solis-slider-intro-1920x400
mvdmausoleoslider-intro-1920-400
mausoleo-slider-intro-1920x400
pocitosslider-intro-1920-400
Jueves, 01 Marzo 2007 20:09

DIARIO DE VIAJES: La ola está de fiesta

Y detalla que ese souvenir híper calórico se logra con cinco ingestas diarias, donde todas las propuestas light y vegetarianas (que también existen) sucumben frente a las opciones más tentadoras de la cocina mediterránea a bordo. Si bien el Sinfonía tiene que alimentar en cada viaje a 2.200 pasajeros y 730 tripulantes, las cifras que carga esta mole de 2 cuadras de largo y 12 puentes (pisos) de alto por semana son también impresionantes: 3.200 kilos de carne (argentina, igual que muchas de las 2.000 botellas de vino), 1.600 kilos de pasta italiana, 4 toneladas de pescado de los mares del norte, 10.000 kilos de fruta brasileña... Por eso, el capitán recomienda liberar las grasas e hidratos de carbono que se cargan en los comedores con un trote parejo por la pista del puente 12, utilizar alguna de las 7 bicicletas fijas con vista al mar, anotarse en las clases de gimnasia que se dictan en la proa, quemar grasas en la disco bailando hasta la madrugada o, simplemente, dejar la tarea de reducir centímetros para la vuelta, mientras se le aplica un manto de piedad al ego y se abona la teoría de que el aire de mar abre el apetito...

NAVEGANDO POR UN SUEÑO

La tendencia de vacacionar en altamar fue una alternativa válida para muchos argentinos a fines de los '90. Devaluación  mediante, esa perspectiva naufragó hasta el año pasado, cuando comenzó a considerarse nuevamente como una modalidad turística que permite conocer varias ciudades en un solo viaje. Durante el verano 2006-2007, noventa cruceros habrán amarrado en el puerto de la ciudad (uno de los más caros del mundo, según los agentes de turismo), frente a los 73 de la temporada anterior. Esta nueva etapa, además, sorprende con barcos cada vez más grandes que las compañías navieras justifican hablando del binomio costo-beneficio. "Esto es increíble", dice la santafesina Blanca Brugnoli, de 70 años, alias La Toti. Junto a su marido –Ismael Virili, 84 años, alias El gringo– están festejando sus bodas de oro. Esta es la segunda vez que toman un crucero. La primera fue para su luna de miel cuando viajaron desde Corrientes hasta el puerto de Buenos Aires. A Toti le  sorprende la cantidad de pasajeros, de tripulantes, de actividades, y los camarotes: "Son espectaculares y con un balcón que da al mar". Cuenta además que trajo pocas bermudas y mucha de ropa de fiesta, un error porque ahora la costumbre de navegar esta más relajada y sólo se usa un vestido largo para la noche de gala, una tradición en estos viajes.

EMPUJEN, ESTRUJEN Y BAJEN

Por su capacidad, al Sinfonía se podrían mudar a todos los habitantes de una localidad como Canning, en el partido de Ezeiza, o los de Guaminí, al lado de la laguna de Monte Grande. Además de camarotes individuales, dobles, triples y hasta cuádruples (los que se reservan primero), se pueden encontrar las comodidades de un resort cinco estrellas como guardería, spa,  peluquería, free-shop y biblioteca. Este buque italiano con bandera panameña tiene su propia moneda. Al embarcar se registran los datos de las tarjetas de crédito de los pasajeros o se les pide un depósito de US$ 150 que, al momento de bajar, funcionará como reembolso de los gastos realizados con la tarjeta plástica blanca que da el barco, única que vale en esta arca de Noé posmoderna. Sirve para pagar los gastos no incluidos en el paquete (la tarifa por 8 noches, por persona, arranca en US$ 1.080) como las bebidas y, además, da vía libre para bajar a tierra y volver a subir. Una especie de pasaporte que hace a su portador ciudadano independiente del crucero.

