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Miércoles, 15 Abril 2009 05:03

Fernando Lugo

por Luis Alejandro Rizzi
En esa maraña de virtud y miseria en la que se desenvuelve todo ser humano, me atrevo a decir que todo es posible. En la vida humana no existe “el nunca mas”. El pecado, entendido no solo como una transgresión a
 los preceptos de la religión sino como la acción que se aparta de lo justo y lo recto o como falta hacia lo que es debido, forma parte de nuestra naturaleza.

En la vida humana no existe la “vida perfecta” o “inmaculada”.

El caso de Fernando Lugo reúne dos particularidades que convierten un hecho privado en un hecho público.

Por un lado su carácter de sacerdote, ahora ex sacerdote, de la Iglesia Católica y por el otro su calidad de Presidente de la República hermana del Paraguay.

El caso de hijos no reconocidos, porque de ello se trata, debe ser ponderado desde esa cobardía o lo que es peor aun desde la incapacidad de cualquier persona para asumir las consecuencias de sus actos.

Es quizás la prueba más grosera de falta de madurez y sensibilidad.

Lo de Lugo es grave por que como hombre y persona no tuvo la espontaneidad de asumir su paternidad en el momento oportuno pero a su vez se lo debe valorizar porque la aceptó abiertamente ante la trascendencia que el hecho comenzó a tener en la sociedad con todo lo que ello significa y puede llevar a significar sin medir las consecuencias de su confesión.

Fue infiel como sacerdote, fue infiel con la madre de su hijo, fue infiel con su propio hijo, fue infiel con él mismo, todas estas infidelidades, no guardan un orden de prelación se dan diría de modo horizontal, siendo cada una de ellas tan grave como las otras.

La fidelidad tiene que ver con la buena fe que es esa actitud del espíritu o del alma que nos hace confiables ante el prójimo.

No se si de aquí en más Lugo podrá ser un persona “confiable” políticamente para la sociedad en la que se desenvuelve, su confiabilidad dependerá de sus comportamientos futuros.

Lugo pecó por obra y omisión. Por obra porque su comportamiento hacia la madre de su hijo y hacia su hijo fue reprobable mas allá de su condición de sacerdote, hombre público o político.
 
Su hijo no parece haber sido fruto del amor ni de una decisión voluntaria y meditada como debería ser toda aquella relacionada con la concepción de la vida.

Fue más bien y así lo demostró su conducta posterior, consecuencia de una necesidad sexual que solía satisfacer en la clandestinidad de sus más profundas miserias.

Lugo también pecó por omisión porque mientras pudo mantuvo oculta su paternidad lo que constituyo una doble muestra de hipocresía hacia su hijo y a su religión.

No le niego a Lugo su derecho al arrepentimiento, pero no basta con rezar el “yo pecador” o su valiente confesión.

Su conducta a partir de ahora demostrará, ante los hombres, la autenticidad o falsedad de su tardío reconocimiento.

El hombre público carga con la difícil misión de la ejemplaridad, tanto para el bien como para el mal. Veremos que camino elige Lugo de ahora en más.

Dos reflexiones finales, la primera: la iglesia debería seriamente meditar sobre el celibato sacerdotal, ni la Iglesia ni ningún ser humano puede imponer límites a la sexualidad de la persona como no podría hacerlo con ninguna de sus otras dimensiones, la de pensar, la de amar, la de contemplar.

Esta actitud es castradora y cruel y causa además de esos otros vicios como la pedofilia o la sexualidad clandestina.

Más aun el voto de castidad es disciplinario ya que no tiene nada de dogmático, ni lo podría tener.

La iglesia tiene mas de dos mil años; no podemos poner en tela de juicio su sabiduría, pero humanamente seria mucho más comprensible que un sacerdote casado tuviera que divorciarse antes que tener comportamientos como los de Lugo, que quizás no resulte exagerado calificarlos como inaceptables.

La otra reflexión: Cristo edificó la Iglesia sobre Pedro que lo negó tres veces, fue un “Lugo” de la época, porque simbólicamente Lugo al no reconocer a su hijo negó a Cristo.

Pedro reconoció su falta y se convirtió en pilar de la Iglesia. Dios perdonó a quien lo negó porque comprendió la diferencia que existe entre la naturaleza de lo divino y de lo humano.

La Iglesia deberá asumir la sexualidad con realismo y racionalidad y comprender que la sexualidad no depende del matrimonio sino que debe ser una  genuina expresión del amor del hombre y la mujer sin la intermediación de la burocracia civil o religiosa.

Sin sexualidad no puede haber amor.

Diría mas, reprimir la sexualidad es una inmoralidad como lo son las huelgas de hambre o la negativa a pensar.

En el plano humano la sexualidad funciona así, en el ámbito de lo divino lo ignoro.
 
Esta distinción la debe asumir la Iglesia en el siglo XXI como muestra de su sabiduría y prudencia.

Lugo es antes que sacerdote y político un hombre y así debemos comprenderlo, valorarlo y juzgarlo los hombres.

En su conducta la Iglesia ni la política tienen nada que ver. Hizo lo que quiso, hizo uso de su libertad, diríamos que hizo un mal uso de su libertad.

No se si  Lugo será el cura que creó Graham Greene en su novela “El Poder y la gloria” o el de “la impotencia y la miseria” de ello dependerá el juicio divino.