Amsterdam repleta - foto El País-
Ese deporte que apasiona a los uruguayos, que en los últimos tiempos ha bajado su nivel y se ha situado entre los más pobres del continente, habiendo dejado el privilegiado sitial de haber compartido durante muchas décadas las posiciones más encumbradas junto a Brasil y Argentina en las competencias sudamericanas, siempre tiene una buena excusa para resurgir. Se dice que la alegría va por barrios y que el fútbol siempre da revanchas.
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En este caso, el que llegaba en busca de revancha, a pesar de que no venía bien posicionado en la tabla del Torneo Clausura, era Nacional. De todas maneras, su hinchada respondió en buen número y junto a la de Peñarol lograron renovar una de las tradiciones más populares de los uruguayos: El Clásico (con mayúscula, pues se trata del único partido que capta la atención de todos los uruguayos a nivel local). El día desde tempranito en la mañana ya se presentaba hermoso, el cielo azul y el sol brillante contagiaban alegría. El Estadio Centenario era el lugar indicado para la fiesta. Si alguien que estuviera allí hubiera querido sacar una foto de algo que representara parte del sentir de los uruguayos no tenía más para hacer que apretar el botón de la cámara.
Los equipos iban a jugar el partido clásico en diferentes condiciones. Nacional no tenía ningún tipo de presión, más que el orgullo de querer ganarle siempre al tradicional rival, porque en el torneo local hace rato que se despidió de cualquier posibilidad de luchar por el título. Peñarol, por su parte, llegaba a jugar contra el eterno contrincante con la necesidad de ganar, debido a que a falta de tres fechas para la definición del campeonato, tenía a Danubio y a Defensor por encima suyo, con una desventaja de 4 y de 3 puntos con cada uno de ellos, respectivamente. Apenas comenzado el partido (a los 2 minutos de juego) Peñarol se puso en ventaja con un gol en contra del volante tricolor, Marco Vanzini, quien saltó en el área con el aurinegro Silvio Mendes y cabeceó para su propio arco. A pesar de esto, parecía que Nacional podía recuperarse, pues el partido recién comenzaba a jugarse. Cuando transcurrían casi 30 minutos de la primera etapa, Omar Pouso, el voltante de Peñarol, en la misma incidencia en la que el juez había pitado una falta a su favor, y con el árbitro encima de la jugada, golpea en la cara a Vanzini y es expulsado. Con un jugador menos, se suponía que Peñarol iba a sufrir mucho para poder aguantar la temprana ventaja que había conseguido. Sin embargo, de esa misma falta pitada por Larrionda, derivó el segundo gol de los carboneros. Había otros candidatos para rematar el tiro libre, pero el brasileño Mendes tomó la pelota y pateó: la clavó en el ángulo, literalmente. Aplausos y más aplausos para una verdadera obra de arte que podría recorrer el mundo y ser elegida como la más brillante del fin de semana. Siete minutos más tarde, el delantero brasileño anticipó la salida del arquero tricolor y de cabeza anotó su segundo gol de la tarde y el tercero del partido, dando así, por liquidado el encuentro. El segundo tiempo estuvo de más. Con este resultado, Peñarol, a dos fechas de la culminación del Clausura, se posiciona igual que Defensor, un punto por debajo de Danubio.
Y como siempre, tendremos algunos días para debatir acerca de lo que fue el partido. No quedará oficina, salón de clases, ómnibus, fábrica, ni cola para pagar alguna cuenta en donde no haya algún comentario del clásico. Algunos gozarán el triunfo con sus compañeros o con sus ocasionales interlocutores y otros sufrirán la derrota. Se pagarán las apuestas y se sufrirá de un lado, se cobrarán y se disfrutará del otro. Siempre es así. Y hay otra cosa que también siempre es así: cada vez que el fútbol uruguayo (o sea, casi siempre) parece no interesarle a demasiada gente, llega un partido clásico y las pasiones renacen. Las banderas, los gorros y las camisetas dejan el lugar más oscuro del cajón del ropero y de repente se encuentran en medio de la fiesta, de una de las más hermosas fiestas con las que cuenta nuestro pueblo. Una fiesta en la que participan mujeres y hombres; niños, jóvenes, veteranos y viejos; deportistas; músicos, actores, escritores; empresarios y obreros; estudiantes y profesores, etc. Una vez más, Peñarol y Nacional nos hacen sentir que somos cada día más uruguayos. Porque a veces no sabemos valorar lo que es tener la posibilidad de vibrar, en vivo, cuando se da una fiesta como esta (y si no, pregúntele a cualquier uruguayo que ande desparramado por algún lugar del mundo, cuánto daría por haber estado en el estadio...). Nuevamente, una de las tradiciones más "clásicas" de los uruguayos se hizo presente en forma de fiesta. Lástima que este tipo de tradiciones se dé con poca frecuencia. Por eso, cuando la posibilidad se presenta no queda mejor forma de renovación que disfrutándola. ¡Que se repita!