LA ALEGRIA NO ES SOLO BRASILEÑA

El barco hace diferentes paradas en tierra firme de medio día a día entero. En este caso: Ilhabella, Río de Janeiro, Santos y Punta del Este. En cada punto hay recambio de pasajeros. A los rioplatenses les tocan las cabinas pares y a los brasileños las impares. Esta no es la única diferencia. Según el paulista Leonardo Paiva, asistente de barman en el buffet de la  piscina, 21 años y feliz porque esta travesía le agrega "experiencia internacional" a su currículum, los brasileños consumen especialmente cerveza, vodka y whisky, mientras los argentinos piden fernet con coca. En el casinó (sí, con acento, porque sin él en italiano, lengua madre de esta compañía de cruceros, significa prostíbulo) los argentinos desesperan con las 3 ruletas y los brasileños en las 63 máquinas tragamonedas. Otra diferencia: "El pasajero brasileño viene exclusivamente a divertirse. El argentino, en cambio, es un gourmet, que entiende mucho de cocina, ama la pasta y el buen comer", compara Antonio Russo, el hotel manager.

FUERZA MAYOR

La población que elige este tipo de vacación es aquella con espíritu puramente festivo. La mayoría son familias y el promedio de edad va de los 35 a los 65 años. Lo corrobora la pasajera Graciela Colla, de Pacheco, Tigre, ferviente participante de la junta vecinal de su barrio. Tiene 63 años, no supera el metro cincuenta de estatura y sus medidas están lejos de alcanzar los clásicos 90-60-90. De todas maneras, fue elegida la Reina del Mar de esta travesía. Supone que la votaron porque es muy expansiva, simpática, participa en los los juenagos grupales –desde búsquedas del tesoro hasta dígalos con mímica, "imposibles" para los aburridos de siempre–, pero por sobre todo "porque represento a la mayoría; me aplaudieron muchas maduritas como yo".

Con 26 cruceros en su haber, el ingeniero Rodolfo Pignatelli, de 65 años, es una voz experta. Describe al crucero como "24 horas servidas". Este apasionado por pasarse días rodeado de agua opina que se ahorra el estrés de una vacación en tierra firme, donde "hay que salir a buscar hotel y dónde comer". Mientras deja sobre la mesa el libro El iluminado de Paul H. Koch, que comenzó a leer en esta travesía y se arregla el moñito rojo que completa el esmoquin ("antes usaba uno negro, pero parecía un mozo"), destaca que su ritual preferido es pedir un vino italiano a la hora de cenar, especialmente el Chianti Vernaiolo, de la Toscana (21 dólares la botella). Tampoco se pierde uno de los dos turnos de espectáculos en el teatro de 800 butacas. Los shows más aplaudidos son los de magia. Escenografías rutilantes, malabares, bailes y canciones son el condimento perfecto para una puesta en escena que necesita mucho music hall y poco texto para que sea comprensible para todos. Porque el dialecto que más se escucha a bordo es el portuñol, pero el lenguaje que más se practica es el de los gestos. Clarísimo para comunicarse con los pasajeros franceses, alemanes e ingleses, los barman y esteticistas de Indonesia, la gente de limpieza, que es de Madagascar, los seis agentes de seguridad israelíes, la plana mayor italiana y hasta con el cuerpo de artistas,
los más internacionales de todos: hay bailarines rusos, inglese, holandeses y ucranianos, acróbatas rumanos y hasta una contorsionista mongola de 21 años.

ESA RUBIA DEBILIDAD

La que tiene más siliconas, el de la mini zunga, la familia que perdió el barco en Santos, la abuela que quiere participar en todos los juegos aunque esté en silla de ruedas, el señor que se sirve doble ración de huevos revueltos y panceta ahumada en el desayuno, las dos parejas de un grupo de solas y solos que se armaron en la travesía, el que se anima a tirarse de cabeza en el agua congelada de la piscina, el que siempre llega primero a cubierta para echar su toalla en alguna de las 1.180 reposeras que allí esperan. En un crucero hay personas para conocer y otras que se dan a conocer. Nora Rodríguez y María Licursi comparten habitación. Ambas realizan este recorrido marítimo luego de anotarse en una agencia de viajes que ofrecía propuestas para solos y solas. Nora, comerciante, con más de 11 cruceros en su haber, dice que prefiere las compañías nagos vieras italianas "más distendidas y amigables que las estadounidenses". María, contadora pública, se queja de que hay "mucha gente, pero pocos hombres".

