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Domingo, 20 Diciembre 2009 20:01

Pobre final para la Cumbre del Cambio Climático

por Eliseo Sequeira
Cuando en el artículo “¿¡Climategate!?” escribí “… es peor de lo que cualquiera imagina.”, en mi fuero interno tenía la esperanza de no haberme equivocado por no poner “mucho peor”. Me equivoqué. Estoy escribiendo estas líneas el sábado de tarde, y aún no se subió al sitio oficial de la Cumbre la declaración final. Es más, según las noticias presentes en la misma página, se está forzando “algún” acuerdo para no terminar sin nada.
 


Ello me hace acordar a mis tiempos de funcionario público (los de Naciones Unidas también lo son, aunque mucho mejor pagos), donde algún burócrata veterano me decía frente a cualquier propuesta de reforma “cambiar todo para no cambiar nada, lo hacen todos para llenar el ojo”.

Y esto parece ir por el mismo camino. Más allá de lo que se acuerde o lo que no se acuerde, los cambios van a depender de las relaciones entre grupos de poder, y el comportamiento de los individuos en pos de una conducta propia ambientalmente más amigable, porque el Cambio Climático no es ni más ni menos que una alteración extrema del medio ambiente.

¿A la larga todos perderemos?

En el mismo artículo, mencionaba entre otros impactos, el que iban a tener las matrices energéticas y el desarrollo económico.

Y ello me llevó a rememorar la Cumbre de Río de 1992. En ella los principales organismos financieros (BID, Banco Mundial, FMI y otros) fueron con la postura de que el principal enemigo del medio ambiente es la pobreza. Desde entonces, muchos programas nacionales y mundiales se han realizado para tratar de reducir la pobreza, con mayor o menor éxito, pero a nivel global el número de pobres aumentó junto con la alteración del medio ambiente. Y esto según estimaciones, pues las cifras oficiales son una Torre de Babel de datos.

Basta con entrar a las páginas:

http://unstats.un.org/unsd/methods/poverty/edocuments.htm   

http://www.worldbank.org/

No queda otra respuesta a este hecho, que se está atacando una de las consecuencias (pobreza), y no se animan a atacar una de las causas (cambio climático).

¿Estamos en una espiral descendente donde más de uno genera más del otro? Esperemos que no, que haya una reacción a tiempo, y ello significa para ayer. Si no, lamentablemente deberemos sacarle los signos de interrogación al subtítulo.

La del estribo

Navegando por la web, llegué a www.rincondelvago.com, donde encontré un artículo que vale la pena leerlo:

LA POBREZA COMO PRODUCTO DE LA DESIGUALDAD SOCIAL

 

El mediocre crecimiento económico de América Latina durante el siglo XX, en acentuado contraste con las economías exportadoras de productos primarios de los países desarrollados, se debió a la inestabilidad política, las barreras comerciales, la poca solidez de los derechos de propiedad, las deficientes infraestructuras y la volatilidad en las finanzas públicas.

Asimismo, la mala formación general y técnica y otras barreras a la innovación relacionadas explícitamente con la generación y gestión de conocimientos contribuyeron a este lento crecimiento. Todo esto se vio exacerbado por estrategias proteccionistas con industrias de sustitución de las importaciones, que descuidaron el desarrollo de las fortalezas naturales de los países, desalentaron la innovación y sobrecargaron de impuestos a sus sectores de recursos naturales.

La apertura comercial, y no el proteccionismo, ha sido decisiva para ayudar a los países a diversificar sus exportaciones. Por eso, la región no debe dar la espalda a sus recursos naturales, a su proximidad geográfica general con los Estados Unidos o a su fuerza laboral competitiva. La mejor forma de tener éxito es mantenerse abierto a la competencia internacional. La consolidación de los esfuerzos de integración regional, como el Nafta y el Mercosur, será fundamental para ayudar a los países a diversificar sus fuentes de ingreso por exportaciones y así aumentar los ingresos y hacerlos más estables.

Los países de América Latina y el Caribe no deben volver al pasado, sino aprovechar sus recursos naturales y la apertura comercial para encaminarse a una economía del conocimiento que genere empleos de alta calidad y bienestar para los latinoamericanos.

