por Noelia Ferreiro
03 MAR 08 PDU
La torre de la mezquita Koutoubia, visible desde todos los puntos, domina el perfil rojo de Marrakech. (Foto: Agefotostock)
Caótica y misteriosa, mítica y cautivadora, Marrakech es una feria perpetua, un enjambre de callejas de trazado imposible con olor a especias y a cuero curtido, una aglomeración de polvo, gente, acaso demasiados turistas, un reflejo de la fisonomía marroquí donde las mujeres ocultan su rostro mientras se ven desfilar los bereberes de las montañas, los nómadas del desierto y los campesinos del llano.
Poco ha cambiado esta milenaria ciudad desde aquellos tiempos remotos en que emergió como un oasis al abrigo del Atlas para dar cita a las viejas caravanas de camellos y a los fatigados mercaderes del sur. La tradición, por encima de todo, es hoy su seña de identidad, ese encanto medieval y con un toque de Las mil y una noches que pervive en sus muros de adobe y sus casas de techo plano, en ese perfil que es rojo como el color de la tierra por aquella leyenda que dice que, cuando se clavó la torre de la Koutoubia en el mismo corazón de Marrakech, la ciudad toda se tiñó de sangre.
Cuarenta y ocho horas dan para abrir los sentidos y, sólo así, adentrarse en su leyenda. Cuarenta y ocho horas dan para admirar sus mezquitas y palacios, recorrer las laberínticas calles de la medina y sucumbir a los agotadores regateos en unos coloridos zocos que, como antaño, continúan jerarquizados por gremios: el de los tintoreros, el de los alfareros, el de los fabricantes artesanos de babuchas... Pero dan también para observar a sus gentes, ajenas al devenir de los viajeros. A esas mujeres envueltas que insisten en tatuar pies y manos occidentales con la técnica milenaria de la henna. A esos hombres de mirada perdida que aparecen al doblar cada esquina, agazapados en la sombra y absortos en una espera eterna, siempre bebiendo té con hierbabuena.
Y, al caer las últimas luces, en ese atardecer que es para Juan Goytisolo un "redoble de tambores porque el sol cobrizo magnifica los fastos urbanos con esplendores de tarjeta postal", le llega el turno a la plaza de Djemaa el-Fna, la principal atracción de Marrakech. Aguadores, músicos deambulantes, encantadores de serpientes, cuenta-cuentos, saltimbanquis, malabaristas... y el humo de los puestos de comidas conceden aires de irrealidad a esta ciudad imperial, que ya no dejará de bullir hasta altas horas de la noche. Después, claro, volverá la lucidez del día. Entonces sonará cada tanto el canto ronco del muecín recordando los rigores del rezo.
Toma de contacto en sus calles laberínticas
PASEO. Erigida sobre la ciudad, dominando el perfil rojizo de sus edificaciones, se alza el alminar de la mezquita de la Koutoubia, esa hermana gemela de la Giralda de Sevilla considerada un referente de la arquitectura árabe. Sus 77 metros de altura, visibles desde todos los puntos, pueden servir en adelante de orientación. Aunque está prohibida su entrada a los no musulmanes, explorar sus alrededores, cruzar el arco y pasear por el pequeño jardín pueden ser un buen aperitivo para conocer Marrakech. No es raro encontrarse junto a la puerta a ancianas bereberes pidiendo limosna o a algún ciego que recita monótono e incesante cierto versículo del Corán.
ESENCIA. Pero lo más auténtico será adentrarse después por el laberinto de la Medina, el casco viejo de la ciudad. Una maraña de calles retorcidas y estrechas con más de dos mil pasadizos secretos. Lo mejor es intentarse perder, sin miedo y sin prisa, dejándose llevar por los olores y sonidos. Es aquí donde late la vida genuina de sus lugareños, los gritos de los hombres en su idioma incomprensible, las mujeres que portan su compra sobre la cabeza, los niños que corretean al salir de la escuela... No faltan las mulas, cargadas siempre de alfombras, en competencia con las viejas motocicletas.
14:00 horas
Energía para explorar piedras milenarias
ALMUERZO. Tal vez uno quiera reponer fuerzas degustando la curiosa gastronomía marroquí. Después de una sopa o harira (ojo, muy picante), o bien un humus para abrir boca, existen especialidades locales como el tajine (de cordero, pescado o pollo), la pastilla, la tanzhilla o un buen cous cous en todas sus vertientes, el plato nacional por excelencia. Y para rematar, claro, unos pastelillos de hojaldre con dátiles, pistachos o almendras, siempre acompañados del ineludible té con hierbabuena.
