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Domingo, 18 Marzo 2007 17:53

ZONA DESTINOS - Dubai: un oasis en Medio Oriente

19 MAR 07 - Portal del Uruguay.
Hace 35 años era un desierto. Hoy se construye un archipiélago de 300 islas artificiales, donde existe un shopping con pista de ski incluída que costó sólo unos 272 millones de dólares. Dubai es la nueva cara del lujo en el Golfo Pérsico


  
DUBAI.– “Welcome to the future”, dice un cartel rojo gigante. Suena a videojuego, a película de ciencia ficción, a parque de diversiones. Pero no: esto es en serio. Sin más agregado que ese slogan de resonancia fantástica, Dubai da la bienvenida al final de la primera escalera para ingresar en el aeropuerto. Muy simple y de apariencia inofensiva, la sola frase ya predispone un ánimo –o más bien un enfoque- con el cual observar la ciudad. La primera señal de que hasta el más sutil detalle para guiar la mirada del turista ha sido cuidadosamente pensado.

Dubai está de moda como destino turístico en Europa y el año último recibió más de seis millones de visitantes de todo el mundo. La comparan con Disney, Miami o Las Vegas, pero huele a cierto desdén esa mirada occidental. Mejor es la versión de un Medio Oriente light, como comentaba una nota reciente en The New York Times: menos complicado, menos densamente ocupado y menos nervioso que otros destinos cercanos de la región.

Por un lado, Dubai es brillo y desborde: cientos de hoteles lujosos, más de 40 malls de primer nivel, cerca de 600 rascacielos y proyectos inmobiliarios de cifras inimaginables; acá se organizan las convenciones y las conferencias de multinacionales más espectaculares que se hayan visto y está en marcha un centro financiero que pretende competir en el nivel mundial. Es una ciudad moderna y sofisticada, con buenos servicios, infraestructura tecnológica y una población cosmopolita.

Hace 36 años todo esto era puro desierto. Dubai es hoy pasarela de rusos, alemanes, italianos, ingleses, árabes, australianos, aunque es el dinero, por encima de todas las cosas, el que no para de circular.

Pero detrás del brillo también se advierte la sombra. Miles de grúas funcionan a toda hora frente a la ventana de cualquier hotel; operarios paquistaníes e indios trabajan de sol a sombra y viven en condiciones precarias para levantar lo que parece un pequeño imperio. Un tránsito exasperante y una casi ausencia de transporte público. También incipientes vicios –como el alcohol o la prostitución–, que se suponen ajenos a su cultura, pero que en el frenesí de asimilaciones no se han podido filtrar.

Ayer y hoy

En la costa sur del Golfo Pérsico, Dubai es una de las siete ciudades-estado que componen los Emiratos Arabes Unidos. Hasta 1971 fueron un protectorado del Reino Unido. Cada uno está gobernado por un emir o sheik, con los poderes de una monarquía absoluta, y tiene sus propias leyes.

Dubai fue un pueblito de pescadores construido alrededor de un puerto por el que pasaban las rutas comerciales y donde se dedicaron a la extracción de perlas del fondo del mar.

El petróleo permitió gran parte del boom actual, pero no lo explica completamente. Dubai tiene una producción limitada que se prevé que se terminará en la próxima década. Por eso, hace unos años, el gobierno decidió diversificar su economía y la orientó al sector de servicios y el turismo.

Hoy, sólo el 5% de los ingresos proviene del petróleo.

Una de las grandes apuestas económicas es el Centro Financiero Internacional, que abrió en 2002, y que ambiciona ser sede de más de 250 firmas del sector en 2009. Tiene buenas perspectivas si se considera su ubicación en una región donde fluye el dinero.

Una nota reciente en The Economist comentaba que las compañías son atraídas a Dubai por incentivos que no se encuentran en otros sitios de la región. “Han tomado lo mejor de Bermuda y de Suiza, y están combinando esos dos conceptos”, decía un ejecutivo del Citigroup.

