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Lunes, 19 Marzo 2007 20:48

ZONA VIAJES - De Salta a Atacama: Salinas, géiseres y desierto

20 MAR 07 - Portal del Uruguay.
A más de 4000 metros sobre el nivel del mar, una travesía única de la Argentina a Chile, por paisajes y sensaciones contrastantes e inolvidables

SAN PEDRO DE ATACAMA, Chile.- Apenas despunta el sol en la capital de Salta, en nuestro país, el guía Juan Manuel Ortiz y la organizadora de la travesía Constanza Bearzi nos preguntan: "¿Traen suficiente ropa de abrigo? ¿Gorros y guantes? ¿Protección solar y traje de baño?" Si bien la lista suena incongruente, con el transcurso de las horas nos iremos dando cuenta de que no era tan así, ya que todo eso es necesario para disfrutar plenamente este viaje.

Luego de comprar hojas de coca para mascar -remedio fundamental para los sensibles a los efectos de la altura-, tomamos la ruta 51 rumbo al Oeste. Tras andar unos pocos minutos nos adentramos en la quebrada del Toro, un bello recorrido que va paralelo al Tren a las Nubes y que ofrece paisajes cambiantes a medida que se va ascendiendo, con cerros de un intenso verde que se transforman en rojos o azules, y cuya variación cromática tiene que ver con los minerales que los conforman.

Siempre por la ruta, nuestra primera escala es en Santa Rosa de Tastil. Se trata de un pequeño poblado andino con una pintoresca iglesia que vale la pena visitar, y en cuyos alrededores se encuentra un sitio arqueológico en el que se conservan las ruinas de una antigua ciudadela perteneciente a la cultura tastileña.

El camino nos lleva, luego, a internarnos en la Puna y sus inmensas planicies, y a media mañana desembocamos en San Antonio de los Cobres, un pueblo minero a orillas del río homónimo que se encuentra a 3700 metros sobre el nivel del mar.

Tras recorrer sus pequeñas callecitas con las casas bajas de adobe, continuamos nuestro viaje hacia el paso de Sico, a 150 kilómetros, por el camino que va bordeando la frontera entre Salta y Jujuy. A medida que avanzamos el paisaje se vuelve más deslumbrante y variado, y pasa del interminable paisaje blanco de las Salinas del Rincón a los innumerables tonos pastel de los cerros detrás de los cuales se alzaban las altas cumbres nevadas; mientras, aquí y allá las llamas se van convirtiendo en una presencia habitual a la vera del camino.

 

Al mediodía llegamos al paso fronterizo de Sico, a 4082 metros de altura, y un rato después, ya en suelo chileno y frente a la inmensa cordillera rojiza, es momento de disfrutar del exquisito almuerzo que nos preparó Constanza, un memorable picnic en el Altiplano, a 4480 metros en el silencio de la inmensidad.

Todavía nos faltan recorrer unos 150 kilómetros hasta nuestro destino en San Pedro de Atacama, y el camino sigue subiendo y ofreciendo bellísimos paisajes con los picos del cordón Puntas Negras como permanente compañía, al tiempo que cruzamos algunos pequeños caseríos y típicos pueblitos andinos, Socaire y Toconao.

Al caer la tarde nuestro guía decide desviarse de la ruta y tomar el camino que conduce hacia el sur del Salar de Atacama, ya que es un buen momento para las fotografías. Ese sector de la salina impresiona con sus formaciones que lo asemejan a una barrera de coral, en un extensísimo mar de penachos marrones que se pierde en un fondo de volcanes. Muy cerca, la laguna de Chaxa nos regala un atardecer de ensueño, con bandadas de flamencos rosados que atraviesan volando su hábitat natural, mientras el sol tiñe de dorado el impresionante paisaje.

Llegamos a San Pedro de noche y nos dirigimos al hotel Kimal con su entrada señalada por dos grandes antorchas, un toque mágico que junto con el excepcional cielo de brillantes estrellas nos da la mejor bienvenida a esas lejanas tierras chilenas.

Entre ruinas

El día siguiente se lo dedicamos a San Pedro y sus alrededores. En las primeras horas de la mañana, el rosado del adobe reluce en Caracoles, la calle principal del pueblo. De tierra, superpoblada de agencias de turismo, restaurantes, bares y negocios de todo tipo que se van apiñando en las escasas seis cuadras de largo, es el punto neurálgico de la zona y donde se aprecia rápidamente la dedicación que ponen sus habitantes en conservar el estilo puro del lugar: ahí no hay carteles que sobresalgan de la línea de construcción ni nada que altere el paisaje o la visión. Caracoles es, también, el sitio donde convergen los viajeros de todo el mundo y todas las edades en busca de programas y salidas.

Saliendo de esta calle, San Pedro ofrece una lindísima plaza, una iglesia de paredes blancas y techo de paja de bordes despeinados y un interesante museo arqueológico.

