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Miércoles, 28 Febrero 2007 20:00

La Coronilla: balneario caído en desgracia.

 GABRIEL SOSA
Que Pasa, El País. 
 
 
20 años del canal Andreoni, olvidos y vacas muertas. Hasta La Coronilla de falsas promesas
En la costa de Rocha hay una playa que casi nadie visita. Hace unos años era el punto top de la zona, hoy es sólo lo que un canal mal hecho le permite ser.  

Por la bajada principal a la playa de La Coronilla viene Wilson, mostrando feliz un balde metálico. En el interior, una decena de sardinas de considerable tamaño, recién pescadas. "Hace 30 años que no se ven sardinas acá", dice Wilson sonriendo.

Tal vez no 30, pero sí más de 20. Desde que, durante la dictadura, no se tuvo mejor idea que expandir 68 kilómetros el canal Andreoni para tratar de desecar lo que, decían los militares, eran bañados improductivos. Por esta obra, comenzada en 1980 y terminada cinco años después, todas las aguas excedentes de la zona, que antes fluían hacia la Laguna Negra, comenzaron a salir por la playa de La Coronilla. Y, junto con el sentido común, esta gran obra militar asesinó también al balneario más prometedor de la costa rochense.

Hasta la ampliación del canal Andreoni, La Coronilla era la promesa de la costa rochense, un balneario destinado a desarrollarse en base a su capacidad hotelera y a convertirse en la atracción principal del departamento a nivel internacional. Contaba con una playa privilegiada, excelentes pesqueros, la cercanía del Chuy (que, si el cambio ayuda, no debe despreciarse como atractivo turístico) y, junto al núcleo central del balneario, un pequeño canal de agua dulce, casi un arroyito, que desembocaba en la playa. Los días de calor, quienes caminaban por la arena lo cruzaban sin darse cuenta.

Hasta fines de la década de los 70, La Coronilla era la gran promesa de la costa rochense. Salvo La Paloma, ningún otro de los balnearios ahora célebres estaba desarrollado (algunos de ellos estaban totalmente deshabitados, salvo por un puñado de pescadores), y en toda la costa, era en La Coronilla donde se concentraban los servicios. El balneario tenía seis hoteles que funcionaban a lleno total (un auténtico y promocionado "complejo hotelero"), y todo apuntaba a que iba a convertirse en la versión rochense de Piriápolis.

Era la época de oro de La Coronilla. Toda la población local vivía de la temporada turística, y el futuro parecía brillante. La comunidad prosperaba. "En marzo era maravilloso ver llegar a los nenes a la escuela con las mochilas completas", recuerda con nostalgia María "Popa" Martínez, quien por muchos años fue maestra en La Coronilla, y hoy es guía de tours ecológicos. "Había trabajo para todos".

La población del balneario por aquella época era más o menos la misma que hoy, unas 2.000 personas. Pero eran 2.000 personas con un espíritu muy diferente al actual. Un espíritu que fue barrido por las aguas turbias del canal Andreoni.

Mezclando aguas

Luigi Andreoni fue un ingeniero italiano nacido en 1853, que llegó a Uruguay en 1875 e hizo carrera en la administración pública, contribuyendo al trazado de carreteras y vías férreas por todo el país. En 1895 obtuvo la concesión para la desecación y saneamiento de los bañados de Rocha cercanos a La Coronilla. En la mente positivista y decimonónica del ingeniero (y de la administración pública uruguaya), los bañados eran tierra desaprovechada que había que convertir en productiva: más lugar para que pastara el ganado.

Los esfuerzos del ingeniero para darle sentido práctico a aquellos andurriales anegados cristalizaron en un canal que iba del bañado de Santa Teresa hasta el de San Miguel, y otro en el bañado de las Maravillas.

Andreoni falleció en 1936, dejando en Montevideo hitos arquitectónicos como el Hospital Italiano, la estación Artigas y el Club Uruguay, y en Rocha el germen de una catástrofe ecológica.

La idea de los bañados de Rocha como tierra a rescatar siguió viva durante casi todo el siglo XX. En la década de los 30, dentro de un amplio plan que contemplaba la necesidad de compensar las tierras anegadas por la construcción de la represa de Rincón del Bonete, se extendieron los canales originales y se construyó lo que se conoce como Canal 1, que desemboca en el río San Luis. En 1959 se puso en marcha en La Coronilla el emprendimiento Salinas Marinas, que pretendía desecar agua de mar para obtener sal. Para este proyecto se extendió el canal Andreoni original hasta la playa de La Coronilla. Y el agua dulce llegó al océano.

