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Viernes, 05 Octubre 2007 04:02

La música y el color vuelven a Nueva Orleáns

 05 OCT o7 PDU
Aunque las huellas del huracán todavía no se borran, la ciudad se recupera para el turismo gracias a la fuerte inversión y el esfuerzo de sus habitantes

Es casi imposible reservar una mesa en August, uno de los restaurantes de moda de Nueva Orleáns. Algo similar ocurre en Stella!, de estilo francés cuyo pato es formidable. En Acme Oyster House, dedicado exclusivamente a las ostras, no cabe un alfiler a la hora del almuerzo, y ni hablar de conseguir una simple banqueta en Central Grocery Co. para comer su mítica muffuletta, sándwich del tamaño de un plato relleno con salame, queso, jamón crudo y una deliciosa mezcla de pepinos, aceitunas, cebolla, zanahoria y orégano.

Todo este ajetreo es el reflejo de lo que ocurre desde hace un par de meses en los barrios turísticos de Nueva Orleáns, como el French Quarter, el Garden District -barrio de las bellas mansiones- y el Warehouse District, donde se agrupan estupendas galerías de arte y excelentes museos.

Después de la devastación causada por el huracán Katrina hace dos años, Nueva Orleáns renace y tiene al turismo como su principal impulsor. Lemas como Soul is Waterproof ( El alma es a prueba de agua ) y Recover, rebuild, rebirth ( Recuperar, reconstruir, renacer ) inundan la ciudad, mientras Travel and Leisure y The New York Times dedican artículos completos a la nutrida oferta turística de Nueva Orleáns.

La ciudad y las empresas turísticas han hecho todo lo posible porque vuelva el brillo de antes. Los hoteles lucen más bellos y modernos, los restaurantes del casco antiguo aprovecharon para ampliar sus instalaciones e incluso se abrieron varios nuevos y de excelente calidad. El tradicional French Market está en obra; el Café du Monde sigue tentando con sus bombásticos beignets bañados en azúcar flor; los anticuarios de Royal y Magazine Street parecen tener más muebles y reliquias que ofrecer; el jazz que interpretan los músicos del Preservation Hall ha cobrado nuevos bríos. Y los gringos dispuestos a vivir su propio carnaval con todos los excesos posibles fuera de temporada pululan por Bourbon Street, con un litro de cerveza en la mano mientras con la otra reparten collares a quienes quieran recibirlos.

Pese a tanta alegría, es imposible olvidarse del Katrina. El recuerdo del huracán está presente en las caras de los músicos que tocan por unos dólares en cada esquina, en los mendigos, en las recomendaciones de seguridad que dan los hoteles a sus huéspedes -Nueva Orleáns tiene uno de los índices más altos de delincuencia en Estados Unidos- y en la falta de taxis circulando por la calle.

En general, Nueva Orleáns se ve deprimida. Puesto en cifras, antes del Katrina, la ciudad contaba con 450.000 habitantes, mientras que hoy sólo alcanza los 265.000. De las más de 2000 escuelas públicas que había, hoy hay unas 35 en condiciones de funcionar. Lo que más se ha recuperado es la cantidad de pasajeros que llega mensualmente al aeropuerto Louis Armstrong, que a marzo de 2005 era de casi 445.000, mientras que en marzo de este año fue de 325.000.

Nueva Orleáns es en realidad dos ciudades en una: por un lado están el carnaval eterno, las caras sonrientes, la imagen de ciudad europea y los turistas ávidos de este mundo de fantasía. Por otro, la pobreza y la discriminación social y racial, que se vieron aumentadas por los efectos del Katrina.


El tour de moda

A las 9.13 del 29 de agosto de 2005 se detuvieron los relojes de la casa de Rose. Ese fue el momento exacto en que el agua, proveniente de varios de los canales que atraviesan la ciudad, se desbordó y alcanzó su hogar, en St. Bernard Parish, uno de los barrios de Nueva Orleáns más afectado por el Katrina. Ella, una profesora jubilada, y su esposo, habían alcanzado a huir el domingo 28, justo antes de que el Katrina azotara la ciudad, provocando la inundación más grande en la historia de Estados Unidos.

Rose representa el espíritu que se apodera de los habitantes de Nueva Orleáns, que intentan salir adelante cada uno a su modo, más allá de las ayudas que puedan recibir del Estado. Rose hoy es guía del tour Huracán Katrina, uno de los más solicitados por estos días. La mujer, que conserva el buen ánimo que siempre caracterizó a la gente de Louisiana, viaja todos los días unos 120 kilómetros desde el pueblo donde vive provisionalmente en el vecino estado de Mississippi para recoger a los turistas que quieren ver la cara menos amable de la ciudad.

