Aquí, en el hemisferio sur, el otoño ha tornado el aire fresco y las sombras largas, y Buenos Aires con su mezcla cautivadora de caos y elegancia no defrauda.
Hemos venido para encontrarnos con dos estadounidenses acaudalados quienes se encuentran en la línea de frente del movimiento conservacionista y en el centro del intenso debate entre quienes desean salvar el planeta y quienes desean salvaguardar la soberanía nacional argentina.
El infinito y más allá
Muy pocos predecían que Douglas y Kris Tompkins se convertirían en luchadores ecologistas. Ellos hicieron sus fortunas en el comercio.
La pampa húmeda se extendía hasta el infinito.
Él fundó la marca de ropa de montaña North Face y luego, el imperio de la moda Esprit. Ella era la jefa ejecutiva de Patagonia, la marca de ropa deportiva. Ambos vendieron sus activos hace mucho tiempo y compraron vastas áreas en Argentina y Chile.
En esencia, su sueño es preservar algunas de las zonas naturales más puras, reintroducir especies desaparecidas y luego donar al Estado largas extensiones de tierra como parques nacionales. Ya lo han hecho en Chile y esperan hacerlo en Argentina.
Para encontrarnos con ellos nos desplazamos durante 10 horas al noreste de la capital, a través de la llamada Pampa Húmeda.
Las carreteras y el horizonte se extendían hasta el infinito. La sensación era que nunca íbamos a llegar a nuestro destino.
A cada pocos kilómetros, vacas y búfalos sorprendidos nos miraban fugazmente como expresando: "¿Para qué se molestaron en venir?".
El Socorro
Sin aún entender el sentido de tanta vastedad llegamos a un lugar llamado la Estancia del Socorro, una enorme propiedad que los Tompkins llaman hogar durante la mitad del año.
El rancho -que incluye un simple pero inmaculado hotel favorito de entusiastas de la ornitología, un pequeño grupo de bungalows para los empleados, una escuelita y una pista de aterrizaje- es un verdadero oasis.
En la niebla matutina, loros, cardenales, palomas y muchos otros tipos de pájaros crean un concierto de chillidos y risas.
Caimanes se tienden al sol antes de desaparecer silenciosamente en ríos y lagunas cercanas, y en todas partes carpinchos despreocupados se desplazan lánguidamente en busca de alimento y atención.
No hay televisión, ni la teléfonía celular tiene cobertura ni existe el deseo de conectarse a internet. Mi cerebro cayó en un estado de ensimismamiento.
¿Guerra de las aguas?
La única interrupción procede de los propios Tompkins. Aunque claramente ellos aman su vida de retiro, su preocupación por la naturaleza no los deja descansar.
La guerra en Irak agudizó sospechas sobre los motivos de la presencia de estadounidenses.
Douglas lanza todo un discurso sobre el estado de abandono de la capa vegetal en todo el mundo.
Para ser honesto, el asunto no era mi favorito, pero luego de varios botellas de buen vino argentino, ya me encontraba listo para dar batalla por el tema.
Su causa convence porque en El Socorro se ven los resultados.
Por eso, sorprende hallar que los Tompkins han sido objeto de la ira de muchos argentinos.
"Extranjerización"
El padre Luis Adis, en la vecina ciudad de Mercedes, es uno de los sacerdotes locales que ha firmado una carta condenando lo que denomina "extranjerización" de la tierra.
En Buenos Aires, el vocero de la arquidiócesis, padre Gustavo Boquín, advirtió que los Tompkins pueden poner en peligro la seguridad nacional de Argentina porque poseen 162.000 hectáreas encima del llamado acuífero guaraní, que es el tercer reservorio de agua dulce más importante del mundo.
"¿Qué pasaría en caso de que estalle una guerra por el agua?", pregunta el amable sacerdote. "¿Qué ocurriría con nuestro recurso natural más preciado? EE.UU. fue a la guerra en Irak por el petróleo. Podrían venir acá por el agua".
Yo contesto con ironía que no necesitarían hacerlo. Que si unos "gringos" ya poseen el acuífero sólo tendrían que construir tuberías.
Mi respuesta no fue apreciada.
Además de los sacerdotes, está la figura de Luis D'Elia, quien fuera titular de la Subsecretaría de Tierra y Hábitat en el gobierno del presidente Néstor Kirchner hasta que se le destituyera en noviembre pasado por sus posiciones radicales.
D'Elia se ha convertido en el oponente más vocal de los Tompkins.
"Ellos están confabulados con el Pentágono, que como sabes está construyendo una base aérea al otro lado de la frontera, en Paraguay", me dijo.
"¿También sabes que Barbara Bush vino el otro día para comprar 40.000 hectáreas en Paraguay?", me preguntó.
Hombre acuerpado con semblante molesto, despliega un mapa enorme de Argentina en su despacho y señala lo que denomina "tierra gringa", como un general que apuntara a las posiciones del enemigo.
Choque cultural
El tema no ha despertado demasiado interés en la población, pero podría despertarlo si se le manipula y se agitan los ánimos.
Aparentemente 5% de la masa de tierra argentina está en poder de 25 familias extranjeras.
Algunos estadounidenses, al parecer, son más populares en Argentina que otros.
La mayoría de ellas la componen estadounidenses acaudalados como los Tompkins, y las evidencias indican que están menos interesados en derretir los hielos patagónicos y venderlo embotellado que en invertir su dinero en la Madre Naturaleza.
Cuando señalo que el 90% de la tierra restante está en poder de sólo el 8% de la población argentina; es decir, los ricos estancieros, mi interlocutor se encoge de hombres y dice: "Son compatriotas, no extranjeros".
Las discusiones están envenenadas por una tradicional sospecha, por no decir convincente, de la presencia estadounidense en la zona, una sospecha recientemente reforzada por el desprecio al gobierno del presidente George W. Bush.
El mayor terrateniente extranjero de tierras en Argentina es, de hecho Luciano Benetton, el zar italiano de la moda (¿qué hay con el mundo de la moda en el extremo sur de América Latina?) pero al ser italiano, su nombre es rara vez vilipendiado.
El agrio debate también refleja un curioso e irracional choque de culturas. Los Tompkins son vistos por algunos como como parte del mecanismo globalizador que permite al capital extranjero comprar tierra nacional sagrada
Sin embargo, los mismos Tompkins rechazan las fuerzas de la globalización que han corrompido el aire, dañado la capa vegetal, recalentado el planeta y alterado el orden natural del ambiente.
Ellos practican lo que predican, por ejemplo, al consumir sólo alimentos cultivados en su tierra o vendidos en el mercado local.
Causa común
Si el planeta está en peligro, entonces las soluciones tienen que adoptarse más allá de las fronteras nacionales tras un diálogo transparente que agrupe a tantos actores como sea posible.
Esto no ha ocurrido aún. Pero la ayuda podría venir en la forma inesperada de un gigante oso hormiguero.
El animal, traído por los Tompkins desde otra provincia luego de un papeleo monumental, ahora vive en El Socorro.
Se espera poder reintroducir el animal en algún momento en la zona, lo que sería el primer ejemplo en Argentina de devolución de una especie a su hábitat.
"Toda la provincia de Corrientes observa", me dijo Kris Tompkins cuando esperábamos a que el ejemplar de oso estirara su largo hocico en busca de su dieta de carne, huevos, bananas y vegetales.
"Si logramos que se extienda la población de osos hormigueros habremos logrado una victoria", me dice.
"¿Y esto, desde luego, ayudará a su causa?", le pregunto a Douglas Tompkins.
Él responde: "No es sólo mi causa. También es la suya. La de todos".