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Miércoles, 25 Noviembre 2009 20:00

Salarios y Crisis.

por Luis Alejandro Rizzi
desde Buenos Aires

Esta crisis económica que nos toca vivir y que en mi opinión nos acompañará por larga data, puso también en crisis principios, derechos, garantías e instituciones que se consideraban y consideran “no discutibles”.
Ese conjunto de ideas contenía un error de base y era la creencia que nos decía que las “conquistas” logradas eran independientes de las circunstancias reales.

A modo de conclusión debemos generar una nueva teoría sobre la ocupación, el salario y el interés.
Los derechos abarcan dos planos uno el ideal y el otro es el real.
En el plano ideal los derechos lucen perfectos y por tanto la conflictividad no existe, no obstante se constituyen instituciones también ideales para procesar y resolver con absoluta independencia e imparcialidad los conflictos que pudieran originarse.

En el plano real la cosa es distinta ya que el ejercicio y la medida de los derechos dependerán de las posibilidades reales y la conflictividad será el modo legítimo al que se deberá recurrir para que las personas logren armonizar las medidas de los derechos sobre principios básicos de justicia. Excluyo cualquier forma de violencia como modo de resolución de todo conflicto.

La cuestión del momento es el debate entre la flexibilidad o inflexibilidad de los derechos, especialmente de aquellos que alcanzan el grado de “conquistas”.
Obviamente nos referimos a la cuestión laboral y a la medida del salario.
Muchas veces se confunde o se induce, perversamente diría, a la confusión cuando se vincula la flexibilidad como un ataque a la dignidad o se plantea la inflexibilidad como una defensa de la dignidad de la persona y del trabajador.

Esta crisis provocó despidos y el lógico incremento de la tasa de desempleo, salvo excepciones como en ALEMANIA que para mantener empleo se redujeron horas de trabajo, solución que por lo menos en la Argentina parecería impracticable.
Otra forma de mantener empleo es la reducción salarial claro que para ello es esencial que los estados no incurran en políticas inflacionarias ya que en esos casos además de la reducción nominal se afecta el poder adquisitivo. Es decir se practicaría una reducción salarial por partida doble, lo que suena  como groseramente injusto.

La cuestión de la reducción salarial sería, en términos de justicia, una cuestión que debería resolverse de modo que los menos perjudicados fueran los que perciben menor salario y los más perjudicados los que reciben un mayor salario. Esa ecuación de perjuicios es necesaria para mantener un contexto de justicia social.
Esta cuestión tiene dos aspectos uno económico y otro ético.
Económicamente el verdadero incremento salarial ocurre cuando mejora la productividad y se mantiene constante el valor de la moneda. No son aumentos salariales las correcciones que se hacen para ajustarlos al nivel de inflación.

La indexación solo opera sobre los efectos y me atrevo a decir que empeora la causa.
También se produce un incremento salarial cuando se aprecia el valor de la moneda local como ocurrió en la época de la convertibilidad.
La gente dice en esos casos “…el dinero rinde mas…”.
Aclaro que no defiendo el sistema de la convertibilidad sino que lo expuse a guisa de ejemplo.
El tipo de cambio alto penaliza el salario y altera el rumbo del comercio internacional. Es el caso de China que tiene una moneda devaluada y  se caracteriza por salarios extremadamente bajos.
El  excepcional crecimiento chino paradójicamente encuentra sustento en la peor cara del capitalismo que es la explotación del trabajador en un régimen político que ni es democrático ni republicano.

Es cierto salieron de la pobreza millones de chinos, pero con otro régimen mas justo no hubieran salido igual y quizás muchos mas.
En épocas de crisis o de vacas flacas los salarios se deberían ajustar a la baja.
La lección que nos deja esta crisis es que la caída de la economía se tradujo en pérdida de empleos y que los más favorecidos salarialmente no se vieron afectados, situación que califico desde la ética como inmoral y desde la economía como un hecho aberrante.

Esta consecuencia aclaro nada tiene que ver con el liberalismo, el neoliberalismo o el socialismo, tiene que ver esencialmente con la ética.
También hubo falta de solidaridad en todos los niveles sociales ya que nadie se puso en el lugar del desempleado o perjudicado, más allá de los sistemas de desempleo que existen en varios países.
Pocos o ninguno nos ocupamos de la “dignidad” del desempleado y no se de ningún sindicato que haya ofrecido una suerte de trueque entre horas de trabajo y nivel de remuneración para mantenimiento de fuentes laborales.

Si la misma preocupación que se puso de manifiesto para solventar a las entidades financieras rebajando el precio del dinero a casi CERO se hubiera puesto para mantener fuentes laborales quizás la crisis hubiera  tenido otras características.
El salario de todo empleado debe tener dos dimensiones, una de mínima que debe contemplar las necesidades básicas de acuerdo a la época que no deben ser solo un pedazo de pan y una taza de mate y otra que debe fluctuar con el nivel de productividad y el nivel de demanda, en una palabra con la rentabilidad de la fuente de trabajo sea unipersonal o una gran empresa.

Por ello los salarios no pueden ser rígidos en ninguno de los niveles de la pirámide.
Creo que la misma relación debe existir con el precio del dinero o interés como ya lo hemos expuesto en notas precedentes con el resultado de su aplicación.
En esta crisis se volcaron cantidades desmesuradas de dinero para mantener la misma estructura intelectual que causó la crisis, en vez de advertir que antes que nada se deberían cambiar las bases o principios del sistema.

Uno tiene la sensación del gatopardismo se cambió algo para que el sistema se mantenga incólume y siga favoreciendo a los “conocidos de siempre”.
Debemos poner en práctica ese principio de la justicia liberal que dice que las desigualdades se deben articular de modo que sean ventajosas para todos aunque yo preferiría decir para que beneficien a los menos aventajados. A su vez los perjuicios deberían acomodarse de modo que menos afecten a la base de la pirámide social.

Para ello los estados deben conformar los famosos fondos anticíclicos para que actúen como una suerte de seguro social en las épocas recesivas y de baja salarial para garantizar a los menos favorecidos del sistema una remuneración básica y digna.
En estas épocas complejas y de descreimiento que nos toca vivir debemos comprender que la civilización debe retomar el respeto a valores básicos que vienen desde lo más abisal de nuestra cultura.

Es inmoral la distancia que separa a las minorías más ricas de las mayorías mas pobres y esta distancia no se acortará mediante intentos violentos sino mediante una renovación o recreación de nuestro repertorio intelectual.
Como decía días pasados el rabino Bergman debemos comprometernos, debemos hacernos valer y debemos constituir coaliciones positivas, porque no nos engañemos los ricos también son víctimas aunque hoy esa calidad no se note debido a la vigencia de estas culturas líquidas que encuentran argumentos para justificar y criticar todo a la vez como si la vida transcurriera en un mercado de pulgas.
Esta cultura “anti” nos degrada y lo que es peor nos inhibe como personas porque convierte las esperanzas en fanatismos.
Es hora de pensar.

El error del momento es creer que de esta crisis se saldrá aplicando el mismo soporte de ideas que la ocasionó. Es sabido que de los pantanos no se sale tirándose de los pelos y esa es la imagen que veo en los dirigentes y opinólogos sobre esta crisis.
Es necesario crear un nuevo repertorio de ideas lo que no quiere decir que se acabarán los problemas, lo que debemos hacer es tratar las cuestiones de otro modo y forma, es decir estar a la altura del tiempo.
La idea que quiero anticipar es que necesitamos un nuevo repertorio de ideas para afrontar esta crisis sino seguiremos condenados a vivir sin esperanza en el futuro.