Es que para facilitar la instalación de empresas ligadas con la tecnología se crearon zonas francas donde se permitió a firmas extranjeras ser propietarias del 100% de las filiales pagando muy bajos impuestos, facilitando las visas para los trabajadores necesarios y con la posibilidad de repatriar las ganancias también sin impuestos.

Con mucho escepticismo acerca del origen de los fondos que alimentan el emirato, un especialista en Medio Oriente, consultado recientemente por el diario francés Le Parisien, decía que para él Dubai es virtual. “Su receta mágica es una desfiscalización total. No se pagan impuestos y se puede transferir fondos de manera muy discreta. No se conoce nunca el origen del dinero”, explicaba Antoine Sfeir. Para sugerir inmediatamente que “no es imposible que se blanquee dinero en sus programas inmobiliarios alucinantes, relumbrantes…”

Justamente, otro factor que ha beneficiado la economía es el desarrollo inmobiliario, que vive un boom de construcciones desde 2004. Según la Cámara de Comercio de Dubai, el sector contribuye con un 12,2% al PBI y ha crecido a una tasa promedio del 27% anual. Dubai usa un cuarto de todas las grúas del mundo y tiene en marcha proyectos que incluyen desde gigantes archipiélagos con 300 islas artificiales hasta torres con forma de piezas de ajedrez.

Lo nuevo y lo viejo

Un recorrido en auto por las arterias principales, que muestran la ciudad moderna, deja a cualquiera con la boca abierta. Un rascacielo tras otro, con vidrios espejados, formas insólitas o detalles llamativos compiten por ganar una atención que no encuentra descanso.

Los hoteles son en su mayoría cinco estrellas. Si uno no se puede alojar, al menos vale la pena contemplarlos. Tienen los pisos brillosos, floreros con rosas traídas de Holanda, lobbies donde se mezclan los trajes Versace con las túnicas impecables de los musulmanes. Los baños huelen a durazno o lavanda, y para secarse hay toallas individuales, ¡pero de las de verdad, nada de papel!

La parte moderna incluye shoppings alucinantes que van desde el más grande del mundo hasta otro con una pista de ski adentro. Se destacan por una concepción elevada del servicio al cliente que va más allá del buen trato y la disposición: ofrecen auto con chofer y personal shoppers, entre otras cosas.

Pero lo más interesante es observar la mezcla multicultural. Las mujeres árabes se pasean con sus túnicas negras (abayas) y con la shiela que cubre su pelo. Algunas van con la cara tapada y otras, descubierta, pero casi ninguna –al menos en estos malls de alto vuelo– se pierde de lucir su gigante cartera Gucci o

Louis Vuitton. También llevan anteojos de marca colocados como vincha encima del velo y se las ve llenas de anillos, pulseras y relojes que se adivinan costosos. Son pequeños espacios para dejar en claro su status social.

No es raro ver a un chiquito de jeans y gorra Nike que extiende la mano a un padre con turbante ni tampoco a una mujer que cubre su cabeza con velo, pero luce un Levi’s de lo más ajustado.

De vuelta al aire libre, los costados de muchas avenidas se ven adornados con filas larguísimas de flores fucsia. Los mendigos están prohibidos, así como se multa por tirar basura y hasta por tener el auto sucio. En Dubai hay que brillar…

Por el camino, alguna Ferrari distrae la vista. Y por momentos el tránsito a paso de hombre amenaza con exasperar el ánimo. Pero la quietud está lejos de ser improductiva y permite observar con otra perspectiva eso que se pierde con la velocidad. De repente se hacen patentes cientos de mamelucos azules y cascos amarillos que no paran de trabajar. Están por todas partes. En Dubai se construye las 24 horas. La mayoría de los obreros son indios y paquistaníes. Por la noche se los ve cansados. Se sientan en la calle y esperan el ómnibus que los llevará a las viviendas donde conviven entre cinco y ocho trabajadores. No es fácil hablar con ellos. No queda claro si es el idioma diferente o el temor a cualquier cuestionamiento lo que pone una distancia esquiva. Finalmente cuentan que ganan 800 dirhams (AED) al mes, unos US$ 218. Se comprende mejor que no tengan mucho más que decir.

