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Lunes, 04 Enero 2010 03:59

Tito Abal: un sueño que hace 10 años se convirtió en profesión

por Alexander Laluz
Desde hace una década, todos los días Tito Abal toma el 105 en la esquina de Arocena y Rivera rumbo al Centro. Y a las seis de la tarde en punto atraviesa el hall del Radisson Victoria para cumplir con uno de los sueños de su vida: ser pianista de hotel. En Carrasco, su barrio de toda la vida, es todo un personaje. Lo conocen todos, desde sus vecinos hasta los empleados de un supermercado cercano, con quienes conversa cada vez que va de compras.
 


Como él mismo lo reconoce: es representante de una generación de veteranos de esa zona de la que van quedando pocos, y sus vidas han sido protagonistas de muchas historias.

Este año Tito cumplió ochenta, pero si no lo dice, nadie acierta con la edad. Su estado físico y el entusiasmo que pone al contar su historia le quitan por lo menos diez años de encima. Quizás sea por las caminatas diarias, la actividad en su casa o por ese oficio que desde hace diez años se convirtió en el centro de su vida. O quizás por todos esos factores a la vez.

"Tocar piano en un hotel podía ser una fantasía cuando yo tenía 15 años. Después, a los cuarenta o a los cincuenta, era una especie de esperanza… `qué lindo sería tocar ahí`. Y a los setenta, cuando me retiré, finalmente se me dio". Así de simple suena este proyecto en sus palabras. Pero para su hija y su esposa, es algo excepcional y por eso merece ser difundido. Y como excusa, nada mejor que la edición de su segundo disco, La magia de la música, que Tito grabó para celebrar estos diez años como pianista de hotel.

"Es el segundo que hago. El anterior había sido, hace dos años y medio. Pero no soy un pianista profesional, no tengo historia de músico. La única vez que toqué piano en público fue acá en el Radisson, nunca antes. A los setenta años empecé allí, y cuando llegué a cumplir los diez años en ese oficio decidí sacar otro".

La selección de viejas melodías que grabó para este disco "lo pintan de cuerpo entero", como dice la expresión popular. "A mí me encanta la melodía, muchas de esas que no mueren nunca. En general son viejas, de los años 30, 40, 50… Gershwin, Porter... son las que perduran, y por algo perduran". Y lo representan porque con ellas ha hecho del piano un oficio y una forma de construir lazos afectivos con muchos de los pasajeros y huéspedes del hotel.

"Ahí conocí a muchísima gente. Gente con la que me mantengo en contacto, que vienen de muchas partes del mundo, y periódicamente pasan por Montevideo". Con algunos de ellos también ha descubierto músicas nuevas que ampliaron su repertorio, y otros que han llevado sus grabaciones a lugares muy distantes.

La realización. Durante su niñez, la música impregnaba todos los rincones de la casa de Tito. "Mamá era pianista y había estudiado en serio... la vieja era muy alegre, además de ser muy linda, tocaba muy bien, le gustaba mucho la música popular. Tocaba tangos y milongas... era genial". Su padre, en cambio, "no tenía nada que ver con la música, pero era muy pierna para todo. Le gustaba todo, pero no tenía el don".

En ese ambiente, Tito descubrió pronto que tenía algo del talento de su madre para el piano, y comenzó a estudiar "con una prima segunda, mayor que yo. Me dio clases durante un año o dos. Pero cuando ella se levantaba y salía de la sala donde estudiábamos, yo me ponía a tocar un bolero, por ejemplo. Hasta que un buen día me dijo: `yo contigo no tengo nada que hacer… dedícate a lo tuyo`. Pero nunca me lo tomé muy en serio. Yo quería tocar, pero no me gustaba mucho estudiar, hacer ejercicios de técnica y esas cosas. La música era como un hobby para mí". Años después de estos lúdicos comienzos, su vida se concentró en la fábrica de cigarrillos de su familia. "Por eso nunca se me ocurrió asumir la música como una profesión: ya mi vida estaba hecha en otro camino. Después la empresa se vendió en los años ochenta, por ahí, pero aún entonces el piano seguía siendo un hobby, un sueño, hasta que me retiré".

Cuando finalmente se retiró, Tito decidió cumplir con un proyecto que hasta ese momento sólo era una esperanza, un ideal.

Se presentó ante el gerente del hotel Radisson, le contó que se había jubilado y que se ofrecía para tocar el piano. "Y por distintas circunstancias llegué justo en el día indicado. Me probaron y quedé. Hubo una interrupción, en el 2000, al año de haber empezado, pero después seguí de corrido hasta hoy, yendo a tocar todos los días, menos los domingos, desde las seis hasta las once".


fuente: El País Digital