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Lunes, 26 Marzo 2007 20:38

ZONA DESTINOS - Viaje a la represa más gigantesca, en El Congo, África.

Por Ulrike Koltermann

publicado en Perfil.com

27 MAR 07 - Portal del Uruguay
Cuando termine su construcción, Inga III se convertirá en la central hidroeléctrica más grande del mundo: duplicará, por ejemplo, la capacidad energética de la controvertida represa de Las Tres Gargantas, en China. Varios países africanos financian el emprendimiento, para después usar la energía en la exploración de metales. Los daños ambientales, eje de discusión.

MONUMENTAL. Para los ambientalistas, el armado de Inga III en pleno corazón de África provocará la propagación de mosquitos transmisores de malaria, se cortará la reproducción de peces, las plantas se descompondrán y se perderá la fertilización natural del río Congo, muy rico en minerales.

En la oscuridad, el dique de contención parece el Coliseo de Roma, sombrío e imponente. Sin embargo, el antiguo anfiteatro sólo tiene 50 metros de altura, mientras que el muro de la represa en Inga en la República Democrática del Congo es diez veces más alto.

La represa retiene enormes masas de agua, que son derivadas del río Congo, el más grande y segundo más largo de Africa. Una parte del agua es conducida por gigantescos tubos hacia las turbinas, donde la fuerza ejercida por el caudal hídrico es convertida en energía.
Sobre las cañerías, que tienen un diámetro de más de cinco metros, fueron instaladas escaleras. Quien sienta debajo de sí el temblor de los escalones de metal y oiga el rugido del agua, puede imaginarse la fuerza que tiene el río Congo.

El gobierno de ese país y los inversores extranjeros sueñan con poder represar todo el río y abastecer desde este lugar con energía a todo el continente.

Pero los ambientalistas temen que el proyecto, de 50.000 millones de dólares, tenga dramáticos efectos sobre la ecología y la sociedad.
La fuerza del agua también se puede reconocer en la central hidroeléctrica. En un muro están marcadas finas grietas, que fueron pegadas con una resina sintética.

“Observamos cómo se modifican las grietas bajo el efecto de la presión”, dice gritando uno de los empleados congoleños, para ser oído en medio del ruido de las máquinas. “Pero no se preocupe, la represa aún resiste”, añade.

El escenario. Hace calor y está sofocante, y huele a aceite de máquinas. Mariposas nocturnas del tamaño de un plato vuelan alrededor de los tubos de neón.

Pesadas puertas de metal separan las salas, en las que el agua de la cañería sale y hace girar los rotores, que pesan 250 toneladas.
Frente a una de las puertas se formó un gran charco y sigue saliendo agua. “No es grave”, grita un trabajador: “Esto ocurre de vez en cuando”.

Un nivel más arriba, barras de metal del grosor de un tronco de un árbol, cubiertas con gran cantidad de aceite lubricante, giran a gran velocidad sobre su propio eje. Ellas transmiten la fuerza del agua de los rotores a las turbinas, que generan energía de manera similar a como lo hace el dínamo de una bicicleta.

Actualmente hay dos grandes diques que represan el río Congo cerca de la ciudad portuaria de Matadi. Esta se encuentra unos 400 kilómetros al sudoeste de Kinshasa, y desde allí faltan unos 100 kilómetros más hasta la desembocadura del río en el Oceáno Atlántico.
La ruta hasta Matadi es una de las pocas asfaltadas en el país, que tiene aproximadamente el tamaño de Europa occidental. A ambos lados de la carretera se extiende un cementerio de automóviles, con muestras de graves accidentes.

Gran cantidad de camiones, que deberían haber transportado bienes desde el puerto hasta Kinshasa, se encuentran allí volcados y les fue extraído hasta el último trozo de alambre. Y casi todos los vehículos que se desplazan por la ruta están sobrecargados con pasajeros y carga.

Las obras. Para las dos represas, bautizadas por el pueblo cercano Inga I e Inga II, se derivó un canal lateral relativamente pequeño del río Congo. Este río es en este lugar tan ancho que es difícil distinguir dónde está la orilla y en qué dirección fluye. Más bien parece una enorme región inundada.

Gran cantidad de islas rocosas, donde crecen árboles y arbustos, sobresalen del agua amarilla-amarronada.

Los diques datan de la época del dictador Mobutu Sese Seko. Inga I fue construido a comienzo de los años 70, e Inga II a inicios de los 80. Teóricamente, la República Democrática del Congo puede producir 1.775 megavatios de energía con las dos centrales hidroeléctricas. Pero durante la guerra civil, que duró varios años, las instalaciones no fueron mantenidas adecuadamente. El embalse requiere ser dragado con urgencia y las turbinas deberían ser limpiadas.

La producción actual alcanza a cerca de los 700 megavatios. Esto es más de lo que el Congo en realidad necesita, ya que sólo el 6 % de la población está conectada a la red eléctrica.

En los pueblos se cocina con fuego o gas, y por la noche se encienden las lámparas de petróleo. Quien tiene los medios, posee un generador a base de diesel.

