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Lunes, 06 Agosto 2007 20:03

La vida a bordo de un transatlántico

por Jordi Corbeto

07 AGO 07 PDU

En 1840, Samuel Cunard fue pionero al ofrecer la posibilidad de realizar un viaje transoceánico a bordo de un barco de pasajeros,

 cruzando el océano Atlántico para unir Gran Bretaña con los Estados Unidos. Dado que por aquel entonces no había otra manera de llegar al continente americano, rápidamente se popularizó, naciendo compañías como la White Star Line (famosa por el desastre de su navío Titanic) o la Red Star Line al mismo tiempo que en Francia surgía la Compagnie Generale Transatlantique, la United States Lines en los EE.UU. o la Hamburg America Line en Alemania. Fueron miles las personas que a lo largo de los años cruzarían el Atlántico, por motivos tan diversos como la pasión que sentían por viajar y conocer el continente americano, bien por el codearse con la alta sociedad o incluso para hacer negocios (los pasajeros de 1ª clase) disfrutando de una travesía de lo más suntuosa: todas las instalaciones del barco a su disposición, un servicio de lujo además de todo tipo de atenciones y agasajos. Estos afortunados no viajaban solos, pues les acompañaban los pasajeros que ocupaban las cubiertas inferiores, los llamados de 2ª y 3ª clase, gente que a duras penas podía reunir el dinero para embarcarse en uno de estos trasatlánticos y que en muchos casos emigraban en busca de una nueva vida, con la ilusión de que fuera mejor que la que dejaban atrás. Huelga decir que las atenciones que recibían estos pasajeros en nada se asemejaban a las que recibían los huéspedes de las cubiertas superiores, prohibiéndoseles la entrada en la mayoría de zonas públicas y en muchos casos teniendo que compartir con desconocidos unas cabinas que no reunían precisamente las mejores condiciones.

Con el paso de los años, dicho cruce se repetiría en innumerables ocasiones y gozaría de una popularidad extraordinaria, siendo tal la repercusión en la vida social, política y económica, que se inició una carrera frenética por ver qué compañía era capaz de construir el navío más veloz, elegante y de mayores dimensiones, hasta el punto de estar en juego el honor de un país.

La edad de oro y el principio del fin

En el periodo 1910-1960 y a pesar de los baches de la I y II Guerra Mundial, los navíos transoceánicos vivieron su momento de mayor esplendor, con multitud de barcos de distintos pabellones, a cual más elegante y rápido, cruzando continuamente el océano Atlántico. A pesar de tal éxito, con el paso de los años, se empezó a vislumbrar el inicio del fin con la llegada de los Zeppelines en un primer término y algo más adelante la aviación comercial. A partir de entonces se pudo realizar el cruce trasatlántico en un tiempo mucho menor a los 4 días que, en mejor de los casos, necesitaría un barco. Debido a que la mayoría de viajes se realizaban ya por negocios y en muy menor medida por placer, la necesidad de viajar con rapidez desde Europa a América o viceversa fue cada vez más creciente. A medida que se iba imponiendo el uso del transporte aéreo - con un coste cada vez menor - como puente de unión entre continentes, el número de pasajeros en los transoceánicos fue reduciéndose de forma drástica, lo que conllevó la desaparición de muchos navíos y compañías, que no podían soportar los costes de mantenimiento de los que antaño eran las joyas del mar.

Los transoceánicos en la actualidad

A día de hoy, son pocos los barcos concebidos especialmente para soportar los envites de los grandes océanos, los mayores y mejores exponentes son el Queen Elisabeth 2 y el Queen Mary 2 de la naviera Cunard (pionera en los cruces trasatlánticos, como ya hemos comentado) que en pleno siglo XXI siguen cruzando periódicamente el océano Atlántico para unir Nueva York con Southampton y viceversa en aproximadamente 6 días de navegación, si bien es cierto que no se limitan a realizar estos viajes sino que también realizan cruceros con otras sugerentes rutas, incluyendo largas travesías donde se visitan puertos de prácticamente todo el mundo. Los demás cruceros, barcos pensados para realizar rutas menos exigentes en aguas más tranquilas, suelen adentrarse en atlántico no más de dos veces al año: la primera de ellas cuando, aproximadamente en el mes de Abril, la temporada alta termina en las cálidas aguas del caribe y son muchas las navieras que reposicionan parte de su flota en Europa para realizar rutas por el viejo continente. Asimismo cuando el clima ya no es el idóneo en el continente europeo, aproximadamente en el mes de Noviembre, dichos barcos ponen rumbo de nuevo al continente americano. Un aspecto muy interesante de los trasatlánticos que realizan estos barcos, es que su precio suele ser muy razonable a tenor de los días que dura el viaje, dado que las compañías tienden a considerar estos cruces como cruceros de "reposicionamiento" y por lo tanto se ofertan con un precio inferior al de un crucero normal de igual duración.