La parte vieja de la ciudad es un respiro después de tanta modernidad. La vista descansa en la belleza de lo sencillo, de las grietas y de los matices que muestra una vida cotidiana “en crudo”, sin editar.

Se ven los clásicos ómnibus, llenos de turistas mientras se escucha de fondo el rezo en las mezquitas y se huele a incienso, que se cuela por todas partes.

Los musulmanes rezan cinco veces al día. Uno de los aspectos más importantes de la religión y la cultura en este lugar es la hospitalidad. Es que antiguamente, en un ambiente desértico y con pocos oasis, la hospitalidad era esencial para sobrevivir.

Los souks son los mercados tradicionales al aire libre, con muchos puestos que rebalsan de mercadería barata y de empleados que intentan atraer la atención.

La arquitectura de lo que ha logrado rescatarse del pasado sorprende por las torres de viento, de origen persa, que servían para ventilar las casas en esta zona que en verano tiene unos 50°C grados de sensación térmica

La gente

Dubai tiene más de 1.400.000 habitantes y menos del 20% es nacido en los emiratos. La mayoría de los residentes son trabajadores extranjeros. Hay indios, paquistaníes e indonesios. También, muchos británicos. La mayor parte de los dubaitíes profesa el islamismo y su idioma oficial es el árabe. Pero se permite a los extranjeros practicar su propia religión y estilo de vida.

Teresita tiene 36 años y trabaja como moza en uno de los hoteles más lujosos de Dubai. Es una filipina bajita y de voz muy tenue, que se percibe tiene tanto temor de hablar como necesidad de hacerlo. Ha dejado su país y su familia en busca de trabajo y con la esperanza de poder enviarles un dinero que todavía, luego de dos años, no alcanza. Su sueldo es bajo y apenas puede alquilar vivienda y pagar la renovación de su visa. “Extraño mucho a mis tres hijos y lloro pensando en ellos, pero necesito un trabajo permanente que en mi país no puedo tener.” Aunque la presencia del grabador intimida, unas cuatro mozas se acercan tímidamente; escuchan, miran y asienten con expresión melancólica; por las dudas quieren dejar su teléfono, imaginando cualquier mejor oportunidad.

Bandula es un señor de Sri Lanka que pasa sus días en uno de los ambientes más chic de Dubai, transportando a turistas en una embarcación que conecta hoteles de lujo. Gana AED 1300 (US$ 355) al mes y trabaja 9 horas. Vive en una casa compartida con dos hombres más. El está conforme, dice que no se puede quejar.

Aunque tiene una mirada nostálgica, Hicham tampoco se queja. Con 28 años, llegó de Morocco para trabajar en un exquisito local de la firma Gian Franco Ferré: “La vida es muy cara, pero puedo dormir tranquilo porque se vive en paz. Nadie anda haciendo averiguaciones ni preguntas en la calle. No tengo nada que temer acá”.

Taxistas afganos, filipinos e indios apenas se atreven a confesar que sus salarios son bajos, “pero por lo menos acá hay trabajo” se apuran a decir, como temiendo molestar.

En cambio, Mustafá es un dubaití extrovertido y optimista. No le faltan razones. Al ser tan bajo el número de locales, el sheik les asegura una serie de beneficios gratuitos: tierras, casa, luz, agua, educación, salud y altas posibilidades de ser elegidos en cualquier trabajo.

“Queremos mucho al sheik, es muy cercano a la gente”, comenta Mustafá.

–¿Los dubaitíes se sienten invadidos por los turistas?