MONUMENTOS. Aprovechando los calores del mediodía, y para no dejar pasar nada por alto, una buena opción es la de caminar al resguardo de los árboles que flanquean algunos de los monumentos de interés. Por ejemplo, las tumbas Saadíes, las cuales fueron algún día, dicen, el primigenio cementerio de los descendientes del profeta Mahoma, aunque hoy albergan los cuerpos de los príncipes saadíes. También el Palacio de la Bahía, un derroche de alicatado decorativo con impresionantes patios de arquitectura clásica y ejemplos del gusto árabe-andaluz. Y con el sol un poquito más bajo, las imponentes ruinas románticas del Palacio de El Badi, que tuvo fama de ser uno de los más bellos del mundo y llegó a ser conocido como "el incomparable".
18:00 horas
EL exotismo y color de las flores
BUCÓLICO. Otra cara de Marrakech es la que ofrecen sus parques y jardines, remansos de paz que contrastan con el ritmo desenfrenado de sus calles aglomeradas. Hay quien opta por alquilar una de las múltiples calesas que están estacionadas en una plaza junto a la Koutoubia. Con capacidad para cinco personas, estos carruajes fastuosamente decorados son una buena manera de dar un paseo a media tarde al pausado ritmo de los caballos. Eso sí, la tarifa debe ser negociada por adelantado.
JARDINES. El conductor no tendrá reparos en dirigirse a la Menara, que merece una visita aparte. Se trata de un lugar tranquilo y apacible con un enorme estanque central rodeado de olivos junto a plantas tropicales. Cuando el sol comienza a descender, el reflejo dorado en sus aguas ofrece una espectacular belleza. Propiedad del modisto Yves Saint-Laurent, el Jardín Mayorelle es una pequeña y exótica joya naïf que constituye uno de los rincones más pintorescos del Marrakech actual. La casa original del artista, de un color azul eléctrico, acoge un pequeño museo en cuyos alrededores crecen los cactus, los bambús y las buganvillas. Aunque a veces atrae a demasiados turistas, no deja de ser el mejor anticipo a lo que depara la noche.
21:00 horas
¡Y la función da comienzo!
TRANSFORMACIÓN. Conviene anticiparse a los curiosos y ocupar temprano una mesa en algunas de las terrazas que rodean desde lo alto la Plaza de Djamaa el-Fna. Buenas alternativas son el Café Glacier, Las Terrazas de L' Alhambra o el restaurante Argana. Conviene, decíamos, ir antes del atardecer, cuando el espectáculo es aún un tímido intento (llegan los mercaderes, montan los puestos, aún no hay gente) que poco a poco va tomando forma hasta llegar a su máximo apogeo, cuando el sol ya se ha ocultado tras las murallas rosadas y comienzan a aparecer sobre la explanada las primeras estrellas.
ALGARABÍA. Se abre el telón y Djamaa el-Fna empieza a humear por doquier al tiempo que se encienden las luces de los puestos de sopas, pollos fritos y caracoles. La plaza es ahora una confusión de aromas con el gemido de las flautas y el redoblar de algún tambor de fondo. Cientos de personas arremolinadas, un parloteo constante, una experiencia mágica. Se ha hablado mucho de la galería de personajes que amenizan la noche (y que, ya de paso, ojo, reclaman algunas monedas cuando se les trata de fotografiar). Dicen que éste es uno de los mayores espectáculos del mundo. No en vano, la plaza fue declarada por la Unesco Patrimonio Oral de la Humanidad.
02.00 horas
Lujo oriental con montaña al fondo
'RIAD'. La velada ha sido larga y agitada y hace falta un buen descanso para afrontar el segundo día de viaje. En Marrakech, y pese a las grandes afluencias de gente, hay gran cantidad de alojamientos de todo tipo tanto en los alrededores de la plaza como en el gueliz, la ciudad moderna. Pero sin duda la manera más recomendable de pasar la noche es haciéndolo en los riads de la medina, donde realmente se vive el espíritu marroquí. Son éstos grandes casas señoriales que vivieron en el abandono hasta que fueron descubiertas por los europeos (en su mayoría franceses) que no dudaron en restaurarlas al más lujoso estilo oriental. La gran mayoría cuenta con un bonito patio decorado con mosaicos y un salón de té donde recibir al viajero.