Es realmente asombroso cómo algo puede existir al mismo tiempo de no existir en absoluto. Tal fue el caso del proceso que condujo a la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible. Después de muchas reuniones del comité preparatorio teníamos un proyecto para la implementación, un plan falto de imaginación, débil, carente de visión, que valía menos que el papel en el cual estaba escrito. Era un plan lleno de frases vacías, con gobiernos peleándose como niños caprichosos por asuntos que no justificaban siquiera el menor desacuerdo.
Empero, en las negociaciones se trataba más de hacer gestos para la galería que de asumir posiciones de principios. Así, por un lado, algunos desean renegar sobre el acuerdo básico entre ricos y pobres, sobre cómo la responsabilidad de proteger el medio ambiente es común pero diferenciada, basada en la capacidad de una nación y su responsabilidad para el problema. Por el otro lado, algunos gobiernos no quieren aceptar que el buen gobierno, nacional y mundialmente, es un determinante crítico del desarrollo sostenible.
Lo que Johannesburgo necesita más que nada es un sueño. Y necesita creadores del cambio, que tienen fe en el sueño. En la Cumbre para la Tierra de Río de Janeiro en 1992, el programa medioambiental ocupó el centro del escenario gracias a que la sociedad civil había llevado a los gobiernos a emprender medidas. Mas desde entonces, los grupos ecológicos en su mayoría han seguido la inacción de los gobiernos en determinar el destino de comas y puntos en los textos de negociación.
Esta “gubernamentalización” de la agenda del medio ambiente ha sido desastrosa, puesto que se ha convertido en una causa sin interés... ¡precisamente cuando el mundo desesperadamente necesita un acuerdo global!
Los retos ambientales son ahora retos de desarrollo, tanto mundial como nacionalmente. El proceso de globalización ecológica es impulsado por el hecho de que los niveles de producción y consumo han alcanzado un estado en que lo que se hace en un país dado puede tener importantes impactos sobre sus vecinos, y hasta sobre el resto del mundo.
Hasta cosas sencillas como el uso de un refrigerador o un acondicionador de aire puede contribuir a la destrucción de la capa de ozono del mundo; usar un automóvil, o talar un árbol sin plantar otro en su lugar, puede ayudar a desestabilizar el clima del mundo. El uso de un compuesto orgánico persistente como DDT en la India puede causar contaminación capaz de poner en peligro la vida de la gente y otras formas de vida en las remotas regiones polares, a medida que es transportado lenta pero constantemente a esas zonas por las corrientes oceánicas y las corrientes de aire . Nunca antes ha sido tan grande la necesidad de los seres humanos de aprender a vivir en “un mundo”.
Debemos reconocer, en primer lugar, que la “globalización ecológica” es el inevitable resultado del continuo proceso de crecimiento económico y mundialización – o globalización – que no sólo une las economías del mundo sino lleva los niveles de producción y consumo nacionales a un punto que pone en peligro los sistemas ecológicos de la Tierra.
Los convenios multilaterales, desde el clima hasta la biodiversidad hasta el comercio en desechos peligrosos, son todos partes del rompecabezas de cómo compartir el espacio ecológico (y económico) del mundo. Sus negociaciones establecen las normas y los reglamentos – en efecto, la constitución de un nuevo acuerdo.
En segundo lugar, debemos reconocer que el Sur, más que nunca, está aprendiendo penosamente el costo que un medio ambiente sucio significa para la salud. El modelo económico y tecnológico de Occidente es altamente material, de alto consumo energético, y metaboliza enormes cantidades de recursos naturales, dejando tras sí una huella de toxinas y ecosistemas altamente degradados y transformados. Y no obstante, nosotros, en el mundo en desarrollo, estamos siguiendo este modelo de crecimiento económico y social, creando un extraordinario cóctel de pobreza y desigualdad, codo a codo con economías en expansión, contaminación y una destrucción ecológica en gran escala.
