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Viernes, 27 Noviembre 2009 06:21

Un río de libertad

por Carlos Santo
Hoy es 27 de noviembre. ¿Y qué?, me preguntan casi todos los que tienen menos de 18 años, y  -lamentablemente- muchos que ya son grandecitos. ¿Cómo "y qué"? ¿No te acordás del 27 de noviembre? ¿Del río de libertad? ¿No te acordás de Candeau, el último domingo de noviembre del 83', por un Uruguay sin exclusiones?




La sucesión de datos recordatorios da resultado, y los que por entonces vivían en Uruguay y tenían acceso a información, recuerdan. Los demás, no.

Suena un poco triste, o mejor dicho ingrato, pero está bien. A lo bueno uno se acostumbra pronto, y esto que vivimos hoy, aunque no sea tan bueno como podría, es infinitamente mejor que aquello.

Mal o bien, cada uno hoy hace de su capa un sayo (los que lo deseen pueden leer de su culo un pito), y nadie que se arrogue el poder de obligarlo a hacer algo que no quiera, dura mucho en el ejercicio de ese rol.

Aquella fue una época absolutamente especial, para mí una especie de Woodstock político (por la comunión, no por el barro o el bochinche) donde los mejores deseos de Paz y Amor (o lo que signifique en lenguaje político aquella maravillosa y preclara consigna) se conjugaban en todos y cada uno de los espacios que íbamos conquistando.

Los que me conocen bien saben que mi actitud de entonces era mucho más participativa que la de hoy,  habiendo sido partícipe incluso de uno de los hitos en la Historia de la política del Uruguay, cuando representantes de todos los partidos y organizaciones sociales construimos laboriosamente posiciones de consenso en todos los documentos que se presentaron en el Festival de la Juventud y los Estudiantes de 1985 en Moscú.

De aquel trabajo participaron, por nombrar a algunos notorios representantes del hoy político del país, Pablo Mieres, León Lev, Washington Abdala, Javier Barrios, José Bayardi, Pablo Iturralde y Jorge Gandini. Si tuviera sus direcciones personales, les haría llegar este mail, sólo para recordarles que se puede: sólo hay que querer.

Y porque guardo intacta aquella ilusión, en el rincón del corazón destinado a mis mejores sueños,  quiero pedirle a todos los que conservan la esperanza de que el sistema político sea el motor de los cambios que se necesitan para que el imaginario colectivo salga del pantano en el que quién sabe cómo se metió, que le recuerden a sus representantes aquel espíritu de los ochenta; que les pidan, nada más,  que quieran, y adquieran la grandeza que les permita privilegiar el encuentro (así, con minúscula), dejando de lado el interés.

Yo hace un tiempo decidí tomar por el camino de no pedirle a nadie que cambie: bastante trabajo me da tratar de cambiar  yo, y así -en la medida en que lo consiga aunque sea modestamente- transformar para bien el pedazo del mundo en el que directamente me toca actuar.

Para los que no puedan con la náusea de pensar en política (no es mi caso, pero lamentablemente son muchos) les recomiendo este camino. La suma de todos los pequeños cambios individuales resulta en una mejora real maravillosamente constatable, que no depende de nadie más que de uno. Peligro: no hay excusas.

Sea cual sea el camino que tomen (también pueden decidir dejar todo como está), me van a tener al lado, para lo que necesiten, por el único precio de tener que recibir estos mails de vez en cuando.

Mientras, sigamos refrescándonos y bebiendo con alegría, en el río de libertad que entre todos construimos, y mantenemos limpio, fresco y vivo.
 
Feliz 27 de noviembre.