La Reforma Tributaria se compone, a priori, de dos grandes factores: uno político, y el otro, de carácter estrictamente administrativo. El componente político, como todo asunto de esta naturaleza, genera adhesiones y rechazos. El Partido Colorado y el Partido Nacional, fieles al lugar que les ha tocado ocupar en la lucha política, se oponen a la reforma argumentando que con ella comenzará la desaparición definitiva de la vieja clase media de nuestro país. Por el lado oficialista, la justificación a este cambio tributario viene de aquello de que "pague más el que tiene más", como forma de achicar en algo la brecha entre los más poderosos y los más desprotegidos, para una mejor distribución de la riqueza. Pero también está el componente administrativo, que bien podríamos llamarlo recaudador, que tiene efectos inmediatos, desde el punto de vista pragmático, mucho más allá de la filosofía que corresponda en materia de la distribución de la riqueza de un país. Se trata de hacer que la caja diaria esté siempre en funcionamiento, sin tomarse días de descanso.
Las dudas que dicha reforma genera en los empresarios, en los inversores, en los asalariados y, en la población en general, hacen que buena parte de la sociedad uruguaya se muestre expectante ante la implementación de la misma a partir del próximo 1 de julio. Si bien es sabido que buena parte de los simpatizantes del Frente Amplio confían en los planes del gobierno desde el punto de vista político, en los hechos, en la vida cotidiana, las dudas y la incertidumbre sobre cómo la Reforma Tributaria afectará el bolsillo de cada uno, trascienden también a la propia confianza política. Y buena parte de esa incertidumbre se debe a la poca información que la población ha recibido respecto a los alcances de la reforma. Sabemos que el gobierno está elaborando diversas formas de información para poder llegar a todos los rincones del país, hecho este, que saludamos con fervor, a tan poco tiempo de su inminente implementación. Bueno sería también, que dicha información llegara a todos los niveles de nuestra sociedad, y no que su interpretación quedara en manos de una minoría elitista que luego maneje a su antojo cualquier tipo de definición surgida de burócratas escritorios situados muy lejos y escondidos de la gente