impostación admirable, pulmones cuádruples y juego de matices salidos mucho más de la garganta que del gesto escénico. Su presencia arrolladora salvó a la lírica mayor, al instalarla en multitudes compitiendo de frente con rockeros. Pero mientras éstos recorren el mundo con toneladas de equipos, Pavarotti viajaba con la voz.
Uno lo despide sabiendo que se queda. Es que si en el principio fue el Verbo -y sigue siéndolo en todo principio-, el vibrato y el color de las voces con ángel está en la base de ese mensaje y ese recomenzar emocionado -moviente- que es -debe ser- cada jornada. ¿Acaso no viven en nosotros un Beniamino Gigli o un Tito Schipa, cada uno con su tesitura y su palpitación propia, irrepetible, desde lo escrito sobre el pentagrama?
Más de una crónica criticó los conciertos macro que lideraba Pavarotti -a veces teniendo al lado a José Carrera y Plácido Domingo. Pero el argumento "eso no es ópera" nunca pudo acallar el valor que tiene poner a miles a revivir el Brindis de la Traviata con el fervor de un descubrimiento.
Con todo lo que el Uruguay le debe a Italia -no sólo en sangre, sino en arte, Arquitectura, Derecho, Medicina y Agro: los italianos nos enseñaron a agachar el lomo y plantar la tierra-, es también nuestra, uruguaya, la responsabilidad de recordar que la ópera -poesía, música, ballet y escena- cumplió en la Península la más alta función cultural: sus argumentos -especialmente en Verdi-, ampliaron la conciencia popular del drama humano, unificaron el sentimiento itálico y afirmaron al hombre enfrentándose al destino, es decir, construyendo su libertad.
Por lo cual, si vivimos las grandes arias como si fueran "Canciones que me enseñó mi madre" -valga el título de Dvorak-, la ópera en conjunto merece apreciarse como himno; y no sólo para los italianos sino para franceses, alemanes, austríacos, checos, rusos y más, llegando hasta nosotros ese háli-to -al punto de que el Himno Nacional tiene ecos de "i crescendi" de las oberturas de Rossini.
Es por esas raíces así de profundas que cuando Pavarotti estuvo en el Uruguay, el desorden por sobreventa, desorganización y griterío hicieron que el divo se sintiera tan entrecasa que expuso francamente su mal humor y trató al público de "cretino".
Y ha de ser por eso que, tras el fiasco nuestro en recibirlo a él, olvidamos no sólo el insulto sino también la reprimenda y su causa: tanto, que continuamos gritando faltos de afinación y "fiato" y desorganizados para alcanzar las metas grandes cuyo sueño nos dio identidad; tanto, que ya no hay partido político que gobernando no haya tropezado en la máquina de impedir.
Esto debería hacernos reflexionar sobre el mensaje de fondo de "il Pavarotti", que -maestro en todos los sentidos- vivió afirmando la necesidad de la educación.
Milagro electrónico: muerto, su voz sonó ayer hasta en el último confín. Se va de los infiernos del mundo: guerras, hambre, obcecación y fanatismo. Virgilio le dirá como al Dante "Guarda e passa".
Los ángeles han de recibirlo en el empíreo del arte cantándole "Va pensiero".
Entretanto, que pueblos como el nuestro recobren la sublimidad de convertir "il pensiero" en "azione", ya que en ese esfuerzo va la filosofía de grandeza clásico-romántica de todo lo que nos cantó Pavarotti.