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Martes, 19 Enero 2010 03:44

La vida de Juca Gambarotta. De mochilero a guardaparque

por Lucía Inés Bagnasco
desde Punta del Este

Juan Carlos “Juca” Gambarotta, es un montevideano con alma de aventurero que a los 19 años se lanzó al camino a pura voluntad, resultando luego de mucho estudio autodidacta y de mucho mundo, ser el primer guardaparques de Uruguay y el conductor del Refugio de Fauna de Laguna de Castillos. En 1994 publicó la primera edición del libro “De mochilero a guardaparque”, en que narraba su vida y ahora Sudamericana acaba de reeditarlo actualizado, para


deleite de quienes gustan no sólo de las aventuras, sino de conocer la vida de alguien que tiene un propósito en la misma y no descansó hasta lograrlo; no obstante continuar su lucha por la preservación del medio ambiente y por mejores condiciones y recursos.

Luego de mucho andar recorriendo toda América, la Antártida y Japón, con más conocimientos que los que cualquier universidad habría podido darle, Juca se formó como guardaparque en Bariloche y se especializó en Áreas Naturales Protegidas. En 1987 obtuvo el premio anual del Observatorio de Aves de Mahomet, Estados Unidos y entre sus actividades precursoras se cuentan dos censos aéreos de cisnes en Uruguay, una experiencia pionera en Sudamérica, que repitió en la Antártida con aves marinas.

El primero de muchos reconocimientos internacionales llegó en el 2000 cuando fue designado Vicepresidente de la Federación Internacional de Guardaparques, cargo que desempeñó por seis años, y que mucho dice cuando Gambarotta trabaja en un país que no se destaca por otorgar demasiados medios para la preservación de las áreas que designa justamente, como protegidas.

De sus muchas aventuras, describe “Juca” : “…Cuando llegué al puerto de Vero Peso, estaba, como de costumbre, atiborrado de barcos, la mayoría de ellos de entre ocho y quince metros de eslora y con el casco cas enteramente cubierto por una estructura de madera bastante alta, de techo chato y con escasas ventanas cuadradas. Me llamó mucho la atención ver gran cantidad de barcos cuya proa me parecía brutalmente mal hecha o al menos muy poco hidrodinámica totalmente plana y con una tabla colocada a lo largo como para intentar cortar el agua.

De un vistazo allí se podía obtener un panorama de toda la historia de la navegación Me encantó ver do, que parecían muy antiguos. A un kilómetro  aproximadamente navegaba un velero mediano, con una gran vela tarquina de color rosario y con el mástil muy inclinado hacia atrás. Había dos canoas de tronco amarradas al muelle y también un gran barco de río con rueda de paletas a popa. Dos cargueros se desplazaban lentamente cuando una lancha cruzó veloz escandalizando a los barqueros; para completar pasó un bote de competición con cuatro remeros.

Un señor que andaba por el lugar me dio una fuerte palmada de aprobación en el hombro. “¡Ah, Paysandú!”, gritó y continuó caminando rápido.

No entendí por qué supuso que yo era de la ciudad de Paysandú y lo alcancé para preguntarle en el mejor portugués que pude.

-¡Paysandú, cara!- dijo por toda explicación en tanto señalaba la banderita uruguaya que yo llevaba cosida en la mochila.

Se me acercó enseguida un vendedor de verdura, porque Vero Peso es aparte de puerto, mercado. El me explicó que la bandera que yo llevaba era la de Paysandú, uno de los cuadros de fútbol más antiguos de la ciudad. Se quedó tan sorprendido de que fuera además la bandera de un país, como yo de que lo fuera de un cuadro de fútbol. La única explicación que yo encontré a todo aquello era que el cuadro hubiera sido fundado por algún nativo de la ciudad de Paysandú.

La gente de Belém “a ciudade morena”; y sobre todo la del puerto, era de una mezcla racial muy variada. Infrecuentes tanto los negros como los blancos, se veían en cambio unos cuantos japoneses, pero dominaban los caboclos. De piel bastante oscura, con cierto aire aindiado unos, de negro otros y de blanco otros más, se daban grandes variaciones, al punto que ví un muchacho casi negro con motas rubias.
Algunos estibadores tenían un tamaño increíble, con unos pies anchísimos que quizás nunca conocieron zapatos.