–Hicimos este país para los turistas. Estamos contentos porque aprendemos de ellos y ellos de nosotros. Sin los extranjeros este país no sería lo que es.

–¿Y qué opinión le merece que toda esa gente que construye este país trabaje tantísimas horas, por salarios tan bajos y en condiciones regulares de vida?

–Acá hay lugar para todos: ricos, medios y pobres. Cada uno puede elegir si quiere quedarse o irse. Yo veo que la gente que gana muy poco, sin embargo, está conforme porque viene de países donde no pueden trabajar; en cambio acá puede tener vivienda y comida.

En Dubai, los jóvenes profesionales extranjeros de buena posición cuentan de la satisfacción de trabajar en un país donde no se habla de política y en cambio se ponen en marcha proyectos, hay lugar para la iniciativa y una proyección de crecimiento que ayuda a emprender. Valoran mucho la existencia de una gran seguridad y por eso no temen estar en una región conflictiva. Algunos deslizan que ese beneficio probablemente haya sido comprado por un gobierno rico que necesita paz. Si bien perciben la posibilidad del contacto multicultural como uno de los valores más preciados, al mismo tiempo cuentan que la diferencia de nacionalidades implica un esfuerzo de energía adicional para hacerse entender, para acomodar idiosincrasias, visiones y modos de comprender. En fin, gajes de la globalización...

La mujer

Es raro ver a las árabes solas, casi siempre van por lo menos de a dos. Generalmente son de voz suave, movimientos delicados, despojadas de prepotencia y dotadas de gran femineidad.

Juwayryah tiene 38 años. Es una suiza convertida al islam y a la que todos llaman Juju. Se viste con túnica y un velo que deja ver una de las caras más lindas de todo Dubai. Irradia una serenidad contagiosa. Se dedica a entrenar a hombres de negocios para que conozcan y comprendan la cultura del lugar. “Les enseñamos cuál es la mentalidad de acá, la manera de comportarse, las cosas sutiles que no es conveniente hacer”, explica Juju.

–¿Y cuáles son esas cosas que no hay que hacer?

–Por ejemplo, la manera de vestirse puede resultar ofensiva para esta cultura. Aunque el local no vaya a reprocharlo en voz alta, no significa que deje de generarle disgusto o una mala impresión cierta vestimenta inadecuada. Es que algunas extranjeras se visten acá sin ningún reparo. Eso demuestra un desinterés y falta de respeto por las costumbres locales, una actitud de “yo impongo mi cultura que es lo civilizado”.

–Tal vez la mujer occidental ve en esos cuerpos y caras tan tapados un signo de opresión de la mujer, ¿hay algo de eso?

–Acá las mujeres no están oprimidas. Se tapan porque quieren, lo viven como una cuestión de respeto; y porque con ello tienen mucho que ganar, saben que todo lo que consigan será por lo que son y no por lo que muestran. Tal vez tengamos un concepto diferente de la libertad. Muchas extranjeras piensan que son libres por usar una bikini, pero son las mismas que se hacen cirugías, que se ponen colágeno o siliconas y se convierten en esclavas de eso donde centran su idea de libertad. No las veo felices, la mayoría vive con serios problemas psicológicos, con depresión…

Durante la charla se acerca una musulmana con túnica negra y la cara tapada, apenas se le ven los ojos. Transmite gran energía y buen humor.

–¿No le molesta toda esa ropa con el calor? ¿Se la deja todo el día?

–¡Nooo, para nada! Me molestaría mucho más su jeans. La cara me la tapo sólo en presencia de hombres ajenos a mi familia.

Juju interviene: “Nadie les impone la ropa que tienen que usar. Llevan lo que las hace sentir cómodas. El origen de taparse la cara no viene de la religión, sino de la época del desierto, donde los hombres emprendían largos viajes y las mujeres que quedaban solas se sentían protegidas tapándose. Así nació una tradición y las costumbres generan identidad. Por eso es difícil para estas mujeres cambiar sus hábitos.

