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por Luis Alejandro Rizzi
Esta crisis pone de manifiesto que la ciencia económica solo sirve para
alimentar la perplejidad de quienes tienen la obligación de
resolverla ya sea encontrando la oportunidad o bien sumiéndonos en el
peligro, tal como representa a la palabra crisis un símbolo chino.
Creo que muchos libros de texto sobre economía quedaran olvidados en las bibliotecas y quizás con el tiempo se conviertan en extraños incunables.
No critico a la economía por la ocurrencia de la crisis, seria lo mismo que criticar a la medicina porque la gente en algún momento se muere, pero la diferencia está en que la medicina nos puede decir como sortear una enfermedad o bien que ya la suerte está echada.
En esta crisis la economía no atina y solo reclama millonarias sumas de dólares o euros para insertar en bancos, empresas, etc, sin medir las consecuencias de este estrafalario endeudamiento que afectará a las generaciones por venir en una muestra desaprensiva de clara injusticia y de menosprecio a los derechos humanos de las actuales y próximas generaciones.
En otras palabras no somos capaces de asumir nuestras culpas y responsabilidades.
Creo que esta crisis desnudó nuestros miedos y nos puso en contacto con la impotencia que según Hannah Arendt, es la situación en la cual, por la razón que sea, somos incapaces de actuar.
Sigue escribiendo Arendt que
políticamente hablando, el miedo es la desesperación debida a mi impotencia cuando he alcanzado los límites dentro de los cuáles es posible la acción
La ciencia económica y los economistas nos han llevado a un límite que fue el de hacernos creer que se puede generar riqueza de la nada y el desvelo de ese sofisma nos sumergió en este miedo que surge de la falta de legalidad del sistema que a su vez siembra la desconfianza y dificulta la actuación en consenso o concierto.
El miedo nos hace reclamar y lamentarnos de haber creído en ese ilusionismo practicado por una elite de ceos que hacían un cautivante malabarismo con las burbujas que iban generando.
La ley y el derecho se sonrojaban ante tanta habilidad y abogados y jueces se preocupaban más por demostrar que sabían más economía que derecho, la justicia como tal había perdido status, los valores se cuantificaban y las calculadoras se convertían en las armas de este ejército que ocupó y anegó la política.
Los ciudadanos convertidos en súbditos debían soportar y hasta usufructuar esta tiranía fruto de esta nueva ética en la que el dinero representaba a la eternidad.
Ahora estamos próximos a la reunión del G20, se reclamará contra los paraísos fiscales, sin preguntarse quien los creó, se reclamará por la necesidad de máximos controles sin preguntarnos que pasó con los existentes, se reclamará por mas legalidad, seguramente por parte de la Presidenta argentina que merced a los superpoderes puede modificar el presupuesto general de la nación, se hablará de políticas anticíclicas, se invocará a Keynes y seguramente nadie pensará que en definitiva para salir de la crisis del 29 fue necesaria una guerra.
Me pregunto, la oportunidad de la crisis no estará escondida en el sentido común que nos dice que toda desmesura causa problemas y una gran desmesura causa grandes problemas que como esta crisis nos deja perplejos, es decir sin saber que hacer
o sin querer hacer lo que se debe hacer que es peor.
La solución no la proporcionarán quienes fueron espectadores del proceso que llevó a la crisis ni los que la produjeron porque en el fondo siguen creyendo que solo es cuestión de dinero ajeno y que con dinero ajeno se saldrá.
Lo peor que puede ocurrir es que los estados se involucren en la crisis, su misión es la de aplicar un tratamiento que resulte creíble, que genere confianza y con la confianza restablecida encontraremos la oportunidad antes que el peligro prolongue la crisis.
Si el estado se involucra en la crisis recurriendo a nacionalizaciones o estatizaciones correrá el grave riesgo de convertirse en sujeto de la crisis.
El estado debe ejercer lo que en derecho administrativo se llama poder de policía, que es lo mismo que decir que debe emitir reglamentaciones razonables y ejercer su poder de control.
Esta cuestión no tiene nada que ver ni con derechas ni con izquierdas, ni con capitalismo o socialismo, ni liberalismo o estatismo. Solo tiene que ver con idoneidad ética y técnica de los funcionarios.
En medicina la ciencia aconseja enterrar a los muertos, en economía los llamados activos tóxicos solo deben tener un destino: la quiebra y los afectados soportar el duelo consecuente con la diferencia que de una quiebra se puede regresar, de la muerte, todavía nadie lo hizo.