Los procesos de generación de riqueza a las claras impondrán creciente presión sobre los ecosistemas naturales y generarán enormes cantidades de contaminación. Literalmente, cada ciudad en el Sur en rápido proceso de industrialización está muriéndose por respirar aire limpio. Los estudios del Banco Mundial ahora nos informan que cuando el producto doméstico bruto (PDB) de Tailandia duplicó durante los años 1980, su carga total de contaminantes aumentó diez veces. Y un estudio conducido por el Centro para la Ciencia y el Medio Ambiente basado en Nueva Delhi reveló que recientemente, al duplicar la economía de la India, la contaminación de la industria cuadruplicó, y la contaminación de los vehículos aumentó ocho veces.
Hace falta una importante iniciativa tecnológica mundial para abordar el problema de la contaminación. Los países en desarrollo necesitan tecnologías eficaces en función del costo para satisfacer sus necesidades de desarrollo y de prevención de la contaminación. Un enfoque de amplias miras consistiría en alentar a las naciones en desarrollo a evitar “cambios incrementales” en las tecnologías e imponer un cambio hacia tecnologías limpias tales como células de combustible y células solares. Necesitamos un marco mundial para apoyar esta transición, en el interés de todos nosotros.
En tercer lugar, existen ahora amplias pruebas para demostrar que el proceso de mundialización pasará por alto o descuidará a miles de millones de personas pobres durante varias décadas, hasta que desarrollen la capacidad de integrarse a mercados nacionales y mundiales. La calidad de vida para estos pueblos marginados es francamente abismal. La falta de acceso hasta a necesidades básicas como agua potable limpia, alimento adecuado y atención de la salud significa que casi un tercio de los habitantes en el mundo en desarrollo tienen una expectación de vida de apenas 40 años. También es evidente que el problema de la pobreza rural en grandes partes del mundo en desarrollo no es “pobreza económica” sino “pobreza ecológica” – la escasez de recursos naturales para desarrollar la economía rural. Más de mil millones de habitantes viven en pobreza absoluta, una gran proporción de los mismos en tierras degradadas. La regeneración de estas tierras jugará un papel clave en la tarea de revivir las economías locales, desarrolladas alrededor de la agricultura y la cría de ganado. Esto a su vez requiere buena gestión de la tierra y del agua a fin de asegurar alta productividad de árboles, pastos y cultivos.
Desgraciadamente, los estudios de “pobreza ecológica” son muy escasos, debido a que la mayoría de los economistas no comprenden la gestión del medio ambiente ni la ordenación de los recursos naturales, y la mayoría de los ambientalistas no comprenden la pobreza. En un mundo interdependiente, todos los habitantes deberían poder disfrutar del derecho humano más fundamental – el Derecho a la Supervivencia. El desempleo y la pobreza asolan a gran parte de la humanidad y la obligan a sufrir privaciones que no pueden tener justificación moral, legal o socioeconómica alguna. Y sin embargo, los vastos números de desempleados o personas insuficientemente empleadas, sobre todo en el Sur rural, nos brindan una extraordinaria oportunidad para llevar a cabo una masiva empresa mundial para la regeneración ecológica y la restauración de la base de recursos naturales de la cual los pobres dependen para su supervivencia. Si se les ofrece la oportunidad, las comunidades de aldea en todas partes de América del Sur, África y Asia podrían sobrevivir mejorando su medio ambiente y sus sistemas agrarios locales mediante la forestación, el desarrollo de pastizales, la conservación del suelo, sistemas locales de cosecha de agua y desarrollo de energía de pequeña escala.
Necesitamos un programa mundial de gran envergadura para generar empleo para la regeneración ecológica a fin de detener la pobreza y la degradación ecológica, dos de los peores males que asolan al mundo, y en última instancia abolirlos por completo. Estos son los factores básicos del sueño que debería impulsar las negociaciones en Johannesburgo. Para que la Cumbre pueda convertirse en un éxito – y es imprescindible que sea un éxito – los líderes del mundo deberán reunirse no en desacuerdo sino para redactar el preámbulo de esta nueva constitución mundial. Esto es lo menos que podemos hacer para nuestro futuro común .