por Jorge Abbondanza
29 FEB 08 PDU
Nomenclátor: Cambios de denominación en Montevideo no logran modificar
el bautismo popular Hay calles con dos nombres, esquinas "conflictivas"
y solicitudes largamente estudiadas
"¿Esta es la 18?" Me preguntó el turista porteño indicando la principal avenida. Cuando le contesté que sí, señaló hacia la calle colonia y dijo: "entonces aquella debe ser la 19".
La broma era involuntaria, pero obliga a pensar que sería más sencillo si las calles montevideanas tuvieran números en lugar de nombres, como La Plata o Nueva York.
Tienen en cambio un variadísimo abanico de denominaciones, desde las que conservan el antiguo bautismo del santoral (como San José) hasta las que adoptaron el apellido de políticos recientes, como Ferreira Aldunate.
El método plantea contrariedades, como ocurre cuando una misma calle luce un nombre y más adelante lo cambia, cosa que sucede en pleno Centro con Cuareim, que después de atravesar la avenida pasa a llamarse Zelmar Michelini, o la vecina Yaguarón, que hacia el sur se convierte en Aquiles Lanza. Un reparto nada práctico para hacerle lugar en zonas destacadas a la memoria de notabilidades, desde Carlos Quijano (que también es Yi) o Mario Cassinoni (que en otros tramos es Duvimioso Terra).
La gente no siempre se acostumbra a esos cambios, con lo cual puede seguir llamando a una calle por el viejo nombre que no sigue vigente, como ocurrió con los vecinos del Cordón cuando Patria, Victoria o Municipio dejaron atrás aquellos nombres para incorporar los de letrados, doctores, literatos o dirigentes de fuste, como Pablo de María, Acevedo Díaz o Joaquín de Salterain.
Lo mismo ocurre con Propios, Comercio y Sierra.
Elegir denominaciones para el nomenclátor es una tarea delicada, no sólo porque conviene seleccionar a titulares que merezcan esa distinción, sino porque no se puede correr el riesgo de que algún nombre se repita por inobservancia de las autoridades o distracción de algún funcionario.
Para vigilar ese catálogo existe en el ámbito municipal la Comisión Especial Asesora de Nomenclatura de Montevideo, un grupo de especialistas que ocupan cargos honorarios y que deben velar por la procedencia y el rigor de tales asignaciones. En esa comisión figura desde hace 16 años María Emilia Pérez Santarcieri, que actualmente la preside y vuelca en tales funciones el mismo rigor y entusiasmo que en la vida ha dedicado a sus restantes desempeños profesionales.
Trayectoria. La nomenclatura montevideana le ha planteado desafíos múltiples a lo largo del tiempo, como investigar por qué la calle Gil del Prado se llamaba simplemente Gil, sin ningún nombre de pila.
Luego de una exploración digna de la arqueología urbana, María Emilia llegó a la conclusión de que ese apellido no correspondía en el caso a una sola persona sino a dos, los hermanos Teófilo y Juan Gil, de manera que ahora la vieja calle se llama Hermanos Gil.
Cosa similar ocurre cuando otras calles fueron bautizadas solamente con un apellido, como Vázquez (seguramente por Santiago) o Blanes (por Juan Manuel) de manera que conviene estar alerta en la Comisión cuando pueda llegar una solicitud que duplique un nombre que ya existe.
La historiadora explica que para poner un nombre propio es necesario esperar a que transcurran 10 años de la muerte del personaje, además de analizar los antecedentes personales y elegir el lugar, aunque luego de efectuada esa elección los familiares del implicado pueden oponerse a la medida por considerar que la zona no es suficientemente destacada, como a veces ocurre.
El pedido para denominar a una calle o un espacio público con el nombre de alguien, puede tramitarse ante la propia Comisión Especial o ante la Junta Departamental, y luego de los estudios y las aprobaciones del caso (una instancia en la que según María Emilia es decisiva la participación de un técnico como Fernando Daniel Corpas) es la Junta quien aprueba y el Intendente Municipal quien promulga la decisión, aunque hay consultas intermedias con los Centros Comunales.
La gestión puede ser larga y de hecho existen solicitudes que siguen en trámite, como la del político y periodista Manuel Flores Mora o la del empresario gráfico Carlos Scheck, solicitudes que a menudo van acompañadas de numerosas firmas.
Criterios. A fines del siglo XVIII, el criterio para identificar a las calles montevideanas era el de recurrir a nombres de santos, aunque unas décadas más tarde se apeló al nombre de ríos, arroyos o islas, para pasar luego a las grandes referencias de la gesta emancipadora.
La primera Comisión de Nomenclatura se integró por iniciativa de Oribe en 1837, señalándose que ese proyecto "para calles y plazas de la nueva y antigua ciudad debe sustituir las actuales denominaciones por las que eternicen la memoria de las épocas y lugares célebres de la Patria".
A la espera de que la Intendencia resuelva la asignación y ubicación de muchos nombres, numerosas vías y pasajes siguen llamándose Oficial 1, 2 o 3 (hasta el 19) y también Pasaje A, B o C. En cuanto a las plazas, su bautismo se considera un homenaje de la ciudad a ciertas figuras, como ocurrió hace pocos años con la dedicada al papa Juan Pablo II, en cuya placa conmemorativa María Emilia Pérez detectó un disparate: la palabra "intersección" en lugar de "intercesión".
Encanto de la erudición
Sólo el constante buen humor de su charla y la notable cordialidad de su trato impiden enfrentar a María Emilia con la solemnidad que correspondería al lustre que la rodea: el de ser uno de los historiadores de primer orden que ha tenido este país durante varias décadas.
Como la erudición va acompañada de esa índole encantadora, ella es capaz de dar al interlocutor una lección sobre fechas, nombres y demás datos del pasado nacional con una risueña naturalidad que despoja a la cátedra de toda pompa.
Una vez que eso se comprende, es preciso estar atento a lo que dice y dejarse guiar por la precisión con que maneja todas sus referencias.
Con una dedicación y un impulso dignos de la causa, Pérez Santarcieri sigue batallando en la presidencia de la Comisión.
Le queda tiempo para ampliar cada tanto una hilera de libros que ha escrito durante las últimas décadas, desde "Partidos políticos en el Uruguay" (1989) o "Montevideo, escenas de la vida y la historia de la ciudad" (1996) hasta "Nombres femeninos en el nomenclátor de Montevideo" (2000) o "Amores, amoríos y pasiones en la historia montevideana" (2003).
A todo ello se agregan la docencia y la actividad radial, donde su elocuencia en espacios dedicados a la historia ciudadana y nacional ha ayudado a divulgar su nombre, su sabiduría y su vitalidad.
En beneficio no sólo de Montevideo, ojalá que ese empeño persista (y el buen humor también).
fuente:elpais.com.uy