Porque solamente una porción muy chica de la población mundial tiene la capacidad de viajar. La inmensa mayoría de los habitantes de este planeta jamás ha salido y jamás saldrá de unas pocas cuadras más allá del lugar que le ha tocado para vivir; por este motivo decimos que quienes tienen la posibilidad de viajar son unos verdaderos privilegiados. La oportunidad de subirse a un avión o a un crucero, de conocer lugares que nunca más se borrarán de la mente, interactuar con personas que hablan otros idiomas y que son parte de otra cultura está reservada únicamente para unos pocos elegidos. Claro que siempre puede haber excepciones (viajes por motivos de fuerza mayor), pero generalmente el hecho de viajar, de escaparle a la rutina, genera una buena predisposición del viajero, aún cuando se trata de motivos laborales. También en este último caso, quienes deben viajar obligatoriamente porque así lo requiere la propia actividad, forman parte de ese grupo elitista de pasajeros.
Cualquiera sea las condición especial que explica la realización de un viaje, el mismo puede desarrollarse en torno a situaciones esperadas o puede estar acompañado de circunstancias jamás imaginadas por el pasajero. En este amplio espectro el pasajero puede verse involucrado en aspectos positivos o negativos: lo pueden esperar al momento de abordar con una copa de champagne (y una linda sonrisa) o puede tener que sentarse durante 6 o 7 horas en un asiento roto. Cada día se toma con mayor importancia el hecho propio del viaje no solamente como un simple trámite para llegar al destino. La comodidad de las instalaciones, los ruidos, los olores, la temperatura ambiente, son condiciones cada vez más valoradas por los pasajeros y, por lo tanto, cada vez más se han transformado en factores primordiales a la hora de ofrecer el servicio por parte de las empresas de transporte. Los pasajeros cuando contratan un servicio suponen que la empresa prestataria se ha anticipado a sus requerimientos y que todo estará en orden al momento de comenzar el viaje. Lo único sobre lo que la empresa de transporte no pueda anticiparse, tal vez, sea la identificación precisa y difusión de cada uno de los pasajeros de cada uno de los viajes: un viajero puede tener de compañero de viaje a un grupo de monjas o a un delincuente escoltado por fuerzas de seguridad.
En un medio de transporte público (bus, tren, barco, avión, etc.) nadie elige sus compañeros de viaje. El viajero puede encontrarse en su viaje con gente de otras nacionalidades, de otras razas, de otras culturas, etc. Nunca falta quien pida un cambio de asiento cuando la persona que tiene al lado no es de su agrado. A algunas personas hasta les puede parecer que sus compañeros de viaje pudieran ser portadores de enfermedades que se transmitan a través del aire y la sola proximidad física les aterra. Todo puede ser cuestión de presencia: quizás, una persona de buen aspecto personal no genere el rechazo que sí genera alguien con mal olor o mal vestido. De todas maneras, la presencia personal o el aspecto físico de un pasajero no son garantía de que sea o no una posible fuente de transmisión de enfermedades. Tampoco es garantía que determinada persona se siente dos o tres asientos de por medio respecto al potencial transmisor de una enfermedad. Pero el hecho curioso al que queremos referirnos aquí tiene que ver con la medida impuesta por las autoridades sanitarias uruguayas consistentes en que cada vez que un avión que llega a nuestro país con pasajeros desde el exterior debe ser desinfectado. Este procedimiento se realiza a través de los auxiliares de cabina, quienes con los pasajeros a bordo pasan de punta a punta del avión vaciando los frascos del desinfectante. Por estos días esto es noticia debido a que ha habido denuncias de que la sustancia empleada durante muchos años en todos los aviones puede ser perjudicial para la salud. Sinceramente, creemos que si así fuera ya habrían surgido malas noticias al respecto y, por el momento, no tenemos conocimiento de que algún tripulante de alguna aerolínea o que algún pasajero hubiera experimentado alguna dolencia originada por este producto; antes, un pasajero cualquiera se puede contagiar cualquier tipo de enfermedad transmitida por cualquiera de los miles de personas con las cuales tiene algún contacto en cualquier aeropuerto o en cualquier avión. Ante la duda de los productos utilizados a bordo de las aeronaves o ante la duda acerca de la condición sanitaria de cada uno de los pasajeros que comparten el mismo medio de transporte, para quedarse tranquilos, los pasajeros en esta condición deberían vacunarse contra "las enfermedades de los viajeros...".