–¿Cómo vive la mujer islámica?

–Yo a las mujeres en esta región las veo como unas reinas. Son muy cultivadas, tienen incluso más diplomas que los hombres, aunque luego de casarse no ejercen. Les gusta dedicarse a educar a sus hijos, lo consideran un honor que no quieren delegar. Se pasan el día en el salón (peluquería, manos, pies) gastando la plata de su marido y tienen mucho personal en su casa: chofer, cocinero, gente de limpieza.

–Pero eso será el caso de las ricas…

–Es que todas las musulmanas que están acá viven en una buena situación económica.

–Se ve a muchas mujeres de túnica, pero que tienen muy incorporado los bienes de lujo y estilo de vida occidental, ¿cómo se compatibiliza eso con el islam?

–Es verdad, acá hay mucha mezcla. Algunos han seguido sus tradiciones y otros no. El islam no prohíbe el lujo. Pero el dinero suele afectar el corazón, así se pierde espiritualidad y con ella un sentido de dirección para guiar las acciones.

El sheik

“La plata es como el agua. Si se la mantiene encerrada se estanca y toma mal olor…pero si se la deja fluir se mantiene fresca.” La frase define su filosofía y su personalidad. La dijo Mohammed bin Rashid al-Maktoum, actual sheik de Dubai, primer ministro y vicepresidente de los Emiratos Arabes. Es el líder del gobierno y, sin duda, la figura más idolatrada. Su foto está por todos lados, desde carteles en las rutas hasta almanaques o calcomanías en los autos.

Entre la gente de la calle, inspira gran respeto, cariño y admiración. Los hombres de negocios lo definen como el gran visionario y estratega.

Tiene 57 años y recibió gran parte de su educación en Cambridge. Todos aseguran que es el cerebro detrás del impresionante desarrollo de Dubai. Fue el de la idea de darle un perfil turístico de alto vuelo al emirato, y para eso planeó ferias y grandes premios deportivos cuando este lugar no era fácil de vender. ¿Llevar caballos a correr hasta Dubai? ¿Jugar al tenis con 45°C? ¿A quién se le ocurre? El sheik supo encontrar un anzuelo imbatible al ofrecer premios de cifras desorbitantes, una política que no sólo atrajo a deportistas u hombres de negocios en forma aislada, sino que tuvo alto impacto en el turismo y las inversiones.

Es un apasionado de los caballos y aseguran que tiene los mejores del mundo.

Su segunda mujer es la princesa Haya, hija del rey Hussein de Jordania. Es una apasionada de la equitación, estudió en Oxford y también una figura adorada por el pueblo.

Final de viaje

Es bastante raro escuchar quejas en Dubai. Entre la gente reina un ánimo optimista y un espíritu emprendedor. Es un sitio amigable hacia el extranjero y las cuestiones religiosas no generan tensión.

Camino al aeropuerto, escenas mil veces repetidas se acercan de a una por el vidrio de la ventanilla. Unas musulmanas risueñas hablan por celular mientras abren la puerta de su 4x4. Más allá, un hombre vestido de Armani estrecha su mano con otro de túnica blanca en un intercambio de gestos de satisfacción. Otros tantos se calzan en público sus zapatos y de a montones se los ve salir cantando de la mezquita. Un Mercedes pasa por al lado y el vidrio de atrás muestra una cabeza blanca que se deja acariciar por otra de rostro muy joven y extremadamente maquillado. A pocas cuadras, un obrero se sienta en la vereda. Parece exhausto y se seca con el brazo el sudor de la frente. Todo eso es Dubai.

Por Teresa Batallanez (enviada especial)

El Burj Al Arab

Es todo un emblema para Dubai. Conocido por ser el único siete estrellas en todo el mundo, su forma de vela con el mar de fondo le confiere un estilo inconfundible. Construido sobre una isla artificial propia, tiene 321 metros de alto y 202 suites de lujo con un servicio personalizado para cada huésped. La habitación más chica es de 169 m2 y sale más de US$ 2000 la noche.

