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Domingo, 03 Junio 2007 18:29

Buen karma entre sierras

por CATERINA NOTARGIOVANNI
Diario El País

Montevideo - 04 JUN 07 - Portal del Uruguay.
La distancia es corta, apenas 100 kilómetros de Montevideo en dirección a Minas. Sobre el lado derecho, y un par de kilómetros después de doblar por la Ruta 81, se observa una construcción sobre una sierra.
Es pequeña, apenas apreciable para quienes saben a dónde se dirigen. Ocho kilómetros más adelante un cartel advierte: Monasterio Chagdud Sengue Dzong, Centro de Budismo Tibetano Vajrayana.

Una portera cerrada con candado impide el paso. Para ingresar hay que anunciarse. Si lo hace, un gentil caballero de 60 años le dará la bienvenida. Es Pema Gompo, coordinador del primer monasterio para budistas hispanohablantes de toda América. "Verá una subida más adelante. Ponga primera y dele", avisa Gompo mientras se dirige a una camioneta Mahindra. El empinado camino tiene pozos y piedras. El auto se queja. El chofer sufre.

En la cima, la construcción se convierte en un edificio de seis pisos como no hay otro en Uruguay. La boca se abre y los ojos no dan crédito. ¿El Tibet? No, Aguas Blancas, departamento de Lavalleja.

TEMPLO. El Monasterio Chagdud Sengue Dzong comenzó a construirse en 2000 con donaciones de budistas de todo el mundo, que aportaron para comprar 600 hectáreas. Sobre la sierra más alta, a 400 metros, se inició la edificación. Siete años más tarde sólo restan las terminaciones. Eso incluye la paciente tarea de pintar a mano figuras humanas y antropomórficas que decorarán paredes y techos.

La sala principal tendrá un altar con biblioteca donde se colocarán los libros canónicos portadores de las enseñanzas budistas, así como una figura de Buda cuya elaboración estará a cargo de artesanos hindúes. Pema Gompo cuenta que aún no decidieron si invitarlos a venir, o importarla desde India.

El templo consta de seis niveles. En el primero se ubican los servicios (lavadero, planchado), y en el segundo la cocina, donde se prepararán cuatro comidas diarias. La modalidad será autoservicio. Está previsto la instalación de un snack bar. En el tercer nivel se ubica el salón principal y dos pequeñas cocinas donde se elaboran el Sok y las Tormas, alimentos utilizados como ofrendas en las prácticas.

Los dormitorios de los residentes se ubican un piso más arriba, con dos amplios baños con piletas, duchas y retretes. También hay cuartos para los Goland, practicantes que deciden hacer un retiro de tres años, tres meses y tres semanas sin ver ni dejarse ver por nadie.

El apartamento del quinto piso cuenta con dos dormitorios, baño, cocina y estar, y está destinado a albergar al Lama residente que vivirá con su familia y un traductor (no hay Lamas que hablen español).

Escaleras y un ascensor (único del país ubicado a 400 metros de altura) comunican los pisos. Predominan los naranjas, verdes, azules y amarillos, en sus versiones más chillonas. Las piedras de la construcción fueron bendecidas, una a una, mediante el soplo.

Existirán tres modalidades de hospedaje. Las personas que viven y trabajan en otro sitio podrán instalarse los fines de semana, recibir las enseñanzas y marcharse. Otra posibilidad es mudarse al monasterio, salir a trabajar y regresar por la noche. Las personas que decidan abandonar el trabajo afuera, podrán instalarse allí y dedicarse full time a las prácticas.

Los seguidores deben autosustentarse, haciéndose cargo de los gastos de teléfono, calefacción y comida. Los que no tengan medios, podrán colaborar con trabajo. Dentro del templo no está permitido fumar, tomar alcohol o consumir drogas. "Los expulsamos", dice tajante Pema Gompo.

En Uruguay, el 8% de la población (265.000 personas) se considera budista, según el Instituto de Estadística. Pema Gompo señala que se percibe más participación de uruguayos de 30, 50 y 60 años. Si bien se inscriben 20 personas por taller, la mayoría abandona antes de finalizarlo. "Es una tendencia mundial".

-Cite un ejemplo de cómo aplicar las enseñanzas del budismo.

-Vos tenés a tus compañeros de trabajo. Tal vez uno de ellos, cuando llega en la mañana, te habla mal. Siempre habrá una persona que uno siente que lo perturba. Con el correr del tiempo se genera una aversión hacia ella hasta considerarla enemiga. Si algo me pasa en la oficina, es culpa de fulano. En realidad esa persona es nuestro maestro. Te preguntarás: ¿cómo puede ser mi maestro? Lo es, porque ese individuo es el único que te permite practicar la paciencia. Si lo agarro del cuello, no aprendí nada.

-¿Cómo se logra ese estado?

-Primero tenemos que aprender a eliminar los venenos de la mente para ir logrando mayores niveles de felicidad. Esos venenos son el orgullo, los celos, el apego, la aversión, la ignorancia, la rabia. En la medida en que los sacamos, nuestras posibilidades de felicidad son mayores. O, por el contrario, si se incrementan, los niveles de sufrimiento son altos. Se debe eliminar el karma y los venenos de la mente.