Tales cruceros, si bien no reviven el ambiente de los barcos transoceánicos de antaño, ofrecen un buen maridaje de ambos, combinando el relax, los paseos por cubierta y la sensación de paz que otorgan los días de navegación, con la diversión y entretenimiento casi ininterrumpido que ofrece un crucero, siendo el ambiente en las noches de gala el exponente más cercano a lo que se debía vivir entre el pasaje de 1ª de los grandes transoceánicos en la primera mitad del siglo XX.

El primer trasatlántico de un barco de la clase Voyager hacia Europa

Barcelona está de enhorabuena, por primera vez en la historia de los cruceros, un barco de la clase Voyager, el Voyager of the Seas, otrora el mayor barco de cruceros del mundo, levó anclas del puerto de Miami el pasado 6 de Mayo para dirigirse a la capital catalana, puerto desde donde realizará cruceros semanales por el mar Mediterráneo. Para llegar hasta Europa, este gigante de 138.000 toneladas y 311 metros de eslora, realizó un viaje trasatlántico de 13 días. Durante este tiempo, los pasajeros de este crucero tan especial, entre los que se encontraba un servidor, tuvimos la posibilidad de revivir épocas pasadas en un marco único como el Voyager of the Seas. Un barco de estas características tiene tanto que ofrecer, que lo cierto es que por mucho que nos lo propusiéramos siempre nos quedábamos con las ganas de participar en alguna de las actividades programadas, que en los días de navegación se iniciaban a partir de las 7 de la mañana transcurriendo casi ininterrumpidamente hasta altas horas de la madrugada, con lo que el aburrimiento no era en absoluto posible. A aquellas personas hiperactivas, que no visitan el camarote más que para dormir y que tal vez no se han planteado realizar un crucero trasatlántico porque les parecen demasiado tantos días en alta mar, les interesará saber que, en el caso del Voyager of the Seas, este tiempo extra en el barco les permitirá presenciar una gran variedad de espectáculos, escalar en el rocódromo, patinar sobre hielo, jugar a mini golf en medio del atlántico o participar en un partido de fútbol en la pista multiusos con gente de cualquier parte del mundo y hacer nuevos amigos, o mantenerse en forma con alguna de las clases dirigidas que se realizan en el gimnasio, relajarse en la sauna, disfrutar de un masaje reparador o probar suerte en el casino, abierto durante todo el día, además de poder satisfacer el ansia consumista en las diversas tiendas de abordo. A pesar de toda esta enorme oferta de actividades, he podido constatar en primera persona que es cierto que el ritmo en que se vive a bordo de un crucero trasatlántico no es el mismo que el de un crucero normal, dado que son menos los puertos que se visitan y abundan los días de navegación, lo que permite una estancia más calmada, sin la necesidad de madrugar para bajar a tierra y el estrés de visitar muchos puertos en pocos días, alargando la actividad hasta altas horas de la noche sin que el cuerpo se resienta especialmente por ello. Además, los días de navegación son también ideales para relajarse y disfrutar de las piscinas y jacuzzis de abordo y si el tiempo lo permite, volver a casa con un moreno de los que dan envidia.

Un aspecto que suele preocupar mucho en este tipo de viajes es el estado de la mar, que jugará un papel clave en el transcurso del trasatlántico. Un dato que nos orientará sobre cual puede ser el tipo de mar que nos encontremos es saber si el barco realizará un crucero por latitudes bajas, en unas aguas más cálidas y con un tiempo en teoría más estable que debería propiciar una navegación más tranquila o bien por latitudes altas, con un tiempo más frío y un mar en principio más alborotado. En cualquier caso, es aconsejable estar prevenidos y no olvidar las pastillas antimareo que harían más llevable el cruce en caso de mala mar.

Por suerte el temido efecto "jet-lag" no suele sufrirse en los cruceros trasatlánticos, dado que el cambio de zona horaria se realiza de manera progresiva, no variando en más de una hora cada jornada, lo que permite a nuestro cuerpo que se adapte paulatinamente al nuevo horario.

¿Por qué un trasatlántico?

Este tipo de viaje reúne los mejores aspectos de un crucero normal, tales como la diversión en un ambiente cordial y distendido, con el añadido de poder disfrutar del barco, en todos los aspectos, mucho más de lo habitual, con unos precios que suelen ser muy atractivos. Como únicos aspectos negativos podríamos citar el coste añadido del billete de avión y que en la mayoría de casos estos cruces tienen una duración mínima de 11 días y se realizan en meses que son poco habituales para hacer vacaciones, lo que en algunas ocasiones puede resultar problemático en el caso de tratarse de familias con hijos cursando estudios o por trabajar en empresas que delimitan mucho la disponibilidad en el calendario vacacional.

Si estos motivos no suponen un obstáculo, no hay que dudar, al menos una vez en la vida debemos embarcarnos para hacer un viaje trasatlántico, nos espera una experiencia muy especial que recordaremos para siempre.

Fuente: crucero10.com