Nadie sabe porqué las calles de La Paloma tienen nombres de constelaciones o porqué una misteriosa campana aparecida en La Pedrera nunca volvió a sonar.
El que pisa Rocha una vez, siempre vuelve", reza una leyenda centenaria que los lugareños, con el afán de mantenerla viva, suelen repetir a todo el que pase por allí. Resulta que hace siglos, aquella región era tierra
de las peregrinaciones. Los indios de la región, incluso de los lejanos Andes o la selva amazónica, viajaban hasta allí y se instalaban por la abundancia de alimento de los ecosistemas marino y de humedales, la calidez veraniega y porque en la mirada entra la costa completa, sin árboles ni cerros que lo impidan.
"Rocha era un lugar de encuentro entre distintas culturas y no había explorador, conquistador o navegante que no lo eligiera luego de haberlo conocido", explica Rosario Cardoso, psicóloga y autora del libro Nombres y secretos de una Costa Encantada.
La fábula "del regreso" o "la tierra sin males" en ese punto del este uruguayo es una de las que posee más vigencia. Pero lo cierto es que las historias, mitos y leyendas con anclaje en esa zona del país son abundantes.
Mucho antes de que los turistas la hagan suya, la entrada al Río de la Plata desde el Atlántico fue conocida como "el infierno de los navegantes" o también "cementerio naval". El Cabo Polonio, por ejemplo, ha despertado pánico en los marinos, quienes se han referido a él como un lugar maldito, donde la brújula pierde el norte y empieza a girar locamente. En Aguas Dulces ronda la historia del tesoro entre las palmeras y la de un heroico policía; en Punta del Diablo, la de las palomas encantadas y la risa de la Mujer Gaviota, y, en La Paloma, la de los misterios de su avenidas.
"Barcos ingleses, argentinos, brasileños, españoles, franceses, noruegos y chinos han naufragado contra los arrecifes de las costas rochenses, y tales tragedias nutrieron ricas anécdotas en las que los episodios de robos se alternan con tesoros escondidos y gestos heroicos, dignos de la imaginación de Jack London, Joseph Conrad o Emilio Salgari", cita el escritor Juan Antonio Varese en su libro De naufragios y leyendas en la costa de Rocha.
Oro en LAS palmeras. Si alguna vez caminó desde la playa de Aguas Dulces hacia Valizas seguramente vio los restos de un barco con forma de llave gigante, encallados a unos 200 metros de la costa. Lo que quizá varios desconozcan es que tal buque se llama L´Arinos; naufragó allí en 1875 antes de llegar a Brasil y venía cargado con baúles llenos de libras para pagarle a las tropas de ese país. Según la leyenda, el dinero fue oculto entre las hojas de las palmeras más cercanas por algunos exploradores, y hoy, muchos de los habitantes de esa zona aseguran que allí aún se esconde oro, señala Varese.
"En las costas de Rocha, los tesoros enterrados abundan como la arena misma. Es frecuente que allí donde los lugareños afirman que hay tesoros enterrados, `luces malas` iluminan la noche indicando el lugar preciso. Cuando se les pregunta porqué no desenterraron esas riquezas, la respuesta más común es que son `malhabidas`, es decir, robadas u obtenidas a sangre y fuego", indica el psicólogo social e investigador Néstor Ganduglia.
Pero en Aguas Dulces también se añora con orgullo esta historia. Nada fue igual luego de 1961, cuando naufragó allí el barco carguero Francisco Rocco, en una de las más temidas tormentas que recuerdan sus lugareños. Para los 16 tripulantes que viajaban en el buque, el único horizonte era la muerte. Aterrorizados, veían que en la costa una decena de policías amagaban con entrar con su caballo para rescatarlos, pero las olas lo impedían. Sólo uno de ellos desafió la tormenta, el joven Agosto Álvarez, también pescador, quien logró llevar a los 16 marinos a la costa, nadando con un solo brazo. Todos sobrevivieron, y desde entonces el policía dejó de llamarse Agosto Álvarez y se transformó en el héroe de Aguas Dulces.
Palomas y gaviotas. Otra de las historias místicas es la de las palomas blancas de la Isla Encantada, en el agreste Cabo Polonio. Una isla que hace gala de su nombre porque durante las primeras expediciones de portugueses y españoles muchas palomas se aglomeraban allí, y eran intocables. Si aparecía alguna y se cruzaba con una embarcación, los navegantes daban la vuelta sin importar que se perdiera la pesca que
preveían, algo muy serio en esa época. Las palomas indicaban peligro y maldición, por lo cual seguir la ruta marcada era casi una sanción. "Si bien hoy ya casi no queda ninguna, cuando se aparece una los lugareños evitan mirarlas", asegura el escritor Varese.