Adentro, los colores son fuertes. Las paredes del edificio, columnas y techos están revestidos con láminas de oro de 22 quilates. Por fuera, el diseño de las habitaciones se parece al de los camarotes de un barco. La mayoría son de dos pisos, tienen cama giratoria, cine, jacuzzi, ascensor privado y cinco personas permanentemente a su servicio. El hotel también tiene helipuerto en el piso 28. En el último piso hay un restaurante desde donde se puede tener una vista única de toda la ciudad.

De príncipes y prejuicios

Por Teresa Batallanez

Muchos se imaginan que en Dubai los príncipes se pasean como Pancho por su casa. Al menos ésa es la impresión que tuve cuando anuncié mi viaje. “Tenés que conseguirte un príncipe”, me decían todos, como si se tratara del típico producto de lujo de cualquier supermercado dubaití.

Yo me preocupé por saber, antes de partir, todo aquello que podía ofender a los musulmanes. Leí, por ejemplo, que no quedaba bien mostrar la suela del zapato y mientras armaba la valija me repetía a mí misma ¡que no se me ocurra cruzar las piernas!.

En el avión, una española que quiso darme un poco de charla me preguntó con tremenda preocupación si estaba viajando sola. “¿No te da miedo siendo rubia? Tenés que tener mucho cuidado, acá te van a querer comprar. O cambiar por camellos, que es de lo más común.”

Cuando el primer señor con turbante se dirigió a mí para llamarme al puesto de migraciones en el aeropuerto de Dubai, me acerqué con la vista baja no fuera que de entrada me quisieran llevar…

Una vez inmersa en la gran ciudad la realidad se encargó de tirar abajo los prejuicios. Me encontré con árabes amables, simpáticos, chistosos y sumamente tolerantes. En cambio me impresionó la falta de respeto de algunos turistas sin el menor atisbo de prudencia ante esta cultura. Cuando se pedía ir con ropa discreta a la visita a una mezquita, me quedé helada al ver mujeres a lo Britney Spears o señores con musculosa fluorescente.

Mi visión general de Dubai terminó pareciéndose mucho al estereotipo de chica rica que recuerdo de los cuentos: soberbia y algo altanera, pero con un brillo propio que seduce a “buenos y malos”; todos quieren ser su amigo, aunque a medida que se acercan se hacen patentes su –siempre exagerada– miserias. Lo mismo ante el lujo y la potencia de Dubai: uno no puede más que rendirse, admirar, gozar. Pero a medida que se acerca la lupa, también aparecen manchas que no tiñen todo el esplendor, pero que tampoco se pueden tapar.

Confieso cierta desilusión por la falta de ofertas que tuve…¡ni por dos camellos me quisieron cambiar! Tuve una vuelta sin príncipes. Pero volví mucho más rica.

Proyectos inmobiliarios

Entre los grandes proyectos de urbanización y turismo se destacan las Palm Islands, tres islas artificiales en forma de palmera que están en construcción y que incluirán torres opulentas de departamentos y unos 100 hoteles. Para 2008 están previstos hoteles de dos diseñadores mega fashion: Armani y Versace y un extravagante hotel submarino.

Otro gran proyecto es The World, un archipiélago de 300 islas de arena artificial que imitarán un mapamundi a escala. Se podrá llegar sólo por mar o aire. Además piensan construir la torre más alta del mundo, Burj Dubai, de 700 metros como mínimo, que está por la mitad.

Otros proyectos en construcción son el Dubai Mall, con una pista de patinaje sobre hielo y el cine Imax más grandes del mundo; Dubailand, un gigantesco parque de diversiones, y Chess City, un distrito millonario que tendrá 32 torres con forma de piezas de ajedrez.

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