por El Negro
Sin TV, con códigos en los que primaba la familia, el respeto a ciertos
horarios, la ingenuidad y la buena intención, los uruguayos vivíamos
cada febrero, aquel Carnaval de los corsos con papelitos, serpentinas y
los pomitos de moderno plástico.
Los desfiles tenían sus características salientes: deficiente iluminación en 18 de Julio, demora excesiva entre comparsa y comparsa y espectaculares carros alegóricos.
Los conjuntos de Negros y Lubolos presentaban cuerdas de tambores muy acotadas en número pero, con un sonido clásico, inconfundible, mágico.
Las Mamas Viejas, Gramilleros y Escoberos, verdaderos artistas en general y las vedettes y bailarinas, salvo excepciones, con muchos quilos y pocos dientes.
Los parodistas de galera y bastón y nada de cuerpos de gym ni melenas de estilista.
Los dúos, los tríos, los magos y los cabezudos, deslizaban sus humanidades en silencio y con gracia.
Cada barrio con su tablado; modesto tablado en semipenumbra y con una amplificación de terror que hacía que, sumado al nulo profesionalismo de los vocalistas, no se entendiesen casi, las letras de los temas murgueros.
En la esquina el medio tanque y los apetitosos chorizos; enormes chorizos, servidos en panes crocantes (¿por qué no los usan más?)y no en los blanditos e insípidos actuales.
Alcohol, únicamente en los bares, casi nada en la calle; apenas, la cerveza en vaso.
Sentados al cordón de la vereda y con alcohol, únicamente los discontinuados sociales, los linyeras.
Ese era el panorama en los albores de la segunda mitad del siglo pasado.
Todo comienza a mutar con el nacimiento del Canto Popular en respuesta a la dictadura militar, que toma al Carnaval como habitat natural y ya nada será igual.
Mejora el espectáculo, la oferta gastronómica, la tecnología, casi todo.
Se pierde la ingenuidad, la tranquilidad y las buenas costumbres.
Se entienden las letras; las vedettes y las bailarinas comienzan a ser atractivas y los tablados se van a los clubes y se cobra entrada y se superprofesionaliza todo.
El mate amargo pide permiso y se instala en la juventud que empieza a querer tocar el tambor y lo toca y se multiplica y afianza el ritmo nacional por excelencia.
Antes, podías volver a casa con un ojo morado o con la camisa rota; pero era seguro que volvías.
En la actualidad, cada día, salir es una aventura y volver, no es más rutina.
Si hablamos de confort y calidad, dejame con lo de ahora; si la idea es la más simple, el disfrute, la amistad, la sana diversión y el orgullo por el pago, Carnavales eran los de antes.