También en la capital Kinshasa hay cortes de energía con tanta frecuencia que el ruido de los generadores es parte de la vida diaria.
La energía que no se usa en el Congo es exportada a Congo- Brazzaville, Zimbabwe y Angola. Actualmente sólo funcionan ocho de las 14 turbinas.

La empresa de ingeniería alemana Fichtner elaboró para la compañía energética congoleña SNEL una propuesta para la rehabilitación, que es financiada, entre otros, por el Banco Mundial (BM).

La empresa canadiense Mag Energy comenzó con la reparación de las primeras cuatro turbinas. La firma financia los trabajos y a cambio busca obtener beneficios de la energía producida en Inga.

Según este modelo, en el futuro inversores extranjeros también querrán conseguir grandes cantidades de energía a bajo precio.
Uno de los más grandes interesados es el consorcio energético Eskom, de Sudáfrica, un país ávido de energía. Con ayuda de Inga se podría por fin impulsar la industrialización de Africa, subrayó el presidente de Eskom, Reuel Khoza, cuando presentó en febrero los planes para convertir a Inga en la central hidroeléctrica más grande del mundo.

Primero, del embalse existente se derivará otro canal, que será represado. Con el nuevo dique Inga III se podrán hacer funcionar hasta nueve turbinas y producir 3.500 megavatios.

A largo plazo se planea desviar la totalidad del río en un valle transversal seco y represarlo allí. Al final de ese valle, se prevé construir un dique con 52 turbinas, que podrían generar hasta 39.000 megavatios de energía, más del doble de lo que produce el controvertido dique de las Tres Gargantas en China. Los costos de Grand Inga se estiman en 50.000 millones de dólares. Para muchos es un absurdo del estilo Mobutu.

Objetivos. Quien planea algo así no tiene en mente el suministro de energía de los habitantes del continente. Alrededor del 90 por ciento de los africanos no están conectados a la red eléctrica y poco cambiará al respecto, aún con los nuevos diques.

La energía es más bien necesaria para la extracción y el procesamiento de materias primas y otras industrias.

Para Inga III se unieron las compañías eléctricas del Congo, Angola, Namibia, Botswana y Sudáfrica. Planean financiar en conjunto la nueva central hidroeléctrica y una línea de transporte de energía hasta el extremo sur del continente.

A cambio, cada país dispondrá de un quinto a la energía producida. Para el gobierno congoleño esto significa que, si bien logra financiamiento para la construcción de la nueva represa, no podrá vender por su cuenta la energía producida allí. “Todo el mundo participa en Inga, sólo Congo no tiene más que perjuicios”, publicó recientemente un diario local.

En el “Cercle des cadres”, el club de los principales empleados de Inga, pequeños grupos de hombre se reúnen al anochecer alrededor de mesas de plástico para tomar cerveza. No hay mucho entretenimiento en la aldea de bungalows construida para los trabajadores. Se bebe, se ríe y, de vez en cuando, un mango cae de un árbol.

“El Congo está por los suelos luego de todos los años de guerra, pero aquí en Inga hay un potencial gigantesco”, dijo Jean Bosco Kajombo, de la empresa energética SNEL. “Cuando sean construidos los nuevos diques, entonces podremos suministrar energía para todo el continente”, explicó.

A diferencia del Amazonas, el río Congo tiene el mismo caudal durante todo el año. “Esto es así porque una vez pasa el Ecuador y luego vuelve. Siempre llueve en algún lado”, explicó Kajombo. “Sólo falta aclarar quién financiará todo esto”, agregó con dudas.

Su vecino en la mesa, Crispin Lumbombo, es más escéptico. Como asesor de SNEL, tiene el encargo de investigar las consecuencias ecológicas y sociales de las represas planeadas. Pero no llegó demasiado lejos.

En la actualidad se ocupa aún del destino de 4.000 ex trabajadores de la construcción, que desde hace décadas viven en el campamento Kinshasa (en los terrenos de Inga) y son un problema para los inversores extranjeros.

“Vamos a analizar cuidadosamente las posibles consecuencias para el medio ambiente y las personas”, aseguró Lumbombo. Y continuó: “Pronto habrá un estudio amplio al respecto”.

Lo que es seguro es que para el dique más grande varios pueblos deberán ser trasladados a otro lugar. Pero aún nadie realizó un recuento de cuántas personas podrían verse afectadas, dijo Lumbombo. Muchos pueblo igualmente ya están medio vacíos, porque las personas los abandonaron por la plaga de insectos.

Para los ambientalistas, como la International Rivers Network, los peligros de una intervención masiva en la naturaleza son evidentes: la flora y la fauna del río Congo están amenazadas, los mosquitos que transmiten la malaria y otros organismos patógenos se pueden propagar drásticamente, los peces no pueden migrar hacia sus sitios de reproducción, plantas que quedan tapadas por el agua se descomponen y emiten gases dañinos para el clima, mientras que se pierde la fertilización natural del lodo del río, rico en minerales.