoca la democracia, el estado de derecho, los valores o la responsabilidad, me pongo a temblar. Son conceptos sobre los que no hay que hablar sino que hay que vivirlos. Lo mismo me ocurre cuando se utiliza la sociedad civil como contrapunto al poder político, administrativo o empresarial.


La sociedad civil existe, por supuesto, pero no como una coraza para esconder la ineficacia o ampararse en apellidos ilustres o dinastías que han creado riqueza o cultura, sino como el tejido social que trabaja y construye espacios de innovación, progreso y bienestar. Hubo un momento en Catalunya que dejó de hablarse de la burguesía como un grupo social combatido por la izquierda y empezó a invocarse con grandes elogios a la sociedad civil.

Al hacerse públicos los delitos cometidos por Félix Millet al frente del Palau de la Música, delitos confesados por él mismo en carta enviada al juez que instruye el caso, me ha venido a la mente Francesc Cabana que ha escrito muchos libros sobre la burguesía catalana y su contribución a la prosperidad de

Cataluña en los últimos cien años. El último que me acaba de llegar es "La cultura de la cobdícia" (Editorial Pòrtic) en el que Cabana analiza las claves de la crisis económica en Cataluña.

El autor repasa las periódicas crisis que hemos vivido en los últimos cien años y cómo hemos conseguido superarlas. Siempre son los errores humanos los que provocan los cataclismos económicos en el mundo capitalista y en todos los mundos. Hay crisis que tienen su causa en los sistemas y las hay que son perpetradas por los individuos.

En la crisis que ahora sufrimos, dice Cabana, no estamos ante errores humanos sino ante la estupidez humana, fruto de la soberbia. "Es la principal característica de esta crisis, resultado de la actuación de unos círculos de ejecutivos americanos y europeos que se creían, y temo que siguen creyendo, que son magníficos e insuperables".

Los autores de los delitos y sus víctimas pertenecen a menudo al mismo mundo que aquí llamaríamos la sociedad civil que nunca sale del todo perjudicada. En todo caso son terceros que nada tienen que ver con ese mundo los que padecen las más desagradables consecuencias.

El mundo de los "happy few" shakesperiano que exhiben una convicción de que son los genios de la ingeniería financiera, los ejecutivos agresivos, los que consideran que el mundo es suyo porque creen que son los más listos y los más inteligentes. Se les ha dado toda la confianza hasta que la realidad ha demostrado sus trampas y sus ardides para hacer lo que les viniera en gana.

Confiábamos plenamente en Félix Millet, dicen cuantos formaban parte de los órganos rectores del Palau de la Música y el Orfeó Català. Era de los nuestros, vienen a decir. Y los nuestros no hacen estas cosas. Pues sí, también las hacen, y hay que vigilar atentamente la marcha de las instituciones que no pueden ser el espacio para lucir un status de sociedad civil bien pensante, la de toda la vida, la que manda y ordena.

Más responsabilidad y menos figurar, menos codicia. Han fallado también los órganos de control, las auditorias, la Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona, el Gobierno de Madrid que para promover la cultura nombraron a supervisores que tampoco hicieron bien su trabajo. Tenían toda la confianza en Millet.

fuente: La Vanguardia