por Sergio Antonio Herrera
Cuando se produce un siniestro en la aviación, se remueven las
estructuras de las empresas y se genera una gran conmoción en la
población.
Los últimos grandes accidentes en la región han tenido como protagonistas a tres de las mejores aerolíneas sudamericanas: GOL, TAM y TACA.
El primero de los casos fue un absurdo al estrellarse con el Boeing de GOL, el Legacy privado.
Hace escasos dos meses, transitando un área cercana a ese accidente, a poco de salir de Manaos, nosotros mismos estuvimos a 50 segundos de la colisión a bordo del primer Bombardier de PLUNA en su vuelo inaugural desde Montreal.
Se podría decir que en esa zona, de alguna manera, cobra especial protagonismo el acierto o el error de los controladores aéreos.
Pero tanto en el de TAM en Congonhas, como el del viernes pasado en Tegucigalpa de TACA, los aparatos se estrellan al depistarse aterrizando.
En ambos casos existía adversidad climática a causa de la lluvia.
Se puede entender directamente que un gran porcentaje de protagonismo en ese momento, al descender, al tocar suelo, es del piloto a cargo.
Nadie en su sano juicio podría poner en duda la experiencia, la pericia de los comandantes a quienes les son confiados este tipo de aviones.
Las tres empresas mencionadas, son aerolíneas que apuntan a la excelencia en todos los aspectos de su gestión y cuentan con flotas modernas y con muy buen mantenimiento.
En las calles de las ciudades o en las carreteras de los países, un gran porcentaje de los siniestros son originados por impericia de los conductores, por alcoholismo o lo que sea pero en definitiva, por responsabilidad humana.
En el aire, al menos en la inmensa mayoría de los casos, no pasa nada parecido.
Desde esta tribuna, hacemos llegar en primer lugar a las familias de las víctimas nuestro más sentido pésame y a los diferentes protagonistas del vuelo 390 de TACA nuestra sincera solidaridad.