Pero las grandes atracciones están afuera, algunas cerca y otras más bien lejos. Una de éstas son las ruinas del Pukará de Quitor, a sólo 3 kilómetros del pueblo, que data del siglo XII y es un importante conjunto de recintos y atalayas construidos en piedra sin cantar sobre la ladera del cerro del mismo nombre; otra es realizar un recorrido por la llamada cordillera de la Sal, con sus imponentes y rojas quebradas y su variedad de posibilidades, que van desde tours en bicicleta hasta cabalgatas, pasando por bajadas en sandboard desde los altísimos médanos que la pueblan y recorridos de trekking.

Desde aquí se accede al valle de la Muerte o valle de Marte, una inmensidad de extrañas características, y al valle de la Luna -declarado santuario de la naturaleza- con cuevas de sal e impresionantes formas escultóricas que el tiempo cinceló sobre la superficie petrificada de sal, piedra y arena. Al caer la tarde el valle se ilumina y cobra relieves de incomparable belleza.

Chapuzones en el desierto

En la mañana de la última jornada nos encontramos con Saturnino Ramos Menas. Este atacameño dueño de la agencia Maximun Experience nos asegura que es la persona indicada para hacer un recorrido por las lagunas, uno de los platos fuertes de Atacama, y nos invita a unirnos con nuestro vehículo al viaje programado para la tarde.

Bajo un cielo de intenso azul coronado por el infalible sol cordillerano, nos plegamos a la caravana y empezamos a internarnos en el gran mar salino .

Luego de recorrer unos 20 kilómetros aparece Cejas, la primera de las lagunas. De un impensado turquesa, su tonalidad resalta debido al contraste con las blancas costas de sal y a no ser por la presencia del volcán Licancabur y su nevada cumbre en el fondo, cualquiera podría asegurar que está en una playa del Caribe.

Cejas nos depara el primer baño de la jornada. Esas aguas salitrosas tienen una altísima densidad y producen el mismo efecto que se da en el Mar Muerto en Israel: se flota naturalmente. Pero la sal no es arena y hay que ser cuidadoso para no acabar con indeseables raspones.

Tras secarnos, continuamos y llegamos a otros grandes espejos de agua socavados en la tierra y perfectamente circulares. Menos salinos que la laguna, son elegidos por Saturnino para darnos otro baño.

Ya atardece cuando llegamos a Tebenchique, un inmenso y blanquísimo salar que encierra un lago de un azul intenso, con lo que logra un impresionante contraste. Flamencos, taguas y guallatas completan este espectáculo natural maravilloso, y que nos sirve para despedirnos de Atacama con una de sus mejores e imborrables imágenes.

Por Marta Salinas
Para LA NACION

Una mirada al universo

ATACAMA.– El ingeniero astrónomo francés Alain Maury fue seducido hace algunos años por los cielos de Atacama. Es que la apreciación del cúmulo de galaxias en la costelación Formex fue uno de los motivos que lo llevó a establecer aquí un planetario al aire libre para que pudiera ser disfrutado por los observadores aficionados. El sitio es considerado como uno de los más privilegiados por la astronomía mundial y está a seis kilómetros de San Pedro.

Bajo un cielo sin contaminación lumínica, el tour comienza puntualmente a las 20 y se divide en tres etapas: en la primera se hace contacto a simple vista con la ayuda de un puntero láser que va marcando los sitios de interés; en la segunda se observa con la ayuda de telescopios, y en la última se complementa lo observado con una interesantísima charla sobre el universo.

Del corazón de la tierra

ATACAMA.– Es uno de los espectáculos más maravillosos del desierto: el campo geotérmico de El Tatio con sus géiseres no sólo es el más alto del mundo (está a 4200 metros), sino que está rodeado por cerros que alcanzan los 5900 metros. Ubicado a 89 kilómetros de San Pedro, su visita exige un madrugón que vale la pena, ya que hay que salir a las 4 para arribar antes de que amanezca. Es importante no escatimar en abrigos, pues a esa hora la temperatura suele rondar los -10°C.

El madrugón obedece a que es durante las primeras horas de la mañana cuando se puede apreciar lo mejor de este espectáculo único, con la impresionante actividad de las fumarolas producidas por las altas temperaturas (85°C) de sus acuosos cráteres. Los turistas deambulan entre un paisaje nebuloso al principio, y entre las 6 y las 7 el sol hace resaltar las columnas humeantes, que llegan a superar los 10 metros.

Luego de las infaltables fotografías, y cuando en el lugar sólo quedan vestigios humeantes de los géiseres, es hora de desvestirse y disfrutar del otro gran atractivo de El Tatio: sus piletas de agua termal.

Datos útiles

Cómo llegar

En avión: el ticket Buenos Aires-Calama-Buenos Aires por Lan cuesta $ 1320 ( pesos argentinos).

En auto: desde Salta, por el paso de Sico, el camino es de ripio consolidado. Desde Salta y Jujuy, por el paso de Jama, la ruta está asfaltada. El tiempo estimado de la travesía es de 12 horas.