Siguiendo con los animales y con la franja costera que va desde Cabo Polonio hasta Punta del Diablo, desde antes que la zona se convirtiera en destino turístico preferencial para varios, los residentes daban por hecho la presencia de una mujer que vivía en la playa, vestía antiguos harapos blancos y sucios, y tenía una curiosa habilidad para conversar con las gaviotas. Tanto, que éstas solían posarse en sus hombros. "La Mujer Gaviota no es una aparición fantasmal, argumentan, sino una persona de carne y hueso que desconocía la lengua humana y que por muchos años fascinó las playas de Rocha con su risa y hablar de gaviotas", revela Ganduglia. Y agrega: "La tradición oral narraba historias sobre un amor incestuoso, una madre que abandonó a su bebé a orillas del mar con la esperanza de que la marea se lo llevara, pero que al final fue salvado por las gaviotas, quienes lo criaron y alimentaron". Como tantos otros relatos, la leyenda testimonia una relación diferente, estrecha y familiar entre las personas y las cosas de la naturaleza, y continúa simbolizando algo valioso en el imaginario colectivo de la zona, acota el psicólogo.
Estrellas que guían. Quien estuvo en La Paloma sabrá que caminar por sus calles es como pisar la galaxia. Al menos en lo que refiere al nombre de sus avenidas, que aluden a planetas, asteroides, estrellas, constelaciones y hasta personajes de la mitología griega. Según rumores de la zona, tales denominaciones fueron elegidas misteriosamente por los primeros lugareños, allá por 1870. Misteriosamente porque, según la investigación realizada por Rosario Cardoso en su libro, se pudo saber que los "verdaderos" nombres a veces no se usaban en público. Un hombre nacido en 1945 cuenta en el libro: "Yo vivía en la calle Paloma, y la siguiente era Antares, pero le decíamos la calle `del boliche` o `de la comisaría`. Total, nosotros nos entendíamos".
"Pero el misterio permanece. Si bien se sabe que fue desde ese grupo que surgieron las denominaciones de las calles cósmicas, pasaron muchos años para que fueran legitimadas por el gobierno local", escribe Cardoso en Nombres y secretos de una Costa Encantada.
Eso sí, la leyenda de este popular balneario de más atracción juvenil reza que existe un continente sumergido allí mismo, llamado Atlántida, que es un territorio de una civilización con hombres y mujeres místicos y extraordinarios. "La Paloma es el único lugar donde uno camina pisando estrellas y constelaciones", señala Cardoso. De ahí que los lugareños aseguren que durante la noche si uno mira con atención las estrellas ofician como guía.
Campana rota. Según cartas de navegación del siglo XVIII, La Pedrera era denominada Punta Rubia por la notable mancha roja del acantilado de piedras, inconfundible desde el mar. Luego, ese pedregal le daría el
nombre con el que se lo conoce hoy, detalla la escritora.
El balneario, conocido también por su tradicional Carnaval de febrero, se formó hace unos cien años y surgió como una zona de vecinos de Rocha que preferían un ámbito diferente a La Paloma. Si bien en sus alrededores no se identifican leyendas, hay una historia que sus habitantes no se cansan de contar, relacionada también con el naufragio de un barco, pero esta vez, de uno que no dejó rastro ninguno durante los meses posteriores a su hundimiento. "Una situación de por sí extraña para los lugareños porque las costas uruguayas no son tan profundas", expresa Antonio Varese.
Fueron unos jóvenes, luego de muchos años, quienes buceando en la costa vieron el buque y encontraron un cañón, un ancla, ojos de buey y una campana. Esta última fue instalada en la Capilla del balneario hace veinte años, y, pese a haberle realizado un badajo nuevo, nunca timbró, por lo que muchos alegan que está maldita por la tempestad.
La historia ya es parte de La Pedrera. De hecho, el primero de febrero de cada año el balneario se viste de fiesta para rendir homenaje a la Virgen de la Candelaria, que es la patrona de la ciudad. Los citadinos se reúnen en las calles por la tarde y encienden tantas hogueras como cuadras haya. Ningún lugar puede quedar oscuro. La creencia es que cuanto más fuego haya, más bendecida estará la ciudad.