VISTAS. Riad Safa (www.riadsafa.com) y Riad Dar Tayïb (www. dartayib-riadmarrakech.com) son sólo dos ejemplos de los miles de establecimientos de este tipo que salpican la medina, a veces tan ocultos que resultan difíciles de encontrar. Con un poco de suerte, el riad tendrá una inmensa terraza en la azotea con inmejorables vistas sobre la ciudad y las montañas nevadas de fondo. Recostarse en una hamaca y degustar un desayuno completo puede ser la mejor forma de empezar un nuevo día.
11:00 horas
Paseo por los oficios milenarios
CURTIDORES. La mañana descubre en la plaza la resaca de la noche anterior, los restos de ese carnaval diario de quita y pon que deja paso a la cotidianeidad. Pero el resto de la ciudad ya lleva despierto un par de horas, entregado con tesón a su tarea. Es momento de recorrer los suq, esos barrios de artesanos agrupados por oficios donde se ve el trabajo manual, detallado y laborioso de unos hombres que dedican la vida a ello. Inexcusable es el de los curtidores, donde se lleva a cabo todo el proceso de transformar las pieles animales en productos de marroquinería. Vale la pena contemplar las fosas de variados colores donde se remojan, lavan y frotan los cueros que son así tintados, aunque el olor no sea de lo más agradable.
FORJA Y MADERA. Los artesanos de la forja y la madera también merecen una visita. Los primeros, por ese sonido de los golpes en el hierro que dan lugar a sorprendentes formas retorcidas y que luego serán espejos, marcos, lámparas... Los segundos, carpinteros y ebanistas, por esa minuciosa manera de labrar las mesas y las sillas, las cajitas y hasta los pendientes. Se puede completar el tour de los oficios con el suq de los alfareros o el de los fabricantes de babuchas. Puede que sirvan para, después, evitar la tentación occidental del regateo irrisorio.
16:00 horas
Llegó el momento de las compras
ZOCOS. El viaje a Marrakech no sería lo mismo sin esa experiencia agotadora que suponen las compras. Para esta práctica, que está especialmente dedicada a los cazadores de recuerdos, hay donde elegir: desde las joyas de plata a las de cobre o latón, pasando por toda una gama de alfombras y un inabarcable repertorio de platos, vasijas, ceniceros y demás artículos de cerámica, siempre pintados de vivos colores. Babuchas, instrumentos, teteras de plata, macetas de terracota, lámparas de piel de camello y chilabas para los más atrevidos completan la lista de los productos más típicos, a los que cabe añadir las hierbas, los aceites, las especias y los siempre fascinantes bebedizos y pócimas.
CEREMONIA. En Marrakech nada tiene precio fijo. Conviene saberlo a la hora de embarcarse en esta aventura de las compras. El regateo es moneda común del zoco, una ceremonia que tiene, además, sus propias reglas. Por ejemplo, antes de comprar nada, sólo habrá que mirar el producto con cierta curiosidad. Una vez que se sepa qué es lo que se quiere llevar, será el momento de comenzar a negociar. Y ello porque, si uno inicia el regateo y luego no se lleva nada, los vendedores, muy orgullosos, podrán sentirse ofendidos.
20:00 horas
Wl final más placentero
BAÑOS ÁRABES. No hay nada como acabar el periplo por Marrakech con un tradicional baño árabe, después de una dura jornada de paseos y compras estresantes. Los hamman tienen importantes propiedades terapéuticas con esos chapuzones de contrastes que pasan del agua helada al agua prácticamente hirviendo. Son además suntuosos y elegantes locales, con arcos y azulejos típicamente marroquíes. Y ello, sin hablar de su significado sociocultural y su función como punto de encuentro: cuentan que las mujeres observan a sus compañeras para captar entre ellas a futuras esposas de sus hijos.
MASAJE. Desperdigados por la medina, la ciudad cuenta con bastantes y variados hamman abiertos hasta altas horas de la tarde. Aunque la gran mayoría son mixtos, sus salas siempre estarán divididas para los hombres y las mujeres. Estos paraísos del relax ofrecen muchas alternativas: uno puede bañarse y dejarse enjabonar y frotar, para después pasar a relajarse un buen rato con el vapor húmedo de la sauna. Pero sin duda el culmen del placer llega con el paso final: un auténtico masaje, largo y enérgico, con la opción de elegir entre exóticos aceites y olorosas cremas. Uno sale más ligero, más satisfecho, con la impresión del deber cumplido. Y con muchas ganas de volver.
fuente: Suplemento Viajes
www.elmundo.es