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Viernes, 30 Octubre 2009 07:22

La Argentina intolerante

por Luis Alejandro Rizzi
desde Buenos Aires

La Argentina, mejor dicho los argentinos, vivimos irritados, exasperados intolerantes y practicamos conductas arbitrarias e imprevisibles. Resulta difícil comprender estos comportamientos que obviamente dificultan y entorpecen la vida en sociedad.



No desconozco que esta cuestión no solo nos afecta a nosotros, es un fenómeno que comenzó a ser estudiado en los últimos 20 o 30 años como lo señaló PIERRE ROSANVALLON en la primera página de su libro “LA CONTRADEMOCRACIA”.
Esta actitud de crispación de intolerancia y de arbitrariedad creo que alcanza su cenit en nuestro país en el que todos los vicios tienen explicación y todas las virtudes son ejemplos de “discriminación” e “intolerancia”.
La “buena fe” es una cualidad del hombre. La buena fe implica creer en el prójimo, la buena fe implica o es causa de la tolerancia, de la paciencia y el soporte esencial del dialogo.
Para dialogar es imprescindible creer en la honestidad y sinceridad del otro, de lo contrario ni siquiera se escuchan los monólogos.
Estas virtudes enunciadas muy resumidamente son el soporte de la “legitimidad” que es esa cualidad de los sistemas sociales que hace que la gente confíe en ellos como promotores del bien común.
Cuando la gente comienza a perder la confianza en sus dirigentes que son quienes gobiernan, desde diferentes posiciones, el sistema social, simultáneamente comienza a diluirse ese concepto de “legitimidad” y en consecuencia la “buena fe” comienza a ser sustituida por la “mala fe” siendo casi imposible determinar cuando se cruza ese límite que en un primera etapa es confuso y difuso.
Lo que es cierto que cuando comienza a cruzarse esa zona gris que separa la “buena fe” de la mala fe” también nos confundimos con la virtud de la tolerancia y en su nombre comenzamos a soportar prácticas que no respetan la creencia en los valores y la dignidad de las actividades se convierte en una cuestión circunstancial y utilitaria.
El concepto de “autoridad” y de “represión” son los primeros que sucumben ya que se los confunde con cualquier modo abusivo de su ejercicio y durante esa imaginaria transición la conducta abusiva se va convirtiendo en “uso” hasta que ese concepto que significa ejemplaridad y certeza para el primero e imperio de la ley para el segundo se prostituyen de tal forma que toda “autoridad” entendida como “poder” es socialmente descalificada y todo intento de ordenar es confundido con prácticas discriminatorias y violatorias de las más variada gama de derechos de los otros.
Los derechos humanos, en cuyo nombre se justifica toda suerte de abuso, siempre son considerados abstractamente sin respeto alguno a las personas reales que son victimas de las más variadas formas de violencia imaginables.
Violencia que no golpea sino que obstruye, molesta, violencia que genera frustración y enojo, violencia que es causa de crispación e intolerancia.
Esto vale tanto para el padre de familia, para los docentes, para el directivo de una empresa como para el político.
Los padres han renunciado al derecho de educar a sus hijos y en nombre de la tolerancia y la comprensión les justifican todo tipo de desordenes ante los cuales “nada se puede hacer” según dicen.
Cuando los hijos les pierden el respeto a sus padres o no perciben el ejercicio de la autoridad de la familia comienzan a sentir del mismo modo respecto a sus maestros que de ese modo ven frustrada en gran parte el ejercicio de su actividad.
Lo paradójico es que los padres o la familia pretenden que los maestros ejerzan una doble autoridad la familiar y la docente y a la vez cuestionan cada una de sus decisiones, se refieran esta a las calificaciones de sus alumnos como a las sustentadas por violación a las normas disciplinarias.
Este mismo desorden se percibe en la relación “empleado-empleador” en base a normas laborales que han convertido en “uso” el ejercicio abusivo de los derechos como ocurre con el derecho de “huelga” convertido en un absoluto no discutible.
Finalmente aterrizamos en la política en la que se privilegia la conformación de coaliciones negativas como formas genuinas de ejercicio de democracias directas.
Las coaliciones negativas son reactivas, bullangueras asumen representaciones de las que carecen pero la ocupación mediática y de la vía pública las convierten en voceros de seudos mayorías que jamás les darían un voto. No dejan de ser las minorías organizadas de las que hablaba Mosca.
Precisamente ese dominio de las “minorías organizadas” sobre las mayorías pacientes, silenciosas, diría sobre la “sociedad secreta u oculta” es la que establece los nuevos usos ajenos a toda escala de valores.
Esta situación patética alcanza magnitud extrema en la Argentina dominada y condicionada socialmente por minorías que recurren a todo tipo de acción directa ejerciendo el nuevo derecho de “hacerse escuchar”.
Asi se producen huelgas sorpresivas, huelgas sin haber agotado etapas de dialogo o bien planteando objetivos groseramente irracionales que obviamente no pueden se materia de negociación alguna o bien cortes de calles, avenidas, rutas y puentes, ocupaciones de lugares públicos y privados y cuanto abuso podamos imaginar hábiles para generar estrépito y  potenciar a su vez la disconformidad de las mayorías que en definitiva suelen juzgar por los síntomas sin sentirse parte del problema o la cuestión.
Esta situación también se explica por la falta de liderazgos sociales capaces de generar propuestas creíbles y realizables.
La intolerancia trafica con la disconformidad y la alimenta, la facultad de impedir es considerada un derecho, el programa de acción es un conjunto de rechazos, la cosa pasa por ser “anti” o por el derecho de “veto” que es el arma que nuestro Poder Ejecutivo amenaza utilizar ante el hecho de tener un congreso “opositor”, alguien escribió “No pudiendo hacer nada, todo lo impidió”.
La rebeldía, como la resistencia y la disidencia, tiene fundamentos morales, es el ejercicio de la crítica que implica ponderación y propuesta.
Por el contrario la intolerancia, el abuso y sobre todo la pérdida de la noción que nuestras acciones encuentran su limite en el derecho de los otros, como lo explicó ROBERT NOZICK, son actitudes inmorales, egoístas y perversas que sacan a la luz la peor calaña del ser humano.
Estacionar en cualquier lugar, cruzar la calle por el medio, usar la vía pública de cómodo basurero, abusar del ejercicio del poder, cortar rutas, puentes, calles, ocupar los bienes privados y públicos, boicotear, descalificar a quien piensa de otro modo, fanfarronear, patotear, y tantas otras de las “mejores malas virtudes”, son una muestra del nivel de intolerancia y debilidad de la Argentina llegándose al colmo que una violación de una menor se explicó por parte de una funcionaria como una expresión de juegos sexuales y una falta de reconocimiento de ciertos límites (sic) por culpa de nadie y mérito de todos.
No nos engañemos todas estas son muestras de debilidad individual y colectiva.
Esta es la Argentina mediocre e ilegitima que hemos construido entre todos a tal punto que nos llama la atención lo obvio como lo es el sistema republicano democrático que marca la sucesión normal de unos a otros como está ocurriendo en Uruguay, Chile y Brasil sin que sea necesario adelantar, atrasar elecciones o establecer un régimen electoral especial para cada elección.
El tema da para mas pero como suele decir Antonio, nos vemos