-¿Qué es el karma?

-Es la ley de causa y efecto. Por ejemplo: si yo te pego ¿qué voy a recibir? Posiblemente otro golpe. O al menos no voy a recibir un beso. Si tiro una piedra en el agua se van formando ondas concéntricas que van llegando a la orilla. Cuando lo hacen, vuelven al centro. Lo que pasa es que tardan en llegar a la orilla y más aún hacia el centro. Cuando se tiene un pensamiento, una palabra o una acción negativa o positiva, después eso vuelve a uno. Como pasó tiempo no lo percibimos. Hoy me insultás y te vas. No nos vemos más y pasan 10 años. De pronto algo sucede. Y te preguntás: ¿por qué me pasa esto a mí? Son ondas que vuelven al centro, hacia quien emitió la energía. Uno tiene que ser cuidadoso y tomar conciencia de lo que hacemos, decidimos y pensamos. A veces se dice; ¿por qué no se muere ese hombre? Como no se es un asesino, no lo va a matar, pero la energía que liberó es igual a que si lo hubiera hecho.

-A veces lo que se piensa viene sin que se llame.

-Claro, viene porque no analizamos nuestros niveles de pensamiento. En la medida que se está atento a la mente, se cambia el patrón de conducta. El tema es que los humanos no tomamos conciencia de que eso es así.

-¿Cómo se toma conciencia?

-Contemplando y meditando, que van de la mano como las alas de un pájaro. Contemplación es analizar algo de forma consciente. Meditar es descansar la mente en su propia esencia. Eso es no hacer nada, lo que no significa ir a la cama a dormir. Es simplemente dejar que descanse en esa esencia, pero poniendo atención a que no surjan pensamientos. Si vienen, hay que identificarlos y no involucrarse.

-¿Podría ejemplificar?

-En la meditación pueden aparecer pensamientos del tipo: tengo que pagar la UTE. Si uno lo identifica pero no se involucra, está bien. Ahora, si piensa en los $ 5.000 de luz, entonces se involucra. No estoy meditando, sino siguiendo el curso de los pensamientos. Se debe estar en estado consciente (despierto) con todos los sentidos atentos, pero sin involucrarse. Y por supuesto: chequear la mente, cosa que los occidentales normalmente no hacemos porque vivimos bombardeados por pensamientos.

-¿Cuáles son las enseñanzas de Buda que más le retumban?

-Hacer el bien. Uno practica con el objetivo de ayudar a otros seres a que también alcancen la iluminación. De nada me sirve llegar a ser feliz y ver el sufrimiento al lado mío. Esa posición autocentrada y egoísta conduce a más sufrimiento.

El budista-economista: dos vidas en una

Desde chico supo que quería cultivar su espíritu. Debido a un fuerte y persistente dolor de espalda, el joven Claudio pasaba horas tirado en el piso buscando alivio. Mientras lo hacía, jugaba con su mente. Así daba los primeros pasos en la meditación.

Cuando terminó el liceo le confesó a su padre que quería ser cura. La respuesta fue terminante: "No quiero vagos en mi casa. O estudiás o trabajás". Resignado, ingresó en la Universidad. Años más tarde, le mostraba a su progenitor los títulos de Licenciado en Administración de Empresas, Contador y Economista. Una vez en la pista, bailó. Trabajó en la dirección y asesoramiento financiero de una empresa de la Provincia de Buenos Aires, de donde es oriundo. Además era broker de bolsa, vendía y compraba acciones, y se pasaba horas al teléfono consultando cotizaciones. Se casó, tuvo dos hijos, y fue integrante de la selección argentina de rugby.

Todo fue bien hasta que en los primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín (1981) las cosas se le tornaron negras. Un día un grupo de sindicalistas entró a los balazos a la empresa donde trabajaba. El clima era de tal tensión que debían revisar su auto a diario por temor a un atentado con bombas. "Hasta que me secuestraron, me pegaron y me rompieron las costillas", cuenta con tristeza.

Acorralado, pidió consejo: "Andate del país y no le digas nada a nadie", le sugirieron. Hecho. Tomó a su familia y se largó. Destino final: Londres. Pero antes, una escala en Uruguay. Se instalaron en Punta del Este y de allí no se movieron. Por un tiempo.

Un día Claudio sacó a un coreano de "recorrida" por el país. Entre vueltas llegaron a la Ruta 81. El lugar era conocido para él, lo había visto 30 años antes "en visiones, mientras yacía sobre el piso aliviando el dolor de columna". Entonces lo supo.

Devolvió al coreano, y al día siguiente estaba en Aguas Blancas preguntando por alguien que quisiera vender un terreno. Casualidad (o no), una señora tenía el suyo en el mercado inmobiliario. Trato. Aquí me quedo, pensó.

Y así lo hizo. Se separó de su esposa, volanteó 180 grados y cambió su nombre por el de Pema Gompo.