Un single más joven que viaja en este barco es Omar Livora, de 22 años, arquero de Almagro. Considera que tuvo mucha suerte con el sol pero "poca en la rula". Perdió 20 dólares jugándole al 17, la desgracia. Comenta que también se hizo una pasadita por la discoteca, que "está buena, pero con una onda muy familiar". ¿Chicas? No vio muchas. Seguramente coincide con dos personajes del libro Los Premios, de Julio Cortázar, que están a horas de subir a un crucero cuando ven salir a una mujer bonita del subte. Restelli pregunta: "¿Encontraremos viajeras tan rubias y livianas en nuestro amable crucero?". López contesta: "Dudoso. Las mujeres más lindas viajan siempre en otro barco, es fatal".

CIUDAD OCULTA

Los pasajeros reinan pero no gobiernan. Y menos, en los pisos inferiores: ése es el espacio soberano de la tripulación donde, además de los camarotes, están los depósitos de alimentos y las máquinas. Estos "vecinos de abajo" tienen sus propias reglas y jerarquías. Disfrutar de algunos beneficios como pasearse por el barco en sus horas libres o poder bajar en las diferentes paradas está reservado para la plana mayor, animadores y el elenco artístico. Un tripulante argentino con ya 4 años arriba de un barco es Federico Scalzo, 21 años, de Santo Tomé, provincia de Santa Fe. Dice que las travesías le ayudaron a aprender idiomas gratis. Entre sus ocupaciones principales está la de "sacar a bailar a las señoras mayores". Advierte que no está permitido intimar más de la cuenta con las pasajeras y que, de hecho, la mayoría de las parejas se arman entre la  tripulación. Eso sí, a la hora de compartir camarote, la dupla debe acreditar que ya estaba constituida antes de subir a la
nave.

UN MAR DE DUDAS

En todos los viajes, siempre hay alguien que pregunta, lo que tal vez a más de uno le interese: "¿Hay servicio de  acompañantes?" Alejandra Ladrón de Guevara, argentina, asistente de los turistas de habla hispana y con 15 años en la compañía, es terminante: "No". Aunque reconoce que a los interesados se les contesta de manera más "elegante", con un: "No, señor".

La consulta que sí inquieta a casi todos los cruceristas primerizos antes de abordar la nave es si el barco se mueve mucho. El capitán Galano asegura que como la zona que recorre el Sinfonía no es de temporales, el barco "es casi una cuna mecedora" y agrega que "el bamboleo" se siente más en los pisos altos que en los bajos. La doctora Jacqueline de Pineda, mexicana, 35 años, médica internista y única mujer entre los cinco integrantes de la plana mayor, confirma: "Los mareos no son tan habituales". Y agrega que lo que más se receta a bordo son antiinflamatorios por algún resbalón en la piscina, antiácidos por los atracones, antibióticos por los resfríos ocasionados, generalmente, por el paso de los salones con aire acondicionado a cubierta (siempre descubierta, como su nombre no lo indica), y algún corticoide para calmar las molestias de los  desprevenidos pasajeros sorprendidos en la bajada a Ilhabella por los borrachudos, unos mosquitos que dejan roncha y mucha picazón (deberían ser borrachudas, ya que sólo las hembras adultas son hematófagas). Y advierte que ante cualquier paciente grave, un helicóptero será el encargado de llevarlo a tierra para su internación.

En el ranking de dudas va segunda la consulta acerca de si las barandas del barco son seguras. Máximo Conterno, director de marketing de MSC Cruceros, desde hace 11 años cuando la compañía ancló en Argentina, hace memoria y recuerda que sólo escuchó sonar la sirena de "hombre al agua"ante algunos suicidas, aparentemente sin deseos de ser rescatados como consta en las cartas que dejaron antes de tirarse. Y si bien no hay capilla, el barco también da respuesta a los que aún siguen amarrados a la historia del Titanic: dos simulacros de emergencia y chalecos salvavidas para todos.