La Coronilla, unos de los últimos balnearios de la costa rochense, también esconde su leyenda. El naufragio más conocido, y del que aún se ven restos con forma de caldera en la playa, es el del barco Porteña, hundido en 1873. Se dice que hacía la travesía entre Montevideo y Buenos Aires. Pero un día, mientras cumplía su ruta habitual fue secuestrado por 50 revolucionarios armados que pretendían apoyar un golpe político en la provincia argentina de Entre Ríos. Ante el fracaso del secuestro, navíos argentinos y uruguayos lo persiguieron y antes de ser alcanzado, los revolucionarios lo abandonaron, escapando en botes hacia la playa. Se dijo luego que la familia Ventura, de esa zona, habría encontrado el tesoro.
Todas las leyendas se fundan en un caso de la realidad, con más o menos elementos imaginativos. Creer o no en ellas es algo muy personal, en donde influyen no sólo las creencias sino también lo cultural. Lo explica Antonio Varese. "Las fábulas se van esfumando como humo. En 1920, cualquier episodio que se le contaba a un niño se tornaba maravilloso. Él soñaba de verdad en encontrar un tesoro o una mujer hablando con gaviotas. Hoy, en cambio, eso no sucede porque la imaginación la da la televisión", analiza el escritor, y aclara: "No es que la gente sea ahora más escéptica, simplemente no le interesa tanto lo mágico".
"Sin embargo, las fábulas de Rocha se han instalado con mucha fuerza en sus costas, paisajes y lugareños a tal punto de que hoy constituyen su identidad", finaliza la escritora Rosario Cardoso.
El buque L`Arinos se hundió en 1875; venía cargado de un oro que nadie encontró.
Nombres de balnearios legendarios
Los primeros que le dieron nombre a las costas uruguayas fueron los navegantes. Ellos llegaban al país por mar y miraban con catalejos para estudiar la morfología de la costa, observar su gente y su territorio. La playa La Calavera, ubicada entre Cabo Polonio y Valizas, por ejemplo, lleva ese nombre porque ellos encontraron allí cientos de huesos viejos de animales entre la arena, cuenta Juan Antonio Varese, autor de De naufragios y leyendas en las costas de Rocha .
La Paloma hace honor a una isla que existió allí hace más de cien años, y desde el mar tenía forma de paloma. La isla se fue desdibujando con los años, y pese a que ahora se distingue otra llamada La Tuna (debido a la cantidad de ese estilo de plantas que había en la zona), ni los lugareños ni las autoridades pensaron modificarle el nombre.
El origen de Aguas Dulces se remonta al 1800 y los marinos lo denominaron así porque al balneario lo rodeaban pequeñas lagunas. Y Punta del Diablo hace gala de su nombre porque desde arriba de sus dunas se veía una suerte de tridente, con forma de tenedor.
"La historia más interesante es la de Cabo Polonio", dice Varese. "Se piensa que esa ciudad se llama así debido al barco `Polonio` que naufragó en 1735, cuando en realidad el buque se llamaba Nuestra Señora del Rosario, y la denominación de Cabo Polonio es en honor a su capitán, Joseph Polloni", revela.
Películas que hicieron costa en el país
Whisky, una de las mejores películas del cine uruguayo, fue rodada principalmente en Piriápolis, sobre todo en el Hotel Argentino de ese balneario. Pero las costas han ambientado otros largos o cortos en la historia.
Para empezar, el que se considera el primer largometraje nacional se llamó Almas de la costa (1923), una trama más bien melodramática, de cine mudo y rodada en la playa del Buceo.
Hace unos meses, se estrenó Joya del director Gabriel Bossio; narra la historia de una pareja instalada en invierno en un balneario: otra vez Piriápolis. La perrera de Manuel Nieto, también buscó una locación veraniega para narrar la historia de joven que debe construirse su casa. Y la halló en La Pedrera, Rocha.
Pero Piriápolis, en concreto, también ha inspirado a cineastas argentinos, tal vez por conservar aquello de balneario tradicional y un paisaje marino y serrano a la vez. XXY, con Ricardo Darín, cuenta la historia de un adolescente hermafrodita que vive en la indefinición sexual. Y La peli, otro film argentino, tiene escenas en Piriápolis y Punta Colorada.
Por estos días, se está rodando un nuevo film uruguayo: Flacas vacas que incluye locaciones en Jaureguiberry. En Punta del Este, se rodaron partes de The Informers, de Mickey Rourke. Y por Atlántida estuvo la producción de Vicio en Miami, en 2007.
fuente: El País Digital