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Lunes, 11 Junio 2007 17:11

Las invasiones inglesas

por el Lic. Rafael Ramos

MVD- 12 JUN 07 -PDU
Cuando éramos chicos había muchos motivos por los cuales disfrutábamos el hecho de ir a la escuela; claro, también existían de los otros,

 vale decir, razones que nos hacían pensar  en cualquier excusa para no tener que sufrir, por ejemplo, a la hora de pasar al pizarrón. Entre estas últimas, pueden destacarse los "problemas" de matemáticas. Cuando hablamos de matemáticas, nos referimos a la principal materia a lo largo de todos los años de escuela; se le dedicaba la mayor carga horaria y la máxima atención por parte de maestros y alumnos. De todas maneras, pudimos salir adelante. La otra gran razón por la cual más de un día hubiéramos preferido quedarnos en la cama sufriendo cualquier peste, era la "hora de teatro": maravillosa invención que nos permitía salir del salón de clases, pero a la que luego había que ofrecerle lo mejor de nuestras cualidades dramáticas. Éramos, sencillamente, espantosos. Tal vez, sin quererlo, cuando se acercaban las fechas de presentación de las obras, los más espantosos, los que definitivamente ni siquiera podíamos "hacer de árbol", éramos designados para realizar otras actividades (seguramente, con un menor retorno de aplausos que los recibidos por quienes habían sido elegidos para hacer de Romeo y Julieta).

Pero queremos referirnos aquí, a aquellos motivos que nos daban ganas de ir a la escuela. Entre muchos, podemos destacar, el recreo: el mayor e indiscutible argumento que justificaba cualquier otro tipo de sufrimiento durante las horas de permanencia en el local escolar. El momento en que el timbre o la campana anunciaban la salida al recreo, se convertía en un instante de deleite para nuestros oídos; el sonido del fierrito golpeando contra la chapita, no tenía, ni por asomo, las virtudes que la historia de la música le ha adjudicado, por ejemplo, a cualquiera de las más brillantes creaciones de Beethoven. También podríamos hablar de esos mágicos momentos en los cuales nuestra compañerita de banco nos preguntaba si le prestábamos la goma de borrar (buscábamos hasta en el último rincón de la mochila). Pero el verdadero asunto que nos trae hasta aquí tiene que ver sí, con una materia: Historia. Cualquier historia que hable sobre cualquier asunto implica dos cosas: la primera, la esencia de su narración, objetiva en la descripción de los hechos; la segunda, es la persona que se encarga de contar "la historia". Siempre fuimos muy curiosos al momento de escuchar acerca de nuestra historia nacional cuando éramos chicos, y mantuvimos esa condición luego, cuando crecimos un poquito más, a la hora de conocer sobre historia universal. Particularmente nos llamaba la atención, los relatos que referían a batallas navales (teníamos un maestro que las contaba cómo si hubiera estado en alguna de ellas: podíamos verles las caras a los combatientes. Y nos las contaba con suspenso: comenzaba un día con el relato y como se hacía la hora de la salida, la terminaba al día siguiente. La atención era de una magnitud tal, que hasta éramos capaces de decirle a nuestra compañerita de banco, de una, que no teníamos goma de borrar, que le preguntara al compañerito de al lado…).

Y esas historias nos hablaban de un imperio británico poderosísimo, que tenía colonias en todo el mundo, y que era el amo y señor de todos los mares. Eran los dueños de las tierras, de los productos que se elaboraban a lo largo y ancho de todo el globo terráqueo, los que dominaban el comercio de los principales mercados, y como no podía  ser de otra manera, eran los dueños de la razón y de la fuerza. Su dominación económica y política también llegó a nuestro país. Y si bien no lograron establecerse definitivamente en nuestras tierras, de la manera que hubieran querido, nos dejaron algunas costumbres que han perdurado en nuestra gente, más allá de las circunstanciales administraciones que a lo largo de la historia ha debido enfrentar nuestra patria. Porque aunque podría sostenerse que los uruguayos somos, en gran medida, descendientes de españoles (y de italianos), no podemos desconocer el aporte,  que desde el punto de vista industrial, los ingleses han dejado en nuestro país. Y también deberíamos reconocer, además del tren, cierto legado cultural, en su más amplia extensión.

Mal podríamos seguir pensando si creemos que somos independientes de todo poder extranjero. Muy por el contrario, seguimos dependiendo de aquel poder económico y político originado en las islas británicas. La modalidad moderna ofrece otra forma de dominación. Ya no se trata de los barcos ingleses desembarcando sus tropas e invadiendo a cañonazo limpio nuestras tierras. Ahora, la forma de imposición de las ideas, que no es otra cosa que la manera moderna que han encontrado las grandes potencias de ejercer su dominio económico y político a nivel mundial, es hacerlo desde el ámbito cultural. El moderno dueño del mundo, Estados Unidos, si bien no abandona la costumbre de otras potencias mundiales de otros tiempos y continúa invadiendo países a cañonazo limpio, se impone en todo el orbe con modernas formas de dominación cultural. De las muchas que podríamos indicar, sobresale la que refiere al idioma. El idioma inglés ha resistido a lo largo de los tiempos como el idioma aceptado universalmente para los tratados comerciales. La actividad turística de nuestros tiempos, bien lo sabe: el turismo mundial también se comercializa en inglés. Las invasiones inglesas a cañonazo limpio ya se retiraron de nuestras tierras, pero también aquí, por estas latitudes, han dejado su legado. 

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