Postales de un paseo en auto, lleno de nostalgia, por la costa del Río de la Plata, desde Colonia hasta Punta del Este.
Si bien soy uruguaya, hacía muchos años que no veraneaba en mi paisito y, con la excusa de que mi marido y mis hijos conocieran el lugar del que tanto les hablaba, emprendimos el viaje tan esperado.
La primera parada fue en Tarariras, el pueblo donde nací a 30 km de Colonia y su muy bien preservado casco histórico, con casas bajas, calles de tierra y gente muy amable, que cumplen a rajatable con el ritual de la siesta, ya que el sol en verano ahuyenta hasta al más valiente.
Después de pasar por Montevideo, los pequeños balnearios de Canelones y Atlántida, seguimos rumbo a Piriápolis, del que recordaba muy poco y me volví a enamorar. En realidad, nos enamoramos todos porque la familia toda quedó encantada. Las sierras y el río de distinto color son una combinación perfecta. Las playas son de arena limpia y bien amarilla, piedras y conchilla. Lucen al mismo tiempo bravas, serenas, tibias, heladas, desoladas y populosas. Las hay para todos los gustos. A mi marido, por ejemplo, le resultaron ideales, ya que también ofrecen buena pesca.
Una mañana decidimos salir a recorrer toda la zona y visitamos la magnífica Punta Ballena, con su ícono: Casapueblo, la genial creación del artista Carlos Páez Vilaró. Un rato después llegamos a la moderna y chic Punta del Este, José Ignacio (la playa preferida por muchos argentinos) y la laguna de Garzón, muy promocionada por Francis Mallman. Se accede por la ruta Interbalnearia, que es interrumpida por la laguna. Uno no alcanza a entender por qué, pero no existe ningún puente que una las dos orillas. El cruce sólo puede hacerse con una vieja barcaza, movida por un botecito con un motor pequeño, que se queja como cansado por cada tramo que avanza. Es una postal surrealista.
La laguna es elegida por los amantes del kitesurf y se llena de jóvenes. En la búsqueda del lugar perfecto para tomar unos mates y para que los chicos pudieran disfrutar de las cristalinas aguas, decidimos recorrer la orilla, sin reparar en el suelo de conchilla, que parecía tragarse de a poco nuestro auto a medida que avanzábamos. Por esa razón, nos quedamos varados bastante lejos de los otros turistas.
Mientras mi pobre marido procuraba ayuda para el vehículo, dispuesta a que la tarde no se viera empañada por este incidente, seguí recorriendo ese maravilloso lugar con los chicos y a tomar algunas fotos, que registraron la bella y apacible laguna de Garzón, con las pintorescas casitas de los pescadores de fondo. Les recomiendo a todos este recorrido por mi querido y añorado Uruguay. No se van a arrepentir.
fuente: clarin.com