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Miércoles, 12 Diciembre 2007 20:20

Muerte por encargo; balas de comunicación

 por Sergio Antonio Herrera

12 DIC 07 PDU
Si piensan que este artículo tiene directa relación con algún hecho registrado en los últimos días, la respuesta es NI.

NI
porque queda bien, NI porque crea suspenso y NI, porque quizás, le dé un toque de intelectualidad a la reflexión.

Si un periodista o un medio,basados en la verdad, en hechos irrefutables, denuncian una situación anómala  que moleste o hiera al poder, sea público o privado, el periodista o el medio estará cumpliendo con la moral y la ética.

No debe existir un arma tan consistente como la prensa, para frenar la presión del capital mal usado, el que corrompe, o el avasallamiento de los Derechos Humanos o instancias por el estilo.

Carl Bernstein y Bob Woodward,los periodistas del Washington Post,que destaparon el caso Watergate y con él, derribaron nada menos que al presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon en la década del setenta, son el claro ejemplo de lo que sostenemos.
    Nixon se va de la Casa Blanca en agosto de 1974

El problema es cuando un periodista o un medio, basados en las simples coordenadas que indican la aceptación tácita de la orden, o lo que es peor, la solicitud, dada o efectuada por un cliente publicitario o de suscripción, acepta matar por encargo, usando las balas de la comunicación, a un hombre común, a un trabajador.

En ámbitos comerciales tan estrechos (geográficos y mentales) como el nuestro,dar a conocer un comunicado, sugiriendo conducta dudosa de alguien, hasta demostración de lo contrario (si es que se puede llegar a conseguir el derecho a réplica) es directamente "liquidar" a ese alguien.

La mínima acción ética que se le debe exigir a un comunicador que se precie de ser serio, ecuánime, digno, es el chequeo de la información y la evaluación del impacto de la noticia a divulgar.

Conocemos sobradamente, ejemplos de muerte por encargo a través de la comunicación y también nos consta que no en pocos casos, la información divulgada, generalmente respondiendo a intereses unilaterales, resultó falsa.

Al igual que en la vidad real, cuando esto sucede, no hay resurrección posible. El muerto, muerto seguirá.

Los mercenarios de la comunicación deberían hacerse acreedores al efecto boomerang para sufrir en carne propia, los daños de acciones similares a las realizadas por ellos mismos.

El boomerang debería ser lanzado por los eventuales anunciantes o suscriptores. Nos vemos.