A partir de ese momento, y durante toda la fase de desarrollo turístico de La Coronilla, el desagüe del canal era un hilito de agua que cruzaba la playa. Pero en 1979 el ya rancio concepto de recuperar las "tierras improductivas" de los bañados hizo nido en los también rancios cerebros de los militares golpistas, y un nuevo proyecto de desecación se declaró de "interés nacional". Los gobernantes militares estaban decididos a civilizar el bárbaro bañado rochense, cayera quien cayera. Las máquinas se pusieron en marcha, y el humilde canal Andreoni se extendió 68 kilómetros, hasta encontrarse con el Canal 1. Una vez terminada esta faraónica obra todas las aguas excedentes de la cuenca de los bañados, que naturalmente desembocaban en la Laguna Merín, comenzaron a bajar en riadas por el Canal Andreoni, rumbo a la desprotegida playa de La Coronilla. En invierno es común que dejen como recuerdo en el balneario vacas, ovejas, carpinchos o chanchos muertos, árboles desgajados y otros deshechos.

En 1984 el gobierno uruguayo adhirió al convenio internacional Ramsar, un acuerdo firmado en 1971 en la ciudad iraní del mismo nombre, y que oficialmente se llama Convención Relativa a los Humedales de Importancia Internacional, Especialmente Como Hábitat de Aves Acuáticas. Actualmente el convenio nucléa a 144 países, y declara áreas protegidas a 1.401 humedales, incluyendo desde 1984 los bañados de Rocha, además de los de Treinta y Tres y las islas del Río Uruguay, 424.904 hectáreas, según figura en la lista oficial de Ramsar (http://www.ramsar.org/sitelist.pdf, buscar entre "United States" y "Uzbekistan"). Se trata de una superficie nada despreciable. Venezuela tiene 263.636 hectáreas protegidas. Vietnam, sólo 25.759. Bangladesh, país eminentemente húmedo si los hay, 611.200 hectáreas.

Que en el 84 Uruguay firmara el convenio con una mano no impidió que con la otra siguiera expandiendo el Canal Andreoni, para desecar los mismos bañados que había prometido cuidar. En 1991, siendo presidente Luis Alberto Lacalle, se creó una comisión para definir cómo regular hídricamente la zona. La idea era buscar la manera más sencilla de llevar las aguas de nuevo al rumbo que nunca debieron abandonar, hacia la Laguna Merín. La manera sencilla resultó no ser tanto, al parecer, porque el tema sigue sin resolverse.

Mientras tanto, el balneario La Coronilla había recibido el beso de la muerte, bajo la forma de un caudal de barrosa agua dulce que copó la playa. Recatadamente, hoy una página del Ejército (http://www.ejercito.mil.uy/cal/sepae/st_areainf.htm) reconoce que "la playa ha declinado un poco por la cercanía del canal Andreoni".

La perla de Rocha

La Coronilla se encuentra exactamente en el kilómetro 314 de la ruta 9, a 104 kilómetros de la capital departamental y a 26 del Chuy. Los primeros colonos llegaron a la zona en 1863, y fundaron la colonia agrícola Santa Teresa, que no prosperó y desapareció calladamente antes del cambio de siglo.

En 1908 se funda una escuela en la zona, y un comerciante, Leopoldo Fernández, abre un almacén y da comienzo a lo que primero fue un centro poblado llamado Gervasio, y finalmente La Coronilla. La calle principal del balneario homenajea a don Fernández.

En 1928 abrió uno de los hitos principales del balneario, la carnicería Capacho, que junto a la provisión de Hugo Sena, ubicada unas cuadras más abajo, son auténticos referentes locales, hasta el punto de que la provisión de Sena (y el propio Sena) son destacados por la comisión de fomento local como atractivos turísticos.

En 1935 se inaugura el primer hotel, Las Maravillas. El "complejo hotelero" siguió desarrollándose a lo largo de 40 años. En 1941 abre el Parador La Coronilla (actualmente Parque Oceánico). En 1958, el Costas del Mar. En 1960 el Rivamar. En 1968 el mesón Las Cholgas, luego llamado Fortaleza y luego saqueado en circunstancias confusas (ver recuadro). Finalmente, en 1976 abre el hotel y restaurante Gure Etxe, luego llamado por sus nuevos dueños Castelo a Mare. En la actualidad, con el mismo nombre y propietario, el Gure Etxe subsiste como restaurante en Punta del Este, y en sus folletos recuerda sus orígenes rochenses, hace 30 años.

