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Domingo, 01 Junio 2008 20:39

Desierto tropical: Parque Nacional de los Lençois Maranhenses

 En el nordeste de Brasil, a dos grados del Ecuador, existe una formación extraña y asombrosa, nada menos que 155.000 hectáreas de arena ondulada, con lagunas de agua de lluvia

SAO LUIS.- ¿Desde cuándo puede un desierto ser uno de los mayores atractivos de Brasil?

Parece insólito, y de hecho lo es, pero el país de las selvas y playas tropicales también tiene su propio Sahara: un sinfín de dunas -155.000 hectáreas, el tamaño de San Pablo-, que se extienden a lo largo de 70 km de la costa de Maranhão, un estado preamazónicao al nordeste de Brasil.

De todos modos, llamar Sahara al Parque Nacional de los Lençois Maranhenses -he aquí su nombre completo-, no sería del todo correcto, ya que en este arenal puede llover 300 veces más que en el desierto africano. De diciembre a junio, de hecho, el agua cae con tanta fuerza que al pie de las dunas se forman piletas naturales de hasta cuatro metros de profundidad. Miles de dunas salpicadas por miles de lagunas. El resultado es un paisaje irreal, sin nada que se le parezca en la Tierra.

Hasta hace poco, este mundo sin sombras ni tiempo era prácticamente desconocido para la mayoría de turistas, incluso para los mismos brasileños. El secreto mejor guardado del país, lo llamaban. A pesar de que en el pasado la región de Maranhão fue una de las más pujantes del imperio por el apogeo de las exportaciones de algodón, hoy es uno de los estados más pobres y relegados de Brasil, y llegar hasta los Lençois no es fácil, ya que quedan lejos y el viaje es cansador.

El turismo -sobre todo local, y europeo en julio y agosto- se intensificó hace unos siete u ocho años, cuando se asfaltó la ruta entre São Luis, la capital del estado, y Barreirinhas, un pueblo recostado a orillas del río Preguiças, que es puerta de entrada al parque.

Claro que los 260 km que unen ambos puntos también pueden hacerse en avioneta. Una opción bastante más cara (250 reales contra 30 el tramo), pero la mejor para apreciar esa lengua ondulada que, desde el aire, se asemeja a una enorme cama con las sábanas revueltas, imagen que le valió su nombre al parque (lençois significa sábanas en portugés).

Una vez en Barreirinhas, abajo de la avioneta y arriba de una 4x4, hay que atravesar el Preguiças en balsa. El Preguiças es ese río que discurre con lentitud entre manglares, palmerales y, aquí y allá, un puñado de caseríos que duermen bajo el sol del Ecuador. Como Caburé, un pueblito de pescadores apretado entre el río y el mar, un mar de aguas oscuras que baña kilómetros y kilómetros de playas despobladas.

Pero es ésa es otra excursión. Ahora el jeep se abre paso entre huellas de arena y restinga, una vegetación de matas bajas que bordea todo el parque (salvo, claro, en la franja que linda con el oceáno Atlántico). Al cabo de unos 50 minutos, se detiene al pie de un médano de unos 40 metros de altura. El parque es área protegida desde 1981 y, afortunadamente, los vehículos no pueden entrar en él.

El sol cae a plomo, aunque no se siente esa humedad que aplasta en latitudes similares. El clima de Maranhão es semihúmedo, y eso, subiendo laderas empinadas, se agradece.

En el momento en que se llega a la cima de la duna aparece de golpe, como un espejismo, ese desierto silencioso e interminable. Se puede vagar durante horas en el manto de arena resplandeciente, puro cuarzo molido, y no ver a nadie. Bañarse en las aguas tibias de la Lagoa Azul o la Lagoa Bonita, que es como sumergirse despierto en una fantasía de Julio Verne. Ver cómo el azul o el verde de las lagunas vira al plateado cuando cae el sol. Y sentir que el tiempo se detuvo en ese extraño mundo que llega hasta más allá del horizonte.

La ciudad más portuguesa

São Luis es la parada obligada si se quiere visitar el Parque Nacional dos Lençois. La capital de Maranhão tiene su corazón moderno, con torres de edificios, shoppings y hoteles cincos estrellas, pero es su casco histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1997, el que merece una visita.

Para coleccionistas de curiosidades, São Luis es la única ciudad brasileña fundada por franceses, aunque se ganó la fama de ser la ciudad más portuguesa de Brasil.

Se suponía que iba a convertirse en la capital de la Francia Equinoccial, como pretendía nombrar aquel imperio a sus tierras transatlánticas. Fue Daniel de la Touche de la Ravardière, un oficial naval de la corona francesa, quien en 1612 le dio el nombre del santo de su rey, Luis XIII, recientemente coronado. Tres años después la ciudad cayó en manos de los portugueses, aunque también estuvo algunos años en poder de los holandeses.

El pasado francés quedó como anécdota. En cambio, el portugués se adivina con facilidad en las ruas empedradas y las ladeiras del centro histórico, un conjunto de casonas, iglesias y plazas que han cambiado muy poco en los últimos dos siglos.

Sin embargo, el que espera encontrar cascos como Ouro Preto o el Pelourinho de Bahía, prolijos y bien conservados, saldrá decepcionado. Aunque las autoridades llevan casi 20 años luchando para restaurarla, São Luis parece que está a segundos de desmoronarse. El abandono y el deterioro amenazan con devorarse cientos de construcciones de los siglos XVIII y XIX. Cientos, sí, porque los edificios históricos alcanzan los tres mil, por lo que la recuperación es lenta y trabajosa.

De todos modos, pasear por sus calles es un ejercicio de asombro e imaginación, una invitación a descubrir detalles insospechados: balcones con curiosas formas de hierro forjado, portales, azulejos traídos de todas partes de Europa. Porque en las fachadas de las casas se muestra la que tal vez sea la mejor colección de azulejos de todo Brasil. Por eso, São Luis se conoció en el siglo XIX como la pequeña villa de palacios de porcelana.

No hay que olvidar que esta ciudad, gracias a la exportación de algodón, llegó a ser la más opulenta de la costa septentrional de Brasil. Fue, también, un importante centro esclavista, al punto que es imposible olvidar que en este puerto desembarcaron miles de negros arrancados de Africa. La abolición de la esclavitud fue de hecho un factor decisivo en la decadencia de São Luis, una ciudad que hoy se esfuerza por recuperar su antiguo esplendor.

Por Teresa Bausili
Enviada especial
lanacion.com.ar