El recorrido primero da una vuelta por el famoso y bello French Quarter, el casco antiguo de la ciudad donde se asentaron primero los franceses, luego los españoles y finalmente los creoles o criollos, y que por ser uno de los sectores más altos de la ciudad se salvó del desastre. Luego, Rose muestra el Centro de Convenciones -donde también llegaron cientos de refugiados en busca de un lugar seco- y sube por Poydras Street hasta llegar al Superdome. El estadio fue reabierto con bombos y platillos hace un año con un partido de fútbol americano y un concierto animado por los grupos U2 y Green Day, entre otros, como una muestra al mundo de que Nueva Orleáns levantaba.

Aquí aparecen las primeras muestras de lo que fue el Katrina. Varios de los edificios que rodean el estadio, incluido el otrora fastuoso hotel Hyatt, permanecen con las ventanas tapiadas y completamente deshabitados. Atravesamos Treme, uno de los barrios populares de Nueva Orleáns, donde se establecieron los primeros negros libres, hasta llegar al City Park, donde se encuentra el Museo de Arte.


La banda sigue tocando

En un momento, Rose nos advierte que el parque será la última visión bonita que tendremos en mucho rato, y gira a la derecha para internarse en el barrio Gentilly. Es un verdadero pueblo fantasma. La mayoría de las casas está en pie, pero sin moradores. Rose explica que las marcas en las paredes las hicieron los cuerpos de rescate cuando revisaron cada casa en busca de sobrevivientes cuando bajó el nivel del agua. También cuenta que los agujeros que hay en cada techo los hicieron quienes estaban atrapados en los áticos. Muestra las casas de los que pudieron reparar sus hogares, pero que no podrán asegurarlas para otra inundación, puesto que no cumplen con la flamante normativa que dice que todas las casas deben ser tipo palafito y estar a varios metros del suelo.

Algo similar ocurre en Lakeview, barrio de clase acomodada que fue completamente anegado; y qué decir de Saint Bernard Parish, el barrio donde vivía Rose, donde aún se ve una avioneta incrustada en el patio trasero de una casa.

Historias similares ocurrieron en el Ninth Ward, barrio de población negra donde el agua superó los cuatro metros cuando se rompieron los diques del Industrial Canal. Aquí estaba gran parte del espíritu de la ciudad, aquí vivían muchos músicos. Por eso, uno de los programas estrella de reconstrucción se lleva adelante aquí, con la Villa de los Músicos, que comenzó como una forma de traer de nuevo a los artistas que perdieron todo con el Katrina y que luego se extendió a otros necesitados.

El tour del Katrina resulta a ratos chocante. Pero es una buena forma de ver la transición de Nueva Orleáns. Por un lado, uno es testigo del drama, la devastación, la pobreza que dejó el huracán. Por otro, uno quiere saber qué más está en proceso de recuperación, cómo la gente se organiza para mantener las escuelas activas y el pasto de sus casas corto pese a vivir todavía a kilómetros de distancia.

Claramente, los abanderados de la resurrección son la música, que nunca dejó de sonar; la condimentada y sabrosa gastronomía local, que sigue cautivando; las galerías de arte y los nuevos proyectos inmobiliarios, que arremetieron con mayor fuerza luego de la debacle en el Warehouse District; la belleza incólume de los balcones del French Quarter; y el eterno espíritu festivo que, pese a la tristeza, se mantiene presente.

Cuando finaliza el recorrido, Rose sólo pide una cosa: que nos olvidemos de todo lo visto y nos dediquemos a pasarla bien; que comamos, bailemos y gastemos mucha plata. Rose lo tiene clarísimo: el turismo es el gran salvavidas que hará reflotar a Nueva Orleáns.


Un desastre no tan natural

Ese 29 de agosto, las imágenes de miles de personas que no alcanzaron o no quisieron abandonar la ciudad, sobre los techos de sus casas o en el estadio Superdome, dieron la vuelta al mundo. El agua había inundado el 80% de la ciudad.

Según la revista Time, el Katrina no fue un desastre natural, sino provocado por el hombre. Nueva Orleáns está construida en una zona de pantanos, casi toda bajo el nivel del mar. Desde siempre, el río Mississippi crecía, inundaba todo, pero volvía a su curso normal. Como protección y para ganar terreno cultivable se construyeron diques a lo largo del río y varios canales. Estas alteraciones, más el aumento de la población y el calentamiento global disminuyeron la extensión de los pantanos, que amortiguaban las tormentas. Cuando el Katrina tocó tierra se esperaba que fuera de una intensidad menor, porque Nueva Orleáns está varios kilómetros tierra adentro de la costa. Pero el aumento del agua en los pantanos y la existencia de canales intensificaron la tormenta. De hecho, un canal artificial que acorta la salida hacia el golfo de México y pasa por los suburbios le dio más fuerza al huracán y lo condujo a la ciudad.

Fuente: El Mercurio/lanacion