En el Costas del Mar, durante los años 60 y 70, funcionó un casino y una boite, muy al estilo de Isidoro Cañones. Cuando terminó el boom hotelero, el casino se fue para no volver. En la actualidad lo más parecido a una boite que hay en La Coronilla es un bar sobre la calle principal, ampliado para funcionar como boliche.

Luego de la nefasta ampliación del canal Andreoni, poco quedó de La Coronilla próspera. En el centro del pueblo la construcción se detuvo casi por completo, varios hoteles cerraron para reabrir más tarde con menos servicios y comodidades, y la gente tuvo que buscar métodos alternativos de supervivencia, muchos de ellos relacionados con la frontera. Salvo (es de suponer) en edificios oficiales, no hay en toda La Coronilla un sólo ladrillo de fabricación nacional. Lo mismo puede decirse, dentro de las casas particulares, de muebles, sábanas y ropa. En un almacén del pueblo, en el barrio Capacho (el más alejado de la costa), hay un cartel que reza "Hay garrafas uruguayas". Una lugareña se acerca a la señora que atiende, y le pregunta cómo es la garrafa uruguaya. La mujer le señala una de 13 kilos que hay a un costado del mostrador. La compradora, de unos 40 años, la contempla largo rato. "Miraaaa vos", dice al final, con asombro. Es la primera garrafa uruguaya que ve en su vida.

No sólo el turismo se resintió en La Coronilla debido al canal. Los pescadores artesanales vieron cómo, de la noche a la mañana, desaparecían de la zona los cangrejos sirí y los lenguados, y disminuía drásticamente la pesca de lisas, borriquetes, corvinas y sardinas, así como la recolección de almejas, que desaparecieron de la playa hasta a cinco kilómetros del balneario.

Sin turismo y sin pesca, pocas posibilidades quedaron para los locales. Muchas mujeres se desempeñan en tareas domésticas en Punta del Diablo durante la temporada. Los jóvenes es común que entren al ejército en Santa Teresa. Cuando el Chuy vivía el auge de los free shops, muchas residentes jóvenes de La Coronilla consiguieron puestos bien remunerados. Ahora el salario promedio en esos puestos no pasa de 3.000 o 3.500 pesos por ocho horas de trabajo diarias. Salvo unos pocos puestos de trabajo municipales, ese es el grueso del panorama laboral.

El esplendor del "complejo hotelero" duró hasta 1986 u 87. Luego de esa época, el balneario subsistió con los remanentes del turismo tradicional y con el auge del camping de Santa Teresa, cuyos visitantes iban a hacer compras a los comercios de La Coronilla. En el 94 se abrió un supermercado en el camping, y esa fuente también se secó. Como dice un comerciante local, "ahora miramos el informativo, y cuando dicen que Punta del Diablo se llenó, festejamos. Es la única manera de que venga alguien acá, cuando no hay lugar en los otros balnearios".

Las aguas bajan turbias

El 13 de noviembre de 1990 la Coronilla, ya casi abandonada, recibió el golpe de muerte. Justo antes del inicio de la temporada, un temporal de lluvias dejó el balneario inundado, y la playa cubierta de camalotes, árboles, deshechos y animales muertos.

Tampoco fue el peor momento. En junio de 2005 hubo grandes inundaciones que prácticamente dejaron a La Coronilla aislada. La situación fue tan dramática que las fuerzas vivas locales sintieron la paciencia colmada, y convocaron a una conferencia de prensa en un restaurante del balneario, para exigir soluciones.

El 6 de febrero de 2006 el Consejo de Ministros itinerante que desde la asunción de Tabaré Vázquez recorre el país, sesionó en Santa Teresa. El ministro Víctor Rossi no tuvo mejor idea, el día anterior, que visitar el liceo de La Coronilla, recién inaugurado. El liceo estaba cerrado, no así el Club de Pesca en la vereda de enfrente, donde casualmente estaban reunidos varios miembros de la Comisión de Turismo local. Rossi fue gentilmente invitado a concurrir, y durante una hora y media debió escuchar los reclamos de los vecinos, que se aseguraron de que los tuviera frescos y presentes a la hora del Consejo ministerial del día siguiente.