…………..
A las dos horas de viaje, Baixinho apagó el motor y con la inercia la Conceicao se clavó entre la arena y la multitud de palos y troncos que había en la orilla.

Al saltar y tocar pie en la isla tuve la impresión de que era Colón. Estaba realmente descubriendo algo, al menos era nuevo para mí.

Lo primero que hizo Mioshy fue invitarnos a almorzar…….. Una vez que estuvo seguro de que no moriría de hambre por culpa suya, me pidió que me pusiera la mochila, que le resultó pintoresca por el gran caparazón de tortuga que le cubría la tapa. También me pidió que me pusiera el sombrero de orejeras peruano que venía usando desde que se me  hundiera un sombrero de ala ancha en el Araguaia.
Me tomó fotos de frente y de atrás.

Al ver mi sombrero de lana, Boto, un caboclo aindiado, si no es que era indio nomás, comentó a la gente que se había reunido a verme: “Yo ya había visto esos sombreros hechos con fibra de cocotero”.

-No. No es de eso, es de lana –le dije.
-¿Lana?
- Si, lana de llama- contesté.
-¿Llama? ¿Qué es eso?
-Son como ovejas, pero altas así y viven sólo en las montañas, sobre todo en el país de Manuel, expliqué.
-Y ¿Qué es una oveja? –Preguntó Boto.
Pensando que no ubicaba al animal por ese nombre, le hice una buena descripción y hasta balé para ayudar a mi mal portugués.
-No, no lo conozco- dijo-, nunca vi ese animal en la selva.
Tampoco lo conocía ninguno de los que serían mis compañeros de trabajo, pues uno de ellos me dijo que ese animal en portugués se llamaba cabra.
“He viajado –me dije- sin duda es un logro para un uruguayo llegar a un lugar donde las ovejas son desconocidas”.

Gambarotta siguió viajando, pero, profundamente comprometido con su país y con la causa de las áreas protegidas, recorrió y marcó trillos en los burocráticos edificios públicos hasta lograr el pasaje de una oficina del Poder Judicial a su preciado y defendido monte de ombúes. Aunque, no solamente “cuida”; sino que protege realmente, innova, presenta proyectos y sigue en una actividad que le ha valido vivir mucho tiempo hasta sin agua, sin energía eléctrica, con su familia en la ciudad pues no tenía como hacer llegar los niños a la escuela. Y aún así…. continúa.

“Al Monte de Ombúes –dice- llegué en abril del 91 … ahora que veo, vengo durando bastante en este trabajo. Si tendría ganas de ser guardaparque que, como ya saben, insistí durante años para venir, pese a que daba por supuesto que no podría viajar más, que no tendría más oportunidades. Pero si bien me equivoqué y sigo viajando, lo cierto es que el desempeñarme como guardaparque era y es lo más importante para mí.
Digo eso, aunque la verdad es que con mucha frecuencia comento para mi: “Me hubiera gustado llegar a ser guardaparque.” Eso es porque cuando las papas queman, uno descubre que uno pende de un hilo y que ya no se puede seguir desempeñando, al menos seriamente en una función que sigue sin estar reglamentada.

El guardaparque, en todos los países donde funcionan bien las áreas protegidas, o sea donde viven los animales que uno ve por la tele en las documentales, no hace más que hacer cumplir normas legales, contando él mismo con el apoyo de esas normas legales, pero en Uruguay esas leyes dejan mucho que desear”.

La palabra y la denuncia de Gambarotta tiene la autoridad de quien ha hecho mucho por la zona bajo su custodia, más allá de lo previsible, inclusive con los pocos medios con que cuenta. Son muchos los proyectos y petitorios que ha realizado y mucho más lo que ha logrado por su cuenta.

Para conocer un poco de su aventura en el exterior y también aquí, en la cercana Rocha, baste leer su libro.
Para conversar  con el hombre que pone su vida y hasta su familia al servicio de su trabajo y que realiza la tarea de formar grupos de pequeños guardaparques…una visita al Área Protegida de la Laguna Castillos, para conversar con él y aprender……es lo ideal.

www.portaldeluruguay.com