Esto que acaban de leer tiene lugar al menos 1 vez cada 2 segundos en alguna parte del Mundo, y en infinidad de idiomas. Es, más menos, una secuencia de la conversación de los pilotos de un avión durante un despegue.
Esto, ha dejado de ser algo extraordinario a fuerza de frecuente. Pero ojo, aceptemos que la palabra normal puede entenderse tanto en su sentido de "habitual", como de "ordinario". Y paremos a pensar un momento: esto es tremendamente habitual, pero resulta extraordinario, y de normal en esta última acepción no tiene absolutamente nada. De hecho, y por desgracia, el suelo está ahí de vez en cuando para recordárnoslo.
Porque el suelo no es sólo aquello contra lo que golpea la aeronave accidentada, no es únicamente lo que recibe su tremenda energía cinética y la transforma en un hercúleo borbotón de poderío para hacerla trizas. El suelo es también lo que ha elegido el destino para arremeter contra nuestra soberbia cuando nos abonamos a algo tan humano como es la pérdida de la capacidad de asombro.
A ningún adulto le produce el menor cosquilleo en el estómago ver despegar a un avión, pero todos las tripas se acaban arrugando el día en que quien manda en todo esto decide vestir al suelo de Cobrador del Frac. Y es posible que sea eso, la pérdida de la niñez y la inocencia la que nos mueva a, de alguna manera, despreciar y minusvalorar la dedicación y el genio de quienes en su día hicieron posible que hoy podamos volar. Lo que haga de energía cinética para nuestro orgullo.
No deberíamos de olvidar que los pioneros de esto, y de tantas otras cosas, pusieron en lograrlo una ilusión infantil, el tesón propio de un niño y ese amor especial por aquello que se desea que sólo se experimenta cuando a uno aún no le ha salido barba. Si llegásemos a ser capaces de recibirlo con la misma humildad e inocencia el golpe sería sin duda menor. Si alcanzamos a comprender que volar es un sueño hecho realidad y que cada vez que un avión despega las ruedas del suelo estamos asistiendo al prodigio de lo antinatural, comprenderíamos mejor ese chascarrillo aeronáutico que dice que sólo los aterrizajes son obligatorios, y los despegues son opcionales.
Yo me gano la vida a base de contar al suelo entre mis amistades sólo cuando el avión está parado, y quería contarles un par de cosas. En primer lugar, quería pedirles encarecidamente que nunca den por buena como causa de un accidente lo que lean en un periódico, vean en la televisión o escuchen por la radio. Nunca, a menos que lo que les estén contando sean los resultados de la pertinente investigación.
Es costumbre andar aventurando teorías por parte de quien sabe de esto lo mismo que yo de la cría del ornitorrinco en cautividad, y les puedo asegurar que raramente oirán a un profesional del sector afirmar rotundamente cuál es el motivo de una catástrofe sin que la investigación haya establecido sus conclusiones. Es humano y comprensible que cuando el suelo nos pone en nuestro sitio tengamos una imperiosa necesidad de saber quién le dio vela en el asunto, pero no es serio hacer afirmaciones recogidas nadie sabe dónde, de gente a la que se denomina "fuente" y sin haber reunido los mínimos datos para hacerse una idea de todo lo que rodea a algo tan complejo, tan sumamente complicado, como puede llegar a ser un accidente de Aviación.
¿Recuerdan el accidente del Yak que costó la vida a nuestros militares? ¿Recuerdan la matraca que dieron los medios de comunicación, los muchachos del PSOE, los maestros del doble rasero y la justicia asimétrica con el estado lamentable del avión
Pues bien, de fallo técnico nada. La investigación determinó que el siniestro había sido causado por un error del Piloto, motivado por la fatiga. La tripulación llevaba trabajando más de 24 horas seguidas. Mi consejo es que sean escépticos y reacios a aceptar causas que se les apunten al día siguiente del suceso. Máxime cuando en este mundo de buitres siempre habrá quien quiera sacar alguna rentabilidad de la catástrofe y quien quiera escurrir en bulto.
Y segundo, déjenme que les haga alguna consideración sobre el error humano. La parte más débil, sin duda, del proceso del vuelo se encuentra en el hombre que tiene la máquina bajo su responsabilidad. De hecho, la causa de accidente más frecuente en Aviación es el error humano. Pero el error vive sólo con escasa frecuencia, y suele aparecer con mayor facilidad bajo ciertas condiciones. Por eso, cuando escuchen que la investigación oficial ha determinado que un accidente fue causado por un error de pilotaje, créanlo. Así será. Pero interróguense sobre lo que pueden estarles ocultando.
Pregúntense, por ejemplo, cuál era la experiencia de los pilotos del avión a los mandos; pregúntense por qué hoy se permite que el copiloto del avión en el que usted se sube tenga como bagaje aeronáutico 180 horas de vuelo en una avioneta y un curso de tres meses en el tipo de avión que vuela.
Miren a ver cuántas horas llevaba trabajando ese piloto, cuántos despegues y aterrizajes había hecho en esas horas, y maldigan si quieren al azar por poner a ese hombre a realizar su cuarta aproximación del día en un aeropuerto con la pista mojada, jarreando, de noche y con viento cruzado, después de llevar 11 horas con el culo pegado al asiento.
Pregúntense hasta dónde puede estar presionado el comandante de una aeronave por su compañía para entrar en ese aeropuerto; sabiendo, como sabe, que los genios del abaratamiento de costes, los linces del pateo a la excelencia profesional, han conseguido que haya un montón de menesterosos pilotos en paro llamando a la puerta para sentarse donde está él. Siendo, como es, consciente de que a lo mejor la Administración del tercermundista país en el que vive ha dimitido de su responsabilidad de fiscalizar a las empresas de Aviación, la calidad de las instalaciones aeroportuarias o ha consentido con que la formación de un piloto sea cada vez menor y en menor tiempo, para hacerle el juego a esas compañías que regalan billetes por la compra de un repollo, encantadas de encontrarse con un mercado saturado de titulados dispuestos a trabajar en las condiciones que hagan falta. Pagando incluso por obtener su puesto de trabajo, como viene ocurriendo.
El error existe, qué duda cabe, y en algunas ocasiones no es necesario darle más vueltas. Los pilotos tenemos la obligación profesional de aceptar con humildad que podemos errar sin más, y orientar nuestra preparación y rigor a evitar que ocurra. Pero las investigaciones a las que me refiero, esas que los medios de comunicación ignoran, desprecian u omiten, demuestran con lamentable recurrencia que en la mayoría de los casos el error ha tenido un estupendo caldo de cultivo que pone más cerca al maldito suelo.
P.D. Por cierto ¿A quién se le ha podido ocurrir poner un depósito de combustible al final de una pista de despegue y aterrizaje?
Artículo publicado en Vistazoalaprensa.com