Lo que los vecinos pretendían era que el gobierno por fin diera andamiento a un plan de obras conocido como Variante 2001, que en julio de 2004 aprobó el gobierno de Jorge Batlle, pero que nunca se había concretado. La Variante 2001 consta de cuatro etapas (subdivididas en dos o tres subetapas cada una de ellas), que en total llevarían dos años y medio de trabajos, y que tendrían un costo de unos diez millones de dólares. Una vez terminadas las obras, la mayor parte de las aguas excedentes retomarían sus cursos naturales, vía el arroyo San Luis hasta la Laguna Merín. El Canal Andreoni volvería a lo que nunca debió dejar de ser, un curso de agua casi inexistente en verano, y que sólo llevaría caudales medianos en invierno.

La estrategia de la Comisión de Turismo pareció obtener buenos resultados. En noviembre de 2006 se dio el visto bueno a la realización del primer segmento de la Variante 2001 (1A y 1B). Inmediatamente luego del anuncio del inicio de obras, el Ministerio de Economía y Finanzas observó el proyecto por deficiencias en la presentación del presupuesto. Enseguida, la Dinama objetó obras que debía realizar el Ejército en el arroyo San Luis, por crecer en una de sus márgenes matas autóctonas.

La resurrección de La Coronilla

Mientras tanto, el balneario hacía lo posible por volver a vivir. En 2004 la Comisión de Turismo pidió prestada una retroexcavadora a Agridiamond, una arrocera cuyos terrenos son linderos al barrio Capacho. Agridiamond es una empresa de capitales japoneses, que en un campo de unas 6.000 hectáreas planta 800 de arroz variedad Mirokumai, que se exporta a las comunidades japonesas de Argentina y Brasil. La empresa y los habitantes de La Coronilla se llevan muy bien.

El verano siguiente se repitió la limpieza, y en 2006 ocurrió el milagro. Debido a la seca, los productores de arroz de la cuenta de la Laguna Merín bombeaban todo el excedente de agua que iba a los canales de nuevo a los cultivos. En noviembre, algunos productores se encontraron con que sus cultivos estaban amarillos. Se analizó el agua del canal, y resultó que era salada. El mar estaba entrando al Andreoni, y llegando a los arrozales.

De inmediato se construyó un muro de tierra y bolsas de arena de un metro y medio de altura para bloquear el canal. Y diez días después, los asombrados habitantes de La Coronilla se encontraron con que su playa estaba totalmente limpia, con las arenas blancas y el agua verde. Y el canal convertido en una inmensa pileta de agua salada.

Era una muestra de lo que podría ser el balneario si las obras de la Variante 2001 se llevan a cabo. En poco más de una semana, sin intervención humana, la playa recuperó su antiguo esplendor, para beneficio de unos pocos.

La Comisión de Turismo no perdió tiempo. Enseguida imprimió folletos con leyendas alusivas: "Gente que da gusto conocer" sobre una foto del almacén de Sena, "Ven a unas vacaciones sin estrés" sobre una foto del puente colgante sobre el canal, y la más enigmática, "Vaca yendo gente a la playa", ilustrada con unas vacas (vivas) en la arena.

Pero lo endeble de la ilusión de La Coronilla quedó demostrado a mediados de febrero, cuando unas lluvias intensas en la cuenca del canal provocó una crecida que sobrepasó el muro de contención, derramó un torrente de agua barrosa y provocaron la muerte de un desprevenido ciudadano coreano que estaba paseando por la zona, y que se ahogó en un sitio donde una semana antes chapoteaban los niños. La lluvia pasó, el agua turbia se retiró y dos días después la playa volvió a quedar limpia, como si todo hubiera sido una pesadilla de la mala época.

"Si se llega al verano con las etapas 1A y 1B terminadas, estamos más que bien", dice Daniel Pastorino, uno de los residentes locales más involucrados en el salvataje del balneario. Para que el turismo vuelva a La Coronilla no es necesario esperar a que toda la variante 2001 esté completada, basta con unas pocas modificaciones, como quedó demostrado este año. Pero sería una solución para el verano, época de poco caudal de agua. En invierno el Andreoni seguiría llevando agua dulce en cantidades importantes, por lo que la pesca no se recuperaría tan fácil.

Ni la burocracia ni los contratiempos pueden con el entusiasmo de los habitantes de La Coronilla, ni de los pocos turistas. En el parador La Coronilla (un agradable local de madera en la playa, no confundir con el antiguo hotel), luego de ver las sardinas pescadas por Wilson, Ana María Vianqui, una veraneante, dice enfáticamente "¡Yo vengo a La Coronilla desde 1960, y este año por fin recuperé mi playa!". Luego se acomoda el pareo, se ajusta los lentes de sol y cruza la arena hacia las verdes aguas del océano.