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Miércoles, 17 Octubre 2007 14:41

Algo huele mal

18 OCT 07 PDU
Un caluroso sábado de no recuerdo que mes, llegué a mi hotel a las tres menos cuarto y percibí un fuerte olor a quemado.
 Pregunté a mi compañero del turno de mañana por qué olía así.

- “¡Psss!”, me dijo poniéndose el dedo en los labios en señal de silencio y con cara de circunstancia- “Luego te cuento”.
- “Bueno, bueno, qué misterio…”, pensé yo.

Al volver ya con el uniforme me contó la historia:

Quince minutos antes de llegar yo, llegó un buen señor, que venía a una boda, y nuestro mozo le tomó del coche las maletas y también el traje de chaqueta que estaba colgado en una percha. Había una cola de coches enorme tocando bocina en la calle y, con las prisas, puso el traje encima de un mueble que hay enfrente del mostrador de recepción, donde están ¡¡¡LOS FOCOS DE LUZ!!!

Como siempre suele pasar, la casualidad estaba ese día por recepción e hizo que mi compañero se fuera dos minutos al baño. Lo justo para que el traje empezara a quemarse poco a poco… y se le hiciera un agujero en la solapa ¡del tamaño de mi puño! Cuando mi compañero volvió del baño el mal ya estaba hecho…

Un ambiente de histeria colectiva empezó a reinar por la recepción… La esposa del señor descompuesta llamando por teléfono intentando solucionarlo. El mozo (autor de los hechos) llorando a lágrima viva. El director, que no sabía cómo hacerle callar… El único que parecía tranquilo era el señor.

Después de muchas llamadas, contactaron con una sobrina de la esposa que iba de paso. Pasaría por el hotel y le llevaría otro traje. Pero la boda era a las cinco y la sobrina no sabía si llegaría a tiempo. Fuimos interrumpidos por los sollozos y lagrimones del mozo:

- “¡Ay, ay, que yo le compro un traje nuevo!… ¡¡¡buaaa!!! De Armani, de Gucci de lo que el señor quiera… ¡¡¡buaa!!! El más caro, de verdad”, le decía a mi director.

Intentamos seguir con el ritmo normal de trabajo pero resultaba bastante complicado. Entre el disgusto del mozo y las constantes visitas del cliente perjudicado para preguntar si “el chico que le había quemado el traje” se encontraba mejor y si había dejado de llorar. Para nuestra sorpresa, la preocupación más grande del señor no era el no tener traje o no llegar a tiempo a la boda, sino cómo estaba el mozo y si le iba a pasar algo por esto.

Llegó la hora de la boda y el traje no llegaba. Todos los invitados se fueron a la iglesia, excepto el señor vestido de sport que no parecía muy apenado con todo esto… Pidió un vaso de agua y se sentó a charlar con nosotros. En medio de una de sus historias llegó la sobrina con el traje, se lo dio y desapareció. Atónitos contemplamos cómo el señor, en vez de subir a cambiarse, lo coloca en el respaldo del sofá y continúa la conversación con nosotros como si nada… A los 10 ó 15 minutos le llamó al celular la esposa desde la iglesia.

- “No, ¡qué va! Aún no ha llegado… Sí, sí… En cuanto llegue voy para allá… ¿Cómo?… Que les lleve agua fría, que hace muchísimo calor… Sí, claro, no se preocupen… Sí, sí… Sí… Adiós”.

El señor colgó a su esposa y miró nuestras caras de alucinados y nos dijo con tono burlón:

- “¡Ahora me voy a ir yo a pasar calor, con lo a gusto que estoy yo aquí con el aire acondicionado y de charla con ustedes…Sí hombre!”

En fin, ya podrán imaginarse las carcajadas nuestras en ese momento… ¡¡¡y el cliente era el que más se reía!!!. Cuando a él le pareció que la boda ya estaría acabando, se subió a la habitación, se trajeó y se fue.

Al día siguiente se despidió de todos, a mi me dio dos besos y me prometió enviarme un libro para dejar de fumar, porque claro las conversaciones el día anterior habían tocado todos los campos. (Ya no fumo, por cierto, lo dejé solita, porque el libro nunca llegó…) Y, lo más importante, nos prometió que volvería y que le había encantado conocernos.

Y así fue como pasamos del tremendismo a la normalidad y de lo que creíamos el portador de todas las hojas de reclamación del mundo a un amigo. No recuerdo su nombre, ni su cara, ni siquiera el color de su traje de chaqueta. Pero lo que sí recuerdo es el buen rato que nos hizo pasar y las risas cada vez que recordamos esa anécdota… porque estos y otros pequeños relatos como este son los que hacen que venir a trabajar cada día merezca la pena.